Estos días me ha venido a la memoria una comedia cinematográfica que se estrenó en 1990. Se llamaba ‘El Novato’ y en ella Marlon Brando hacía una pantomima de su famoso personaje Vito Corleone. Su papel era el de un ‘padrino’ que traficaba con especies en vías de extinción: lagartos, aves, mamíferos… Con ellas, organizaba un exclusivo buffet por el que millonarios llegados de todas partes del mundo pagaban cifras astronómicas. Cuanto más escaso el ejemplar, más subía el precio e incluso alcanzaba proporciones disparatadas si se lograba la extinción de una especie.

El nuevo quiosco del islote de Tagomago, que según el GEN se dedica a montar eventos nocturnos, me ha recordado esta película. Montar fiestas en parajes protegidos viene a ser algo parecido a almorzarse especies en peligro de extinción, tanto desde un punto de vista cívico como por la intensa dosis de esnobismo que conlleva.

La costa pitiusa está plagada de refugios donde celebrar eventos de toda índole, sin necesidad de tener que montar otros nuevos en un territorio virgen, al que únicamente puede accederse con embarcaciones privadas. ¿Cómo es posible que las visitas a la mayor parte de islotes pitiusos estén limitadas y luego se permita abrir un chiringuito para fiestas en otro de ellos? En realidad, es el pan nuestro de cada día. Los agravios comparativos son una constante en las islas y esta historia no hace sino corroborarlo.

Antaño, cuando la construcción apenas estaba regulada y en Eivissa cada uno hacía lo que le venía en gana, se generaron un sinfín de atrocidades. Basta con ir a la playa de S’Argamassa, en Santa Eulària, y contemplar una de las grandes metáforas del despropósito urbanístico pitiuso: su acueducto romano, con una historia interesantísima, prácticamente adherido a un hotel de la cadena Sol Meliá. Mira que había espacio… Pero al menos sigue en pie, cosa que no podemos decir de muchos otros monumentos. Entonces, la cultura patrimonial brillaba por su ausencia y los ibicencos aún no habían tomado conciencia de la necesidad de proteger sus bienes. Pero corren otros tiempos y, ante abusos tan flagrantes, la administración local tiene obligación de actuar con contundencia.

Mientras la polémica de Tagomago se enquista y los ciudadanos perciben la pasividad de las instituciones, el arrendatario justifica el constante trasiego de embarcaciones y personas hacia el islote escudándose en una fundación que promueve la observación de aves protegidas. Ahora resulta que los ornitólogos se pasean en lanchas de lujo y atraen a los pájaros celebrando fiestas nocturnas. Basta con entrar en su web (www.island-tagomago.com) y acceder a la galería de fotos del “chiringuito” para observar la relación entre sus instalaciones y la observación avícola. El portal de Internet asocia Tagomago con una estancia “cinco estrellas” y entre las actividades que propone los pájaros no aparecen por ningún lado.

Luego, al agricultor que quiere construir un chamizo para resguardar el tractor o ampliar sus almacenes le ponen mil trabas hasta desesperarlo. Al final opta por jugársela y construirlo sin permiso. Sólo podemos concluir que a los ibicencos nos siguen tomando por imbéciles. A lo mejor es que los somos.

Artículo publicado en el diario Última Hora Ibiza