La escena transcurre al principio de la película ‘El Jinete Pálido’ (Clint Eastwood, 1985). La mujer guisa en una cocina en penumbra y su hija lee en voz alta un pasaje del apocalipsis. “Oí la voz de la cuarta bestia decir: Ven a ver. Y yo miré. Y contemplé un caballo pálido; y el nombre del jinete era La Muerte…”. La muchacha desvía en ese instante la mirada hacia la ventana y ve aparecer a un pistolero de mirada implacable, a lomos de un corcel albino. Tras esa pausa dramática, concluye: “…y el infierno le seguía”.

Cada vez que escucho una crítica desaforada contra la nueva tasa turística, mi subconsciente, por algún mecanismo averiado y freudiano, vuela hasta esta escena memorable. Pienso en la acongojada muchacha frente al predicador, mientras lee el pasaje bíblico con un ligero cambio en el guión: “…el nombre del jinete era La Ecotasa, y el infierno le seguía”.

Ante nuestra obsolescencia de infraestructuras y la escasez de recursos para recuperar el paisaje que el turismo va arrasando, parece evidente que algo urgente había que hacer. La ecotasa, aunque claramente insuficiente, representa una opción imprescindible y que además es defendida por un arco ideológico amplio. Tal vez no en Balears, pero sí en otros destinos del mundo donde se aplican tasas parecidas con notable consenso social y político. Es una fórmula para generar recursos sin que salgan del bolsillo de los contribuyentes, que representan un porcentaje ínfimo en relación a la población estacional. Con la ecotasa, el turista paga una cantidad simbólica, por no decir ridícula; entre 0,50 y 2 euros. Es menos que un botellín de agua o el servicio de pan y aceitunas del restaurante.

Aun así, han sido legión los agoreros que se han opuesto al impuesto,bajo el argumento de que resta competitividad y genera un elevado riesgo de que los turistas dejen de venir. Ahora que ya han pasado un par de meses desde su puesta en marcha y contamos con datos, se pueden extraer las primeras conclusiones objetivas.

Con la propinilla forzosa que paga el turista en el hotel o en la casa vacacional legalmente establecida –las ilegales de momento no pagan, como tampoco abonan IVA los camellos–, ya se han recaudado 32 millones de euros. Los viajeros, sin embargo, no sólo no han huido espantados por el impuesto, sino que se han multiplicado. Los vuelos a Ibiza se han disparado toda la temporada, con un incremento del 7% por ejemplo en agosto; una auténtica barbaridad. Y los hoteleros, al parecer, tampoco han rebajado los precios para compensar la ecotasa. Hasta julio los incrementaron un 6,5% yla media por habitación en las Pitiüsesfue en ese mesde 146,50 euros, el doble que hace ocho años.

El Partido Popular, el más crítico con el impuesto, acaba de lanzar una proposición no de ley en el Parlament para que se derribe la horrorosa estructura de Cala d’en Serra con cargo a la ecotasa. Y la Comisión de Turismo lo ha aprobado. Buena noticia. Igualmente, el Consell ha pedido que también sirva para financiar proyectos como la regulación de los accesos al Parque Natural de Ses Salines, los fondeos sobre posidonia, la puesta en marcha de la Escuela de Hostelería, etcétera.

Los hoteleros, sin embargo, persisten en sus críticas y ahora se escudan en que necesitan personal extra para gestionar el impuesto. Algunos incluso aseguran que un empleado en exclusiva en recepción, para realizar los cobros. Este argumento, ante la automatización que ofrecen los sistemas digitales de hoy en día, incluso produce cierta ternura. Me los imagino administrando aún sus empresas con esas interminables sábanas contables de antaño, visera, manguitos y un lápiz en la oreja.

La ecotasa, sin embargo, tiene un elemento muy negativo: la injustificada cerrazón mallorquina a dejar en cada isla los fondos que se recaudan. No estamos ante un impuesto destinado a cubrir servicios básicos y es evidente que el territorio que más ingresos genera es porque más presión soporta.

En definitiva, no sólo no han dejado de venir turistas por la ecotasa, sino que yo hasta diría que ésta, por el momento,se la refanfinfla. De hecho, si retorcemos torticeramente esta indiferencia con idéntico dramatismo demagógico que el empleado por el sector crítico, hasta podríamos concluir que la ecotasa atrae gente. Todo el mundo sabe que tenemos un perfil de turista económicamente masoquista, que gusta de pagar disparates por una botella de champán o una hamaca en el beach club. Abonar una tasa medioambiental eleva su experiencia vacacional y su ego. Según parece, ni el predicador era tan malo, ni el infierno le seguía.

Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza