Al final de cada atardecer, Ibiza deja de pertenecer un poco más al colectivo de personas que residen, aman y tienen hundidas sus raíces en esta tierra. La isla va pasando paulatinamente a ser propiedad de multinacionales y megamillonarios, que plantan el yate donde les da la gana, montan los business que se les antojan –ya sea un beach club o una red de extorsión y tráfico de armas–, y erigen su palacio tirando una moneda al aire. Cuando un saliente rocoso les estropea la vista desde el acantilado, no hay problema: dinamita, mecha y a continuar con el dolce far niente. No hay normas ni ordenanzas que apenas contengan sus caprichos y el día insólito en que la autoridad se pone pelma, siempre pueden tirar de su abultado talonario y hacer frente a nuestras risibles multas y sanciones.

El último y vergonzante episodio se vivió en Formentera hace dos domingos, cuando una empresa de catering, ante el pasmo general de los bañistas de la playa de Migjorn, acotó una amplia zona de la orilla, instaló mobiliario para treinta comensales y desplegó una colección de hamacas y sombrillas. El banquete se preparó para los propietarios de una lujosa embarcación con bandera holandesa y sus invitados. El yate se llamaba ‘Icon’, que significa “icono”, y bien puede simbolizar el cutrerío y la mamarrachez de este supuesto turismo de alto standing, que actúa con nuestro territorio como si tuviera derecho de pernada. El volumen de dinero de nuestros visitantes, salvo excepciones cada vez más infrecuentes, es inversamente proporcional a su educación.

Al final, antes del desembarco, aparecieron por Migjorn los municipales y el celador de Costas, que obligaron a la retirada de todos los bártulos. La ausencia de escrúpulos por parte de estos potentados veraneantes no sorprende; la de la empresa de catering que se prestó al juego, un poco más. Igual que las autoridades han informado del nombre de la lancha, deberían también hacer público el de la empresa cómplice del abuso; para que todos sepamos quién es quién en las islas. De haber sido un grupo de vendedores de gafas de sol y fruta troceada, les habrían incautado el género ipso facto. ¿Por qué no se hizo lo propio con el abundante mobiliario de dicha compañía de eventos? También ellos ofrecen su género en la playa.

Unos días antes, uno de esos príncipes saudís cuyo séquito y harem colapsan los hoteles de lujo pitiusos –reservan docenas y hasta cientos de habitaciones durante meses para su personal–, hizo lo propio nada más y nada menos que en la concurrida la playa de ses Illetes. Los tripulantes del megayate ‘Prince Abdulaziz’ desplegaron abundante mobiliario y hasta invitaron a los bañistas que les estorbaban a poner pies en polvorosa. Los que no hicieron caso, quedaron encajonados. Actúan como si Ibiza y Formentera fueran una república bananera a su servicio. Y qué decir también de esos yates que, de manera reiterada, insisten en echar el ancla sobre la frágil posidonia e incluso vacían ahí mismo sus sentinas. Probablemente piensan que los millones que todos los veranos se dejan en la isla les conceden el derecho de pisotearnos a nosotros y nuestro hábitat.

En Formentera coleccionan casos y no digamos en Ibiza, donde incluso hay propietarios de chalés que tratan de disfrutar en exclusiva determinadas calas fronterizas con sus fincas y hasta echan con cajas destempladas a todo bañista que se acerca por allí, bajo el argumento de que “la playa es privada”. A la famosa modelo alemana Claudia Schiffer la juzgan en Mallorca por supuestamente talar los árboles del vecino para mejorar las vistas desde su propiedad. En Ibiza ocurre continuamente. A un buen amigo y su familia le han arrancado, con nocturnidad y alevosía, un buen número de pinos de una antigua finca payesa cerca de la costa de poniente. Como no hay testigos, no pueden denunciar, pero obviamente sospechan de las viviendas de lujo que se construyen a sus espaldas.

¿Qué creen ustedes que pasaría si un jeque árabe montara su haima de picnic en medio de Central Park? ¿O si un potentado alemán arrancara los árboles de un bosque de París para mejorar las vistas desde su ático? Yo, la próxima vez que se produzca una situación tan vergonzosa, animo a los bañistas a alertar urgentemente a las autoridades, lo que no siempre ocurre, y también a tomar fotografías y vídeos de forma multitudinaria para denunciarlo a través de las redes sociales. Los pitiusos hemos querido ejercer de chulos de nuestro propio territorio y, al final, el cliente se ha apropiado del burdel.

Artículo publicado en las páginas de opinión de Diario de Ibiza