“En ocasiones veo muertos”, revelaba el sufrido niño de la película ‘El sexto sentido’. Los ibicencos padecemos idéntica desazón, aunque no por encontrarnos las calles atestadas de zombies –que a veces también–, sino por la posibilidad de toparnos con una fiesta improvisada a la vuelta de cualquier esquina o en la puerta de casa.
La isla del jaleo nació con las macrodiscotecas, que aún perduran, en los ochenta. Años después, fueron obligadas a cubrir sus pistas de baile para que el estruendoles resultara algo más llevadero a losresignados ciudadanos. Desde entonces y de manera periódica, los representantes de las salas de fiestas aluden a aquellas reformas como si nos hubiesen hecho el favor de nuestras vidas y aún tuviésemos que agradecérselo. Este mismo verano,sin ir mas lejos.
Superada esa primera época, se inició un goteo de casas y almacenes que, más o menos de tapadillo, acabaron mutando en lo mismo. Tras años de operar impunemente en la ilegalidad, buena parte de ellos lograron pertrecharse tras la figura del “café-concierto” y semi-legalizar su actividad. En realidad, ni sirven cafés ni celebran conciertos, sino que ejercen de after hours en parques naturales o junto a las carreteras. Componen el segundo episodio del mismo serial.
La tercera ola, ya en este siglo, derivó en la apertura descarada de discotecas en negocios en teoría dedicados a otros menesteres. De ellos hemos visto desplegar todo un abanico de sucedáneos: hoteles discoteca, beach club discoteca, barcos discoteca, chiringuitos discoteca, chalets discoteca y hasta hemos llegado a sufrir–puntualmente y con la boca abierta–, bosques discoteca, islotes discoteca y calas discoteca, donde se ha llegado a impedir el paso a quien no estuviera invitado. Hace un par de veranos, en Santa Gertrudis, incluso abrió un polvorín discoteca.
La semana pasada, sin embargo, volvimos a asombrarnos ante la capacidad creativa y el espíritu innovador de los piratas de la noche pitiusa, que han alumbrado una nueva modalidad en esta escalada del descaro: la galería de arte discoteca. El jueves, a las 7 de la mañana, la policía municipal de Vila se encontró a 400 personas en un local del polígono es Gorg con aforo para 150 y licencia de club cultural que impide abrir más allá de la medianoche. Incluso dispone de una página web donde anuncia exposiciones de arte.
La galería fue finalmente denunciada por no disponer de licencia de música, superar el aforo, incumplir el horario de cierre y por consumo de bebidas en vasos de vidrio en el exterior; casi nada. Dentro, incluso se habían habilitado dos barras. En fin, una disco en toda regla en una nave poligonera, al estilo de las que arrasan en los cinturones industriales de las grandes ciudades, aunque con el barniz glamuroso de Ibiza.
A esta sala de exposiciones, sin embargo, difícilmente irá la Agencia Tributaria a olisquear en busca de dinero negro. Cómo podría sospechar que un local de exhibiciones pictóricas se transforma por la noche en el epicentro de una parranda de las buenas. Los funcionarios de Hacienda, acompañados de policías con ametralladoras, sí han continuado con la campaña de inspecciones en Ushuaia y Pachá, después de las que ya tuvieron lugar en julio en Space y Privilege, en el marco de la denominada ‘Operación Chopín’. El efecto sorpresa, sin embargo, hace ya tiempo que se diluyó. Si encuentran algo ilegal en la contabilidad de estas dos discotecas, a sus gestores habrá que acusarles además de inútiles, pues resulta inimaginable que en estas semanas no hayan puesto hasta el último de sus papeles en orden.
De todo esto podemos extraer una conclusión evidente: todo el que busca hacer el gran negocio en Ibiza apuesta por abrir discotecas, camuflándolas en el formato que sea. Cualquier día comienzan a montarnos fiestas en los polideportivos o en las iglesias.
Ahora que el Tribunal Superior de Justicia de Balears ha declarado nula la adjudicación del crematorio de Santa Eulària, lo que constituye todo un revés para el consistorio y su supuesta política de transparencia, tal vez algún promotor de la noche pueda sacarle partido. Que aproveche, por ejemplo,para un montar una discoteca cañera y vintage que rinda homenaje a la mítica ruta del ‘bakalao’ de los noventa. Tendría la ventaja añadida de que al que se le fuera la mano con las pastillas ya no habría que moverle del sitio. El nombre está cantado: ‘Crematorio After’… Mejor no dar ideas.
Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza