La fuente octogonal del Patio de los Leones, en la Alhambra, exhibe un poema grabado en la piedra, cuyo más bello fragmento se pregunta: “¿Cuál es el mármol y cuál es el agua? No sabemos cuál de los dos es el que se desliza. El agua se desborda por los lados y luego desaparece por los sumideros. Es como un amante cuyos párpados están henchidos de lágrimas, pero las oculta para que no le delaten”.

La lírica de Ibn Zamrak (siglo XIV) revela una evidencia: que el esplendor de La Alhambra, más que en los arcos de herradura, las albanegras, las filigranas de las yeserías o la geometría de los mocárabes, radica en la sinfonía del agua que arrastra la acequia real. Aquel que haya deambulado por los palacios nazaríes de Granada y después haya vagado en silencio por los senderos de Es Broll de Buscastell, en tiempo de lluvias, cuando la acequia rebosa y el agua fluye por los recovecos de los bancales, formando pequeños riachuelos, habrá experimentado idénticas sensaciones.

En Es Broll, el manto verde de forrajeque cubre los campos escalonadosy los bastos muros de piedra y argamasa que los soportan sustituyen al mármol pulido y los atauriques de la ciudad áulica. Pero basta con cerrar los ojos para bailar al son de la misma música. Allá, al pie de Sierra Nevada, fueron los ingenieros nazaríes; aquí; en las entrañas de Yebisah, los payeses andalusíes de las alquerías de Benirroym y Benimaimó, descendientes de clanes árabes y bereberes. Juntos construyeron un sistema hidráulico que se alimenta del pozo artesiano de Buscastell, el mayor y más abundante acuífero de la isla.

Aquellos labriegos musulmanes de la Edad Media concibieron un laberinto de acequias que desciende a ras de cielo desde el manantial, en la cabecera del valle de Buscastell, hasta la parte baja, a lo largo de 4,5 kilómetros que discurren en paralelo al torrente. Conducen el agua que aún hoy alimenta 14 hectáreas de cultivos. En otras épocas, además de huertas, frutales y viñedos, albergaron plantaciones de cáñamo, lino, algodón e incluso arroz. La azacaya de Es Broll atraviesa los bancales y se distribuye en una sucesión de ramales que también nutren albercas y molinos, esbozando un paisaje húmedo y rebosante de vegetación, tan extraordinario como insólito en Ibiza.

Ventas y heredades han fragmentado las parcelas y, de las 12 hacendados que se sabe existían en el siglo XVIII,hoy se superan los 60. Todos, sin excepción, se reparten el agua siguiendo los estatutos andalusíes, en función del territorio que administra cada uno. El que menos, dispone de quince minutos de agua a la semana. El que más, alrededor de 11 horas. Y todos gozan del privilegio de cultivar los bancales más fértiles de la isla, por los que desciende una mano de agua en los meses secos –unas 12 toneladas a la hora–, y hasta cinco en época de lluvias. Si en una isla de secano el agua constituía el mayor tesoro, Es Broll alcanzaba el estatus de paraíso.

Federico García Lorca, volviendo a los palacios nazaríes, escribió que “por al agua de Granada sólo reman los suspiros”. Y a su vez, Manuel Machado definió La Alhambra como “agua oculta que llora”. Y mientras les leo, me pregunto por el legado literario que nos habrían dejado a los ibicencos, de haber tenido la oportunidad de pasear por los campos de Buscastell, en un día soleado de primavera.

Artículo publicado en El Dominical de Diario de Ibiza. Es parte de mi ‘Imaginario de Ibiza’