Cuando las riadas anegan cosechas, las tormentas hunden puentes y los petroleros naufragan, lo primero que hacen las administraciones afectadas es presentar la declaración de “zona catastrófica”. Una vez se alcanza este estadio, la maquinaria se pone en marcha para devolver el territorio a su estado original en el menor tiempo posible. Como por arte de magia, las actuaciones necesarias sobrevuelan el tedioso lastre de la burocracia, aparecen recursos de debajo de las piedras y, en un tiempo récord, se desescombra, limpia y reconstruye.

Aunque estemos algo alejados de los cánones del desastre inesperado, en Ibiza vivimos una catástrofe que determinados gobernantes contemplan como otro problemilla a solucionar cuando se tercie. Que una playa urbana como Talamanca, frecuentada todo el año por turistas e ibicencos, repleta de hoteles y restaurantes, se encuentre cubierta de mierda un día sí y otro también, constituye una calamidad.

Además de los graves problemas de insalubridad y la imagen lamentable que ofrecemos al mundo, esta coyuntura implica pérdidas económicas para las empresas y familias que tienen negocios o trabajan allí, y una situación insoportable para los vecinos que llevan meses conviviendo con semejantes restos y efluvios. Consecuencias, en definitiva, casi tan dramáticas en el corto plazo como si un día la orilla se llenara de chapapote.

Desde el punto de vista político, hemos visto por un lado la actitud beligerante y consensuada del equipo de Gobierno municipal y los partidos de la oposición, que por una vez han ido de la mano con el objetivo de encontrar soluciones urgentes a este desastre. El Ayuntamiento incluso se ha ofrecido a correr con los gastos de la obra, aunque no le corresponda por competencias.

Por otro, nos damos de bruces con un puñado de excusas propias de inmovilistas y perezosos, como las interpuestas por el gerente de la Agencia Balear del Agua (Abaqua), Jaume Ferriol. En lugar de apoyar a Ibiza y comprometerse a remover cielo y tierra para solucionar una crisis tan grave, se ha mostrado partidario de esperar a que se construya la depuradora de Vila y, en la misma fase, reemplazar el emisario. Algo que ocurrirá dentro de dos años o un lustro; quién sabe. Y eso en caso de que dicho proyecto finalmente incluya esta obra, cosa que por el momento no es cierta, según nos enteramos ayer. Mientras tanto, que el nauseabundo torrente siga desembocando en Talamanca por tiempo indefinido. El pretexto que arguye este individuo –puesto a dedo por el Govern balear–, es que el papeleo necesario para la obra debe aprobarlo el Ministerio de Medio Ambiente, algo que “es bastante complicado y se alarga años”.

Sorprendentemente, el presidente del Consell Insular d’Eivissa le ha comprado la moto y ha aludido a los mismos frenos burocráticos para cambiar la tubería. Resulta incompresible. ¿Ha llamado alguien al Ministerio de Medio Ambiente para actualizar el estado de la situación, plantear la urgencia del problema y tratar de buscar una solución? Los contactos políticos están para resolver esta clase de entuertos y no sólo para invitar a mítines, máxime cuando las administraciones involucradas las gobierna el mismo partido.

Si dos países antagónicos como Gran Bretaña y Francia lograron ponerse de acuerdo para construir el eurotúnel del Canal de la Mancha, que mide 50 kilómetros y se sitúa 40 metros por debajo del nivel del mar, ¿no vamos a ser nosotros capaces de cambiar una tubería pegada a la orilla de Ibiza con cierta celeridad? Comencemos por quitarnos las orejeras y pensar un poquito más a lo grande.

Pero ahí no acaba la historia. Tras las ‘esperanzadoras’ declaraciones de Vicent Serra, nos hemos enterado de que el presidente del Govern, José Ramón Bauzá, ha desautorizado al responsable de Abaqua –y de paso al propio propio Serra–, ante la alcaldesa de Vila. A Virginia Marí le ha dicho que se sentará a negociar y que no comparte las valoraciones y la actitud de su subordinado Ferriol. A semejante falta de confianza, debería corresponder un cese inmediato.

Una vez que la mierda se diluya, es probable que las prisas también se suavicen y volvamos a las andadas. Y así hasta que se produzca un nuevo vertido, a lo mejor con la playa hasta los topes. También es posible que yo esté equivocado y que lo que haya que declarar “zona catastrófica” no sea Talamanca, sino determinadas instituciones y la fauna que pulula por ellas.

Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza