La controversia oscila estos días en torno a un lujoso hotel de Platja d’en Bossa que, para no perder comba en el tortuoso camino de la innovación turística mundial, ha iniciado la instalación de la mayor pantalla exterior cóncava del planeta. La empresa promotora, henchida de orgullo, como no podía ser menos, hizo públicas hace unas semanas las extraordinarias dimensiones de este coloso electrónico: 30 metros de alto por 13,2 de ancho; o sea, 400 metros cuadrados de superficie. Prácticamente la misma que una cancha de baloncesto y suficiente como para cubrir una fachada entera del establecimiento.

Estamos, no cabe duda, ante un alumbramiento tecnológico de proporciones épicas, que definitivamente lanza a Ibiza al estrellato internacional del sector del lujo. Tal vez no llegue a tanto como cuando Neil Amstrong pisó la luna por primera vez y pronunció aquella memorable frase de “un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad”; pero casi. Un épico panel con más de 600.000 píxeles que proyectará sobre el cielo pitiuso una emisión ininterrumpida las 24 horas del día. ¿Qué mejor promoción puede existir para las fiestas de Ibiza?

Si a un ibicenco le cuentan que se ha construido un televisor del tamaño de un edificio de diez plantas y le preguntan que dónde imagina que se va a instalar, jamás diría que en la isla. Pensaría que en la plaza de alguna ciudad salpicada de rascacielos, como la neoyorquina Times Square o la londinese Picadilly Circus; o tal vez apostaría –nunca mejor dicho– por Las Vegas, donde ocuparía un lugar prominente entre pirámides de cartón piedra y los refulgentes neones de los casinos.

Cabe recordar que la superación de récords Guinness es algo a lo que ya nos tiene acostumbrados la cadena hotelera promotora. No olvidemos que esta compañía posee en la misma ubicación el restaurante más caro del mundo. No es el mejor, ni el más original, ni el más sorprendente. Tampoco se ha llevado reconocimiento alguno por su calidad. Pero existe gente capaz de pagar 1.500 euros por probar su menú degustación –aunque la rumorología maledicente asegure que más bien tirando a poca–. En ocasiones, uno llega a pensar que bajo la corteza terrestre que cubre Platja d’en Bossa se oculta un magma de fuerzas telúricas, que explosiona en forma de creatividad sin límites.

Sin embargo, entre la sociedad pitiusa siempre irrumpe esta horda de ultras medioambientales y demás rémoras sociales, que critican por principio estos gloriosos avances de nuestro modelo turístico, que nos han situado en el epicentro universal del lujo y el desparrame. Ahora que los billetes prácticamente nos llueven del cielo y sólo hay que atraparlos con un salabre, estos parásitos se lamentan del agotamiento de la naturaleza, el colapso de las playas, la urbanización de los campos y otras bagatelas. ¡Pretenden que volvamos a vivir de las algarrobas!

Los últimos han sido los miembros de la Agrupación Astronómica de Eivissa, que han denunciado que el macro-pantallón de Platja d’en Bossa va a provocar tanta contaminación lumínica que pondrá en peligro sus trabajos de observación y catalogación de asteroides, además de afectar gravemente a los pájaros que habitan el fronterizo Parque Natural de Ses Salines.

Ante estas acusaciones, la compañía hotelera ya ha informado que cuenta con la preceptiva licencia municipal y también con el beneplácito de la Agencia Estatal de Seguridad Aérea. Además, el ángulo de los diodos que conforman la pantalla apunta hacia abajo y se instalará una visera gigante en lo alto, para evitar que la luz se propague hacia el cielo.

Aun así, seguro que aparece algún facineroso abanderando otra idea peregrina. Que si semejante “mamotreto” entra radicalmente en contradicción con la imagen de paraíso mediterráneo que llevamos décadas vendiendo, que si constituye un desastre estético, que si cómo es posible que le hayan concedido la licencia…. Incluso habrá alguien que denuncie la supuesta contradicción de combatir las vallas publicitarias de las carreteras, mientras se permiten anuncios luminosos del tamaño de polideportivos.

En todo caso y ya dejando al margen la ironía, sí hay que reconocerle un mérito incontestable a la empresa que impulsa esta horterada desproporcionada y fuera de lugar: ahora ya nadie la tendrá más grande que ellos.

Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza