Uno de los últimos retoques de la fortaleza realizados en el siglo XVI fue la incorporación de una plataforma elevada sobre el baluarte de Sant Pere. Su misión, proteger el punto más débil del monumento.

“¿A dónde fueron los albañiles la noche que terminaron la Muralla China?” (Bertold Brecht).

Entre todas las plazas de Dalt Vila, desde las más extensas a las recoletas, existe una que a menudo pasa desapercibida. Se trata de una explanada empedrada y sin viviendas, adherida a la muralla y cercada en piedra, con una única entrada cerrada por una de cancela de forja, que sobrevuela el ensanche de la ciudad como ninguna otra. No siquiera importa el hecho de que el mayor tramo de adarve cuesta abajo del monumento, la Ronda Calvi, desemboque en su superficie parapetada, pues poca gente conoce su historia y su razón de existir.

El terraplén del Cavaller de Sant Lluc, sin embargo, tuvo una importancia fundamental en la geometría defensiva de la fortaleza y constituyó uno de los últimos detalles defensivos que se incorporaron al monumento en el siglo XVI, además de la demostración fehaciente del interés de la Corona por hacer de la muralla ibicenca un fortín lo más inexpugnable posible. El Estado no podía permitirse la humillación que significaría que sus enemigos, especialmente los navíos de Jeireddín Barbarroja, almirante de la flota corsaria del sultán otomano Suleimán el Magnífico, conquistara parte de su territorio, incluso aunque fuera una isla ignorada hasta entonces como Ibiza.

La Corona, además, sabía que resultaba mucho más costoso financiar un ejército que protegiera la isla que construir una fortaleza que pudiera ser defendida por unos pocos pelotones de soldados, así que siguió los designios de los ingenieros hasta rematarla. De hecho, el resultado fue lo suficientemente imponente como para que el enemigo renunciara a intentarlo.

Los canteros tallaban los sillares necesarios para su construcción en canteras repartidas por toda la costa pitiusa y, mientras tanto, recibían un asfixiante asedio del enemigo, que pretendía boicotear el proyecto antes de que se hiciera realidad. Como ejemplo de la tensión reinante, se puede citar a Juan de Simancas, soldado y cantero mayor –dualidad que al parecer era frecuente–, que fue capturado por los piratas junto a sus picapedreros, cuando extraían marès de s’Illa Negre para construir los vértices de los baluartes.

Desde la Edad Media, el tramo más vulnerable de la fortaleza siempre había sido su lado de poniente y todos los ataques y escaramuzas de los que se tienen constancia se produjeron allí. Cuando se levantaron las murallas renacentistas, aún a pesar de abrazar el antiguo recinto medieval de muros verticales unidos por torres, ampliando notablemente sus dimensiones, el Oeste volvió a ser considerado por los constructores como el talón de Aquiles del nuevo fortín. Y su punto más débil era precisamente el bastión de Sant Pere, el más bajo de todos y que además estaba expuesto a distintas zonas elevadas desde las que podía ser bombardeado.

En aras de reducir su vulnerabilidad, en 1597 se decidió construir un caballero; es decir, una plataforma elevada por encima del propio bastión, para dominar desde arriba y lograr nuevos ángulos de tiro. Es importante recordar que la gran innovación que representaron las murallas renacentistas fue su estructura de baluartes en forma de punta flecha, que sobresalían de los lienzos de muralla, con cañones que apuntaban al descampado desde casamatas y terraplenes.

El Cavaller de Sant Lluc tenía, asimismo, una doble misión. Además de defender a cañonazos este tramo de fortaleza, albergaba la buhedera que protegía la entrada del Portal Nou, un agujero del mismo ancho que dicho acceso, que permitía su protección cenital. Cuenta, además, con una pequeña torre, que conforma el escalón que se dibuja sobre el perfil de la muralla, justo encima de esta entrada. Cuando la verja permanece abierta y puede contemplarse la ciudad desde la seguridad que proporciona el parapeto, su situación dominante se hace patente y su condición de rincón olvidado resulta incompresible.

Antiguo depósito de agua

Hasta hace pocas décadas, el terraplén del Cavaller de Sant Lluc no existía como tal. Había sido vaciado para albergar un depósito de agua para el suministro de la población. La humedad constante que generaban sus grietas provocaron que parte del baluarte de Sant Pere se cubriera de pinos. Algunos recordarán bien la estampa, pues no fueron arrancados hasta hace poco más de veinte años, justo después de que dicha infraestructura sanitaria fuera retirada y el terraplén del caballero restaurado.

Artículo publicado en El Dominical de Diario de Ibiza. Es parte de mi ‘Imaginario de Ibiza’