En ciertas ocasiones, las investigaciones avaladas por universidades resultan muy útiles porque, con sus cifras y conclusiones asépticas, aportan una pátina de oficialidad y realismo a cuestiones que son de perogrullo para todo el mundo, salvo para las instituciones. Aunque sea por un instante, obligan a poner el foco en un asunto y buscar soluciones. Esperemos que así ocurra con ese reciente estudio de la Universitat de les Illes Balears sobre el estado de los bienes Patrimonio de la Humanidad en la isla, que sentencia algo que ya llevamos tiempo alertando: Ibiza, comparada con el resto de entornos con la misma distinción, está a la cola en oferta cultural.
Con la perspectiva que aportan los dieciséis años transcurridos, sólo cabe calificar la declaración de Ibiza Patrimonio de la Humanidad como de gatillazo monumental. Semejante conquista debería haber revolucionado los recursos turísticos de la isla e incluso la propia configuración de la ciudad, además de atraer a nuevos segmentos de viajeros –los mismos que llenan todo el año los centros históricos de Santiago de Compostela, Toledo, Córdoba, Segovia, etcétera–. Pero la triste realidad es que hemos demostrado ser incapaces de vender con éxito nuestra extraordinaria riqueza patrimonial.
En los primeros años, Dalt Vila y su entorno recibieron un impulso muy importante. En un suspiro se restauraron tramos de murallas, abrieron los centros de interpretación de Madina Yabisa y los baluartes de Sant Joan y Sant Jaume, se pusieron en marcha las visitas teatralizadas, las audioguías… Pero, con el paso del tiempo, este empuje inicial, en lugar de consolidarse, ha perdido fuelle y la oferta no sólo no se ha incrementado, sino que se ha devaluado vertiginosamente.
Dalt Vila, más que un entorno monumental repleto de vida, parece un erial de piedra. Coincidiendo con la publicación del estudio, el nuevo equipo de gobierno ha anunciado que por fin se van a sustituir los paneles de la musealización. La mayoría de ellos llevan años tan desgastados que resultan ilegibles, pese a que esta actividad se sigue anunciando en webs institucionales, folletos promocionales y guías turísticas. El Ayuntamiento también se ha comprometido a la inminente restauración del baluarte de Sant Jordi y a otras obras menores.
Sin embargo, con las demoledoras cifras que arroja el informe de la UIB, van a hacer falta altas dosis de imaginación y nuevos recursos. El documento –que firman María del Carmen Azpelicueta y José Ramón Cardona, y que ha publicado el Anuario del Turismo de les Illes Balears–, afirma que los museos y centros de interpretación de Vila tan sólo reciben a 20.000 personas al año. Y una parte sustancial son escolares. En un destino frecuentado por dos millones de viajeros, eso se traduce en que el porcentaje de turistas que acude a los museos de la ciudad ni siquiera roza el uno por ciento. Constituye un fracaso de tal calibre que hace tiempo que nos lo tendríamos que haber hecho mirar.
El problema no radica sólo en la insuficiente promoción o en la falta de vida cultural en Dalt Vila y los barrios de La Marina y Sa Penya –con ramificaciones que también se extienden a lo social, el urbanismo…–, sino a los contenidos y experiencias que se ofrecen a los visitantes y que parece imprescindible ampliar y actualizar. La musealización de Dalt Vila, por ejemplo, fue una iniciativa pionera en sus inicios, pero su margen de mejora es notable y ha permanecido estática todos estos años. Los contenidos a veces resultan excesivamente técnicos y poco divulgativos. Se adentran en la pirobalística y en las rutas navales por el Mediterráneo durante el renacimiento, pero apenas profundizan en la historia de la ciudad desde la antigüedad hasta la Edad Media, ni aluden a las leyendas que envuelven un espacio que, para quienes lo conocemos desde la infancia, nos resulta mágico.
A ello, se suma la ausencia de comercios y servicios que insuflen vida a la parte alta del recinto amurallado, algo que se suponía iba a impulsar el paralizado Parador de Turismo. Dalt Vila requiere de un plan ambicioso y consensuado que dinamice la zona y para ello resulta imprescindible empezar por la mejora de la accesibilidad al recinto. En ese sentido, resulta incompresible que la interminable obra del Parador no haya previsto un ascensor público desde Es Soto hasta lo alto de las murallas, tal y como sí tendrán los clientes del establecimiento, si es que algún día llega a inaugurarse.
Podríamos extendernos también en lo casposa que resulta la feria medieval, tal y como está concebida hoy en día, o profundizar en la situación de otros bienes, como Ses Feixes, Sa Caleta o Ses Salines. Es tiempo de replantearse en serio el relanzamiento de la marca Ibiza Patrimonio de la Humanidad.
Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza