Sobre Ibiza y Formentera hemos visto y escuchado auténticas barbaridades, pero la crónica del delirio pitiuso rara vez ha alcanzado cimas tan humillantes como las que pudimos contemplar la semana pasada en el ‘Teleobjetivo’ de La 1 de TVE. Este programa dedicó un documental de veinte minutos a la inflación descabellada que registra el sector de la vivienda de alquiler y a los grupúsculos mafiosos que se aprovechan, sangrando a trabajadores y familias.La emisión dinamitó por completo el poco crédito que pudiera quedarnos como territorio idílico.

¿Recuerdan cuando los medios sensacionalistas extranjeros se dedicaban a exponer Ibiza como el edén de las drogas, las noches salvajes y el sexo desenfrenado? Nos subíamos por las paredes por la burda generalización y nunca atisbamos a imaginar que nuestra imagen pudiera hundirse aún más. Los ibicencos, hasta hace cinco o seis años, aún nos costaba poco sacar pecho por nuestra tierra y siempre teníamos a mano una respuesta contundente paraacallar al foráneo que sacara a relucir la espinosa cuestión de nuestra mala fama: “es una exageración inmerecida”, “hablamos de una mínima parte de Ibiza”, “El 90% de la islaresulta tranquila, familiar y silenciosa”…

Ante el despliegue de situaciones tan reales como penosas que ofreció TVE la semana pasada, se nos agotan los argumentos y el amor propio. El problema de la vivienda ha generado tal metástasis social que ya no podemos escudarnos en el sensacionalismo y pasar página.

Ibiza –en contraste con megayates, discotecas y camas balinesas–, quedó retratada como un barrio lumpen del extrarradio de cualquier urbe empobrecida por la crisis. Una chica que duerme en un coche porque no tiene para el alojamiento, familias que se refugian en obras destartaladas donde los retretes son agujeros en el suelo, gente que duerme a ras de cielo en un colchón entre matorrales, un enfermo de cáncer que vive hacinado con los suyos en un local comercialde treinta metros cuadrados sin ventilación… Lo sorprendente y único de Ibiza es que los protagonistas no son indigentes ni drogadictos, sino trabajadores que incluso ganan sueldos razonables pero que, en la isla, no les dan para una vivienda no ya digna, sino con lo elemental: paredes, techo, puerta, ventanas y una taza de water.

Los mafiosos, en Ibiza, se han dedicado por sistema a los asuntos del vicio: tráfico de drogas, prostitución, etcétera. Sin embargo, la mafia va a donde huele dinero y economía sumergida y hoy, en Ibiza, lo más rentable y menos arriesgado es traficar con la vivienda. La mitad de los alquileres turísticos de la isla los manejan empresas británicas e italianas, que en muchos casos operan en la ilegalidad, cobran en negro e hinchan los precios a lo loco. La demanda es tan exagerada que aunque los propietarios reales perciben cantidades importantes, los beneficios de este hampa de intermediarios resultan estratosféricos.

En Ibiza conservamos un monumento a los corsarios porque en el pasado nos defendieron de los piratas. Construimos torres y murallas, y fletamos jabeques comandados por los marineros pitiusos más expeditivos. Hoy, los piratas han acabado conquistándonos progresivamente, sin el menor disimulo, gracias a nuestra indolencia y pasividad. De Ibiza se han adueñado taxis pirata, inmobiliarias pirata, hamaqueros pirata, discotecas pirata, fiestas pirata, catering pirata, party-boat pirata…

Los piratas del medio ambiente también vacían sus alcantarillas en el mar, otros piratas arrasan la posidonia con las anclas de sus megayates y además tenemos beach club capitaneados por piratas que sistemáticamente se pasan las ordenanzas y la calidad de vida de los indefensos ciudadanos por el forro de la badana. Su poca vergüenza es tan desmedida que primero nos maltratan por sistema y luego se escudan en argumentos como que “la música al aire libre está en el ADN de Ibiza”.¿Cómo es posible que en los 90 se obligara a las discotecas a cubrirse y luego hayamos involucionado a este desparrame sin límites?

Hay días en que a uno le embarga la sensación de que, entre unas cosas y otras, Ibiza se hunde a marchas forzadas y sin remisión. La bola se ha hecho tan grande que cuando las autoridades políticas deciden meterle mano descubren que la misión es titánica. Desde que la isla se ha vendido al dinero de manera tan triste, cada día nos queda menos conciencia colectiva y orgullo. Antaño decíamos que en ningún sitio se vive como en Ibiza. ¿Hoy quién puede asegurarlo?

Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza