Decía Bertolt Brecht que las revoluciones se producen en los callejones sin salida. A esta reflexión, que comparto al 100%, yo además añadiría que los grandes cambios de ciclo germinan de manera silenciosa, con pequeños chispazos que con el tiempo acaban prendiendo hogueras.
En Ibiza también se ha encendido una espita crítica en torno al turismo, que es algo que hace una década parecía impensable. A mucha gente le produce vértigo ver cómo se fustiga a la única vaca cuyas ubres alimentan nuestra homogénea economía, pero la escalada de protestas parece irreversible y ya empieza a tener consecuencias políticas. El hastío por la omnipresencia del turismo y la fiesta, la impunidad con que operan muchos piratas sin escrúpulos y la incapacidad de las instituciones para hacer que se cumplan las leyes en unos frentes que se multiplican cada temporada ha calado intensamente en la sociedad pitiusa. Así, un concepto antaño inimaginable hoy emerge como plausible: el decrecimiento turístico.
Los medios de comunicación y quienes habitan su microcosmos –cimentado en la reflexión y el espíritu crítico–, a menudo van por delante, pero las transformaciones no se producen hasta que una mayoría social las asimila como necesarias. Ese es el punto de ebullición en que comienzan a romperse los tabúes e Ibiza muestra síntomas de haberlo alcanzado.
El pulso a este hartazgo social se lo hemos ido tomando al hilo de la actualidad y también a través de las redes sociales. En ellas miles de ibicencos apoyan todo tipo de iniciativas de protesta. Más allá del trasfondo particular de cada manifiesto, todos se traducen en lo mismo: Ibiza no puede seguir vendiéndose a la especulación desenfrenada, a costa de arruinar las expectativas y calidad de vida de los residentes.
Hace unos meses comenzaron a aparecer unos carteles de espíritu subversivo inspirados en los de las discotecas, que lanzó el llamado Colectivo Artístico Isleño Nihilista (CAIN). Sin perder la estética fiestera, estos pósters exhibían una Ibiza tomada por las cucarachas –metáfora visual del turista parrandero–, donde los eslóganes y marcas de las salas de fiestas eran sustituidos por otros con la misma tipografía: “Fora-Fora”, “Me Coloco, “Anam Farts”, “Antes había posidonia” “Hard Fall”, “We’ve got no Space in Ibiza”, etcétera. Estos diseños se viralizaron a toda mecha en Internet y contribuyeron a quitar solemnidad el más sagrado mandamiento pitiuso: el turismo no se toca.
Este fin de semana, otra nueva agrupación crítica, el Col.lectiu Desperta, junto con, Ibizicrítica, han organizado nuevos eventos para poner sobre la mesa de debate el concepto de decrecimiento turístico, en línea con otros movimientos sociales surgidos en Venecia, Roma o Barcelona.
Cuestionar la mano que te da de comer, decíamos al principio, produce el mismo miedo que asomarse a un abismo, pero resulta incontestable que Ibiza ya ha alcanzado el estatus que Brecht calificaba como de “callejón sin salida”. Afirmar que la isla afronta una situación ambiental al borde del colapso es una obviedad. Cada vez más playas entran en un estado de putrefacción durante el verano, las carreteras se saturan hasta extremos inverosímiles, los yates arrasan la posidonia y contaminan los fondos marinos, los manantiales se corrompen, los pozos se salinizan, se construyen nuevas urbanizaciones en parajes que deberían permanecer vírgenes…
La sociedad pitiusa ha soportado estoicamente este proceso de degradación. Pero ahora se suman nuevos condicionantes a la ecuación. Ibiza se ha transformado en la isla del lujo. Sin embargo, mientas los grandes empresas –y otras de menor tamaño– obtienen beneficios como nunca habían soñado, la masa laboral ha visto sus sueldos congelados o reducidos bajo el argumento de la crisis. La situación aún se agrava más con el brutal encarecimiento de la vivienda, que ha empobrecido a las familias hasta extremos injustificados. Ibiza es protagonista en los informativos nacionales porque hay trabajadores que con un sueldo medio duermen en coches o en balcones alquilados.
Aunque no se puede perder de vista que en Ibiza vivimos del turismo y nuestro territorio no da para inventarnos nada más, hay que buscar maneras más contundentes de reequilibrar esta actividad. Obviamente, es imposible limitar el libre tránsito de personas, pero se puede actuar en otros frentes; empezando por poner medios para controlar la apabullante oferta ilegal de plazas, que ya casi supera la reglada. Muchos van a tener que limitar sus ambiciones de crecimiento y asumir que debe producirse un reparto más equitativo de los enormes beneficios que esta isla genera.
Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza