Con qué ansia anhelábamos la llegada del año nuevo y lo mal que ha empezado. Había tantas ganas de dejar atrás el aciago 2020 que hasta los incrédulos anhelaban cruzar el umbral invisible del tiempo, como si, de forma milagrosa, por el simple hecho de cambiar de calendario, pudiésemos sortear el pesimismo y la desdicha.
El día de Reyes descubrimos que era una quimera, cuando una panda de frikis de la América profunda, armados hasta los dientes y luciendo cornamenta, tomaron el Capitolio de Washington con la misma facilidad que una hacienda abandonada en mitad del desierto de Mojave. En este 2021 uno ya no puede ni fiarse de las superpotencias. Y ahora la crudeza de esta tercera ola, que en Ibiza representa más de doscientos nuevos enfermos diarios y varios fallecidos. Tampoco han desaparecido por arte de birlibirloque los Illuminati pitiusos, que siguen negando la mayor y advirtiendo de chips microscópicos con los que quieren controlarnos a todos.
Tal y como era previsible, los encuentros navideños en los hogares han sido el principal vector de contagios y ya estamos sumidos en un auténtico confinamiento, aunque eufemísticamente se le haya denominado “fase 4 restringida”, que es prácticamente lo mismo pero con los colegios abiertos. A pesar de que buena parte de las familias siguieron las instrucciones de las autoridades sanitarias, un Fernando Simón cada vez más achicharrado nos ha abroncado colectivamente “por haberlo pasado mejor de lo que deberíamos”. La culpa del desastre, cómo no, es de la gente y no de los políticos que eligen las restricciones que se nos imponen, pese a que ninguno, incluidos los presidentes autonómicos que ahora ondean la bandera de los confinamientos, tuvo las agallas de cancelar los encuentros navideños, respondiendo a la petición masiva de los científicos.
La situación es tan dramática que incluso ha emborronado la esperanza de las vacunas y ahora la temporada turística se vislumbra muy negra. Patronales, Govern y otras instituciones ya dan por finiquitada la Semana Santa y han establecido que la prioridad ahora es llegar al verano sin contagios, al precio que sea.
Dicho coste, nuevamente, implica cerrar bares, restaurantes y otros negocios, que sin una mínima actividad acabarán en muchos casos en la bancarrota. Tiene que haber temporada sí o sí, aún a costa de los establecimientos que abren todo el año y que dan servicio a la población local. Para compensarles, el Govern ha aprobado una ayuda lineal de 1.500 euros al mes, con independencia del tamaño del negocio y el número de empleados que tenga. A muchos no les da ni para cubrir el alquiler y no digamos ya para pagar impuestos, deudas a proveedores, gastos de personal y alimentar a la familia. Un despropósito.
Como ya es tradicional, el virus se pretende matar a cañonazos, sin buscar soluciones que garanticen el descenso de los contagios y no se lleven por delante a las pymes. Si solo se aceptan “reuniones de convenientes” –otro eufemismo tan lamentable como risible–, ¿por que no se permite a las familias o a la gente en solitario acudir a las terrazas de los bares? Entre la ayuda y una mínima actividad, alguno se salvaría.
En este contexto, resulta especialmente hiriente oír comentarios tan alejados de la realidad como los que han pronunciado dos consellers del Govern balear. El de Turismo, Iago Negueruela, nos pide un auto de fe con su predicción para el futuro: “Balears será un destino seguro en verano, con independencia del nivel de vacunación que tengamos”. Pues mire usted, dados los funestos antecedentes de la temporada pasada, va a ser que no nos fiamos de tales vaticinios. Mejor hablar menos y poner más medios para acelerar el ritmo de vacunación. Ahora mismo, muchas comunidades autónomas menos necesitadas del turismo nos sacan ventaja. Tal vez los recientes operativos de cribado masivo sirvan para vacunar más rápido cuando sea el turno de la población general.
El segundo ha sido Marc Pons, conseller de Movilidad y Vivienda, que añadía en una entrevista que “la Semana Santa va a ser muy complicada y habrá que pedir esfuerzos muy grandes a los ciudadanos y sectores económicos”. Es hora de que los verdaderos esfuerzos los aporte el Govern, proporcionando ayudas realmente efectivas, cuando tantos puestos de trabajo penden de un hilo. Y también dando ejemplo, sin irse de copas ni organizando almuerzos para veintitantos cuando el máximo permitido son seis, como hizo la Conselleria de Agricultura en el mes de noviembre.
A pesar de todo, no podemos esperar al año que viene para recuperar la esperanza y la ilusión. Aunque nuestros gobernantes estén sobrepasados, al final las pandemias pasan de largo. Hay que protegerse al máximo y tener confianza en que la vacuna nos acabe devolviendo el mundo al que estábamos acostumbrados y despertando a la economía pitiusa de esta pesadilla.
Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza