En el año 2005, cuando Zapatero presidía España, el Partido Popular popularizó el término “efecto llamada”. Con esta expresión quiso alertar de una posible avalancha de inmigrantes y el supuesto peligro de que arrasaran las vallas de Ceuta y Melilla, a consecuencia del proceso de regularización de ‘sin papeles’ anunciado por el Gobierno socialista. Como era previsible, la sangre no llegó al río pero nos quedó como herencia esta locución, que hoy nos viene como anillo al dedo para exponer uno de los fenómenos que azotan la isla.
En Ibiza también hemos generado un “efecto llamada” que atrae a un aluvión de gente de fuera. No afrontamos, sin embargo, un fenómeno migratorio protagonizado por oleadas de trabajadores que imaginan Ibiza como la tierra prometida, donde ofrecer a sus hijos educación, sanidad y condiciones de vida dignas. Los precios disparatados de la vivienda justamente provocan el efecto contrario y en la isla, pese al crecimiento espectacular de la actividad turística, nos encontramos con la paradoja de un déficit extremo de buenos profesionales que atiendan a un público tan presuntamente selecto como el nuestro.
El “efecto llamada” de Ibiza lo provocan el lujo desaforado, el derroche sin mesura y la imagen de territorio sin ley que cada vez se asocia con mayor frecuencia a nosotros. A quien atrae este “efecto llamada” es a una horda de delincuentes de todo pelaje, nacionales e internacionales, que sí conciben Ibiza como su paraíso dorado. Matones, ladrones, narcotraficantes y proxenetas aterrizan como si, al igual que los irreductibles galos de Astérix, llegaran empachados de la poción mágica de la impunidad. En Ibiza se delinque en un ambiente de calma chicha impropio de un espacio tan reducido, rodeado de mar y sin rutas de escape, que a priori debería generar en el criminal sensaciones claustrofóbicas y desasosiego.
Al analizar esta situación de alarma, podríamos sentirnos tentados de dejar al margen la problemática de la droga, con la que llevamos décadas conviviendo. Si los turistas deciden ponerse hasta las trancas de pastillas de colores y luego se arrojan por el balcón del hotel o la emprenden a dentelladas con los enfermeros de urgencias, es su problema (y el de los pobres sanitarios). Pero incluso la cuestión de la droga, habitualmente manejada con discreción por veteranos mafiosos, se ha salido de madre en estas últimas temporadas. En Ibiza ya tenemos reyertas entre bandas en plena calle, secuestros exprés, planeadoras que desembarcan a pleno día en la costa y son abandonadas al más puro estilo Rías Baixas…
Estábamos acostumbrados a que en la isla se produjera un acontecimiento delictivo importante cada tantos años. Ahora casi tocamos a suceso por semana. En este final de año los robos en casas aisladas siguen protagonizando las páginas de la prensa ibicenca. Siempre hubo ladrones, pero nunca se atrevieron a entrar en los hogares pitiusos cuando había gente dentro. No amenazaban, ni propinaban palizas, ni eran tan imprudentes como para forzar 4 ó 5 veces la misma vivienda. No estamos ante los bandoleros de antaño. Éstos son diferentes y pertenecen a bandas venidas de fuera, sin temor y sin escrúpulos.
Ibiza resulta tan apetecible que incluso nos frecuentan grupos altamente especializados, como esa banda dedicada a sustraer relojes de lujo en los semáforos. Cuando un millonario detiene el coche y reposa el brazo izquierdo en la ventanilla, aparece uno de estos hábiles transalpinos y le birla el Rólex de 300.000 euros en un visto y no visto. Podemos referirnos en los mismos términos a la prostitución –con menores involucrados–, el blanqueo de capitales, etcétera.
¿Qué se les pasará por la cabeza a todos esos delincuentes que tienen a Ibiza en el punto de mira cuando leen que, incluso en pleno verano, la isla, en muchos momentos, sólo está vigilada por una patrulla de la Guardia Civil? Si yo fuera forajido, me entraría la risa floja y correría a comprar un billete.
La seguridad de Ibiza ya no puede concebirse como cuando estábamos solos, con nuestros problemillas domésticos y una manada de turistas que iban y venían. Ahora convivimos con una población fija y estacional de malechores que crece temporada tras temporada y que para nada siente el aliento de unas fuerzas de seguridad expeditivas en el cogote. Ibiza requiere de un plan serio de seguimiento de la delincuencia y de profesionales especializados que, más allá de patrullar por los caminos, se dediquen a cruzar datos con la Interpol, a identificar bandas organizadas y a orientar la política de seguridad hacia la prevención. Mientras este cambio no se produzca de forma drástica y los delincuentes lo visualicen, es como si les invitásemos a entrar y les dijésemos que cojan lo que quieran.
Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza