“Según aviso del torrero, una chispa eléctrica ha incendiado la pólvora de la torre de Campaniche y volado la mitad. No hay desgracias” (telegrama del gobernador militar de Ibiza al capitán general de Baleares. 29 de noviembre de 1864).

Hace siglo y medio, a la lengua de tierra que se adentra en el mar desde el istmo que forman Cala Boix y Pou des Lléo, hoy conocida como Cap Roig, se la denominaba Campanitx. El mismo topónimo que el gobernador militar de Ibiza castellanizaba absurdamente como “campaniche”, mientras informaba de la explosión que acabaría para siempre con el principal puesto de vigilancia de la costa este de Ibiza: la torre d’en Valls. Un monumento que no volvió a ser restaurado hasta los ochenta del siglo XX y que constituye la perfecta metáfora del abismo que a menudo separa la verdad burocrática de la verdad verdadera.

La torre se erigió en 1763, según proyecto del ingeniero Juan Ballester, como parte del sistema defensivo de las Pitiüses frente a los corsarios enemigos. Hasta volar por los aires, contó siempre con un par de funcionarios adscritos del Cuerpo de Torreros y uno o dos cañones de hierro, según las épocas. Al igual que el resto de edificios troncocónicos contemporáneos a éste, consta de dos plantas. Se accedía por la de arriba, para mayor seguridad, mediante una escalera de cuerda que luego se plegaba dejándola inaccesible. A la inferior, donde aguardaban el polvorín y la sala de víveres, se descendía por una escalera de caracol. La plataforma superior estaba coronada por una garita de vigilancia con tronera, que protegía desde arriba la doble puerta de entrada. En definitiva, una fortaleza militar en miniatura que, según la versión oficial, estalló a consecuencia de un rayo.

Los dos últimos torreros –los protagonistas de nuestra historia–, vivían en el propio baluarte y eran parroquianos de Sant Carles: Vicent Guasch, Gorc, y Marcos Colomar. Cuenta el parte reglamentario que media torre voló por los aires cuando los dos funcionarios no estaban presentes. Declararon que, en cumplimiento de sus funciones, habían abandonado el puesto de guardia al avistar un barco que se aproximaba a la costa en mitad de la tormenta y que finalmente se alejó. “Regresamos otra vez a la torre, y nos encontramos en la inesperada novedad, que parte de ella estaba derribada, cuyo suceso tan solo podemos atribuir a algún rayo”, especulaban los interfectos en el testimonio oficial que ofrecieron a sus superiores.

Hoy, que a menudo leemos historias de edificios arruinados por la detonación de tres ó cuatro kilos de pólvora metidos en una olla exprés, resulta sencillo imaginar el estruendo que debieron de provocar los cinco quintales –500 kilos– que se acumulaban en el polvorín de cabo “Campaniche”. No sólo tuvo que oírse la batahola, sino que debieron de temblar los cimientos de la mayor parte de las casas del pueblo. La voladura, sin embargo, no llegó a oídos de aquel par de agudos vigilantes que ‘apatrullaban’ las cercanías, pues, según confesaron, únicamente descubrieron el percal cuando lo tuvieron delante.

Aunque no hay testimonios manuscritos, si existen distintas versiones alternativas, que recogen Michel Ferrer Clapés y Antonio Ferrer Abárzuza en su libro ‘Torres de defensa de Santa Eulària’. Según se deduce, Gorc y Colomar, además de torreros, debían de ser dos parranderos de cuidado, aficionados a cortejar a toda moza casadera y a asediarlas a escondidas por las ventanas, en la oscuridad de la noche. Eso que en ibicenco se conoce como “anar de finestres”.

Aquella fatídica velada, según la memoria popular, se celebraban las matanzas en casa de Colomar, quien además se llevó a su acólito al convite. Algún mozo encrespado aprovechó la ausencia de los torreros para vengarse de sus correrías de festeig y le prendió fuego al polvorín.

Nunca sabremos cómo fue en realidad la voladura de la torre d’en Valls, pero en Madrid se compulsó la versión oficial, que volvió acompañada de la promesa de un nuevo puesto vigía en las cercanías. Como es habitual, nunca llegó a construirse. Otra de las verdades de la burocracia.

Artículo publicado en El Dominical de Diario de Ibiza. Es parte de mi ‘Imaginario de Ibiza’

One Response to “Imaginario de Ibiza (XLIII): Sabotaje en la torre d’en Valls”

  1. Un quintal métrico son 100 kgrs, si bien 1 quintal español son 46 kgs y lo que usamos para pesar el cerdo en las matanzas, las arrobas, son 11,5 kgrs, justo una cuarta parte del un quintal.
    No conocía el significado de quintal y sólo buscando y navegando por internet he llegado a esta conclusión, más que nada para saber si estoy en la vía correcta o no.
    Un cordial saludo de un admirador por toda la cultura que estoy aprehendiendo de la isla siguiendo tus trabajos impresos en Ibiza5sentidos.

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