No importa que sea el único parque natural que tenemos en Ibiza. Que sus estanques salineros sean un monumento excepcional que se explota desde tiempos fenicios. Que su retícula multicolor conforme un ecosistema único en el que conviven flamencos y otras muchas especies. O que sus playas vírgenes y monumentos gocen de la mayor protección administrativa que existe. A veces tenemos la sensación de que el Parque Natural de Ses Salines solo existe en los papeles, mientras las administraciones permiten que se especule con cada viejo almacén y cada palmo de costa.

Hoy por hoy, Ses Salines representa la mayor metáfora de la decadencia ibicenca y la dualidad contradictoria que lleva devaluando los paisajes de la isla desde hace décadas: Por un lado, existen unas leyes y ordenanzas que regulan y protegen el territorio; y por otro, una realidad paralela donde estas normas se incumplen sistemáticamente, mientras las administraciones hacen la vista gorda por incapacidad, indolencia o cualquier otra razón. La gravedad de esta lamentable situación, sin embargo, se multiplica en un parque natural.

Quien haya paseado estos últimos años por los estanques y la costa que los circunda se habrá quedado estupefacto al contemplar cómo el viejo almacén de es Codolar ha sido transformado por la empresa salinera en un chalet de lujo, pegado al mar y a los estanques. O que la pequeña casa del motor, cobertizo ubicado a la entrada de es Cavallet, ha sido también reconvertido, con total visibilidad y descaro, en otra vivienda. Incluso la vieja barraca situada en mitad de los estanques próximos a Sant Francesc lleva años ejerciendo de valla publicitaria para una marca de sal que, por cierto, no pertenece a la industria salinera. ¡En un parque natural!

A todo ello se suma la explotación turística de otros inmuebles vinculados a la industria de la sal, pese a estar prohibido. Sin olvidar, además, el gran business de los numerosos chiringuitos, restaurantes y zonas de hamacas que inexplicablemente sigue gestionando la misma salinera, con un criterio completamente opuesto al que debería de primar en un espacio protegido. Algunos de ellos son extraordinariamente ruidosos, pues se les permiten unas multitudes y un volumen musical impropios de un parque natural.

La empresa salinera lleva a cabo estos desmanes sin las oportunas licencias en muchos casos –es imposible que se las concedan– y, pese a ello, las administraciones se lo toleran. La guinda a esta desastrosa actitud administrativa la conocimos la semana pasada. Siete expedientes sancionadores iniciados en 2017 contra la empresa salinera por éstas y otras obras ilegales se han dejado caducar. Las instituciones locales y autonómicas directamente han hecho dejación de funciones, en su obligación de velar por la protección de un espacio que debería de ser ejemplar y estar controlado al milímetro. Ni siquiera el descaro con que se actúa ha encendido las alarmas, como tampoco el mal ejemplo que supone para toda la isla. Eso por no hablar del agravio comparativo con respecto a las numerosas personas que solicitan una ampliación o reforma de su propiedad en suelo rústico, incluso por necesidades agrícolas, y la tramitación de su licencia se dilata durante años e incluso lustros, en caso de que se la concedan.

Al parecer, los expedientes caducados pueden reabrirse mediante un proceso burocrático relativamente sencillo, pero demuestran que el Parque Natural de Ses Salines no constituye para nada una prioridad. El fracaso de estos expedientes lo ha dado a conocer la Conselleria de Medio Ambiente del Govern balear, que además reconoce que a ella misma se le ha prescrito el soterramiento de una línea eléctrica que atraviesa el parque y que constituye un peligro para las aves, además de un engendro estético que podría haberse solucionado con voluntad y diligencia.

La culpa por el resto de expedientes caducados, según Medio Ambiente, la tiene mayoritariamente el Ayuntamiento de Sant Josep, que no ha respondido a los requerimientos informativos del Govern balear. La razón, según ha dicho un portavoz municipal, es la sobrecarga de trabajo en el departamento de Urbanismo y que se da prioridad a los requerimientos de los juzgados. De sus palabras se deduce, por tanto, que los desmanes urbanísticos en el Parque Natural de Ses Salines no representan una prioridad para el consistorio.

A ello se suma el guirigay de los vendedores ambulantes que cavan zulos en las dunas protegidas para esconder su mercancía, los chárters ilegales que embarcan clientes ante las narices de los bañistas, el caos de coches mal estacionados, etcétera. En definitiva, lo que tantas veces hemos reiterado: que Ses Salines es un parque natural de pandereta.

Tras la pandemia, no sabemos cómo evolucionará la imagen de Ibiza en la próxima década, pero los recursos ambientales y el concepto de sostenibilidad serán, sin duda, esenciales. No dar prioridad al parque natural significa perder el tren del futuro.

Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza