Parece insólito que en mitad de la bahía de Sant Antoni, rodeado de hoteles, pubs y chiringuitos, aislado por el paseo marítimo y protegido por una valla anti hooligans y gamberros –única forma de garantizar su conservación–, aguarde el único paisaje etnológico que vincula el puerto a un pasado de marineros y payeses.

Y aún resulta más paradójico que este reducido microcosmos, hoy asediado por el caos de la modernidad, sea precisamente el mismo que habitó el primer ilustrado que advirtió con realismo y contundencia sobre la dramática transformación que traería consigo el turismo y la especulación urbanística. Aquel rincón hoy lo conocemos como sa Punta des Molí y fue morada durante unos meses del filósofo y ensayista alemán Walter Benjamin, uno de los pensadores más brillantes de la Europa del primer tercio de siglo.

Benjamin se fundió con el paisaje y la idiosincrasia de Ibiza durante dos largos y cálidos veranos; los de 1932 y 1933. Para él fue un oasis en mitad de una etapa áspera y convulsa que ya no tuvo vuelta atrás;un santuario frente a la tormenta sentimental, ideológica y política en la que se encontraba inmerso. Benjamin desembarcó con la cabeza embotada por la amargura, con el divorcio de su mujer palpitándole en las sienes y el hondo pavor que le generaba un monstruo reciente y en expansión, que supuraba odio por las costuras de la patria: el nazismo.

Aquella Ibiza casi medieval acogió al judío proscrito y comunista, y lo arrancó a ratos de la intelectualidad, sumergiéndole en la vida sencilla de los labradores y los marineros, con sus casas encaladas, sus fincas roturadas, sus higueras apuntaladas y esos atardeceres milagrosos. Benjamin se zambulló en las calas del paraíso, salió a pescar meros y langostas, y contempló el rubor sincero de las payesas al sentirse observadas por un extranjero. Fue probablemente una última etapa de paz verdadera, antes de deambular por Europa en una larga huida que acabó en suicidio: una sobredosis de morfina en Port Bou (año 1940), justo antes de que las autoridades españolas le deportasen a Francia donde le esperaba el terror nazi.

Para su exilio pitiuso el filósofo desistió de quedarse en la ciudad. Quedó seducido por Portus Magnus, el gran puerto bautizado así por los romanos, que con los siglos derivó en Portmany. Allí, en mitad de esa orilla salvaje, en un saliente rocoso entre arenales y aguas turquesas, junto a los varaderos, le esperaba el viejo molino de Bellavista, erigido en 1818 y jubilado un lustro antes por las máquinas harineras. Al pie de sus aspas desnudas, una vieja noria árabe, la vivienda principal de la finca y una modesta estancia que Benjamin alquiló a María, hija y heredera de Joan Bonet, el último molinero. Una casita que ya no existe y que todo el mundo conocía como Can Frasquito.

El portador de aquel mote era el marido de María, un pescador alicantino abierto y alegre, que se hizo inseparable de Benjamin y le reveló la forma de vida y el carácter amistoso de los ibicencos. Una morada austera que pudo alquilar por poco dinero, pues a las penurias morales y sentimentales también se sumaban las económicas.

En la bahía de hoy cuesta imaginarse a Benjamín con su tupé, sus sienes plateadas, su mostacho y sus gafas redondas haciéndose a la mar con Frasquito, curioseando por el molino o, tal vez, buscando esa fuente invisible de agua, que manaba en medio de la playa, entre la mar salada, tan fresca, dulce y abundante que, si uno conocía su ubicación, podía recogerla a cubos sobre la superficie en los días de calma. Por eso, antes de que existiera el molino, aquel enclave era conocido como sa Punta de sa Font. Y mientras el manantial escondido irrumpía en la bahía, otro se abría paso en las entrañas del escritor y le alentaba, pese a las dificultades y la tristeza, a redactar una valiosa parte de su extensa bibliografía.

Sa Punta des Molí representa mucho más que un recuerdo de la Ibiza que fuimos. Es también la huella de Walter Benjamin y la triste metáfora de sus vaticinios.

Artículo publicado en El Dominical de Diario de Ibiza. Es parte de mi ‘Imaginario de Ibiza’