¿Se imaginan que en Arabia una bacteria corrompiera los pozos petrolíferos? ¿O que en las minas de oro chinas un hongo redujera el metal a virutas? ¿Qué creen que harían sus respectivos gobiernos?
Crearían un comité de emergencia, integrado por ingenieros, biólogos, químicos y toda suerte de especialistas. Realizarían análisis en todos los centros productivos y pondrían a investigar a las universidades y a la empresa privada. Encargarían a sus matemáticos que calculasen proyecciones de daños y al banco central que generase un fondo de emergencia con el objetivo de frenar, al precio que fuera, el avance del fenómeno.
Eivissa también tiene petróleo. Nuestra materia prima más valiosa se llama “playas” y sustenta la industria turística de la isla. Podemos polemizar sobre si los turistas llegan atraídos por las discotecas, la naturaleza, el clima benigno o los ecos hippies del pasado. Pero hay una verdad incontestable: las Pitiüses, sin playas de calidad, serían un destino muerto.
Dejando al margen la permisividad de las distintas administraciones frente a los innumerables abusos de negocios costeros, hay dos fenómenos que están poniendo en grave peligro la imagen y el atractivo de nuestras playas: la epidemia anual de medusas y el avance de la denominada ‘micro alga’. Antaño, el deporte nacional del turista era descubrir una cala nueva cada día. Hoy, el objetivo es evitar medusas y manchas verdes.
Un ayuntamiento, al parecer, ha iniciado tímidos avances, pero lo cierto es que ambos problemas empeoran gravemente temporada tras temporada. Casi nadie con poder ejecutivo observa el asunto con la preocupación que merece. Estamos ante el problema más dramático que afronta nuestro sector turístico, por encima de stands en ferias, regulaciones de horarios o taxis piratas.
Hay otros destinos afectados por las plagas de medusas, como la Manga del Mar Menor, donde instalan redes que impiden a los celentéreos encallar en la orilla, sin generar daños en el ecosistema marino. Incluso en una playa pitiusa estas redes se probaron en secreto, por miedo a los inspectores de Costas, con resultados positivos.
El efecto tinte de la ‘micro alga’, por su parte, se inició hace más de una década en Cala Tarida, pero ya se ha propagado a múltiples playas de todos los municipios y todos los años hay que incorporar nuevas calas a la lista negra. Un hostelero inquieto me explicó el pasado verano que la microalga se alimenta sobre todo de fosfatos, presentes en los productos de limpieza. Los análisis realizados en la costa rara vez detectan fecales, porque el terreno ejerce de filtro natural, pero los químicos de los detergentes sí alcanzan el mar. En Cala Vedella han desarrollado un sistema de bombeo que reduce las consecuencias de la microalga y hay universidades que investigan su biología. El origen del problema son las desastrosas infraestructuras sanitarias de nuestra costa, pero renovarlas, aunque sea imprescindible, llevará décadas. Hay que buscar soluciones a corto plazo, compatibles con el ecosistema.
Me pregunto cuántos minutos habrán dedicado nuestros políticos y las asociaciones de empresarios a esta cuestión. ¿A qué esperan para recopilar información y buscar alternativas? ¿A qué nuestros pozos de petróleo se sequen y nuestras minas de oro se agoten?
Artículo publicado en el diario Última Hora Ibiza