¿Qué pensamientos ocuparán estos días la mente de esos vecinos de Sa Penya, que cada día amanecen con las calles repletas de basura, las paredes pintarrajeadas y las tapas de las alcantarillas ausentes, mientras observan al Ayuntamiento que debería velar por su bienestar derrumbarse como un castillo de naipes? ¿Cuán amargo les resultará descubrir la catadura moral de sus gestores políticos, que se han pasado la legislatura confabulando contra sí mismos, humillándose y zancadilleándose con las peores artes, mientras en el barrio turistas, ancianos y vehículos son apedreados con total impunidad y los desalojos dictados por los juzgados se paralizan por desidia municipal?

¿Qué imagina el equipo de gobierno de Vila, ahora hecho jirones, que barruntan los ibicencos pegados a la actualidad, cuando pasean por Dalt Vila con sus hijos y se encuentran todos los elementos de la musealización destrozados o erosionados hasta el extremo de resultar ilegibles, además de una ausencia absoluta de avances en la puesta en valor de la zona monumental?

¿Y los usuarios de la piscina municipal de Can Misses, que llevan cuatro años esperando retomar su rutina deportiva porque el Consistorio no termina unas simples obras de reforma? Lo mismo puede aplicarse a los pasajeros de autobús que tienen que soportar el desaguisado de las paradas callejeras, los residentes de los barrios periféricos que transitan eternamente sobre aceras rotas, los vecinos que se asean con agua ensalitrada y tantos otros ciudadanos cuyas demandas son automáticamente aparcadas en un cajón, porque quienes toman las decisiones dilapidan sus reservas de energía y creatividad en hacer la vida imposible a sus compañeros.

¿Qué ocurrirá el día en que le quiten a Eivissa la declaración de Patrimonio de la Humanidad? Así ha anunciado que puede ocurrir la dimitida teniente de alcalde, Lina Sansano, que además ha revelado que una cuestión tan sensible y estratégica como la patrimonial se ha estado usando como arma arrojadiza entre una facción y otra. Mientras los concejales conspiraban por WhatsApp, el tiempo ha pasado y se aproxima el vencimiento del plazo de entrega del plan de gestión que exige la Unesco, en caso de que pretendemos seguir perteneciendo a este reducido club de privilegiados. ¿Qué venderemos entonces en las ferias turísticas? ¿Entradas para las patéticas intrigas shakesperianas que se interpretan en el escenario municipal? No le interesan a nadie. Ni siquiera a los residentes, que sólo aspiran a una gestión decente de la ciudad y una ejemplaridad mínima en el comportamiento de sus representantes.

El esperpento ha alcanzado tales cotas de desvergüenza que la crisis consistorial ha derivado en un vacío de poder que ya no tiene vueltas atrás. Política y gestión local han quedado secuestradas por la incompetencia y el egoísmo de sus actores. Ahora, sólo queda soportar la transición hasta las próximas elecciones municipales y cruzar los dedos para que el piloto automático de los funcionarios cubra las necesidades mínimas y evite el colapso corporativo.

Pero la responsabilidad se extiende mucho más allá de las fronteras consistoriales. Ante semejante cúmulo de surrealismo, desgaste e incoherencias, las instancias superiores del partido deberían haber impuesto orden, con ejemplaridad y sin contradicciones. Aunque fuera a costa de descabezar a parte del gobierno municipal, que al final ha acabado manejando los tiempos hasta a la hora de suicidarse.

La dirección del PP, con su presidente a la cabeza, ha demostrado una incapacidad absoluta para frenar un desastre que se veía venir desde hace tiempo. Se han limitado a ir a remolque y ahora contemplamos su mirada extraviada en la prensa, la del boxeador noqueado a punto de precipitarse sobre la lona. Inspiran de todo, menos confianza.

Primero los ediles se insultaron como poligoneras, a continuación la teniente de alcalde aireó los trapos sucios iniciando esta nueva crisis y, después, el presidente la llamó a capítulo por hacer públicas sus discrepancias en los medios de comunicación. Sin embargo, 24 horas antes, Serra usó la misma táctica –a través de las páginas de este periódico–, para acusar al diputado Fajarnés de dejación de funciones y de no haber pegado palo al agua en toda la legislatura. Casi nada…

Un pim pum pam al que los ciudadanos asistimos alucinados, mientras la imagen de la isla cae a los niveles más bajos de su historia. Ahora, cuando ya no tiene remedio, muchos piden perdón. Pero únicamente les impulsa el miedo a ser arrastrados por el torrente de mierda. Como decía un amigo, “ya son demasiados los que han perdido la capacidad para sentir vergüenza”. Habría que pedirles daños y perjuicios por haber dilapidado cuatro años de la vida de esta ciudad.

Artículo publicado en Diario de Ibiza