En un primer momento alguien pudo pensar que ese cuerpo de élite de la Guardia Civil procedente de Mallorca, que se dejó caer por Ibiza para resolver el problema de los robos en casas aisladas, debe de estar compuesto por una cuadrilla de madelmans, con una inteligencia deductiva y un olfato que ni Colombo. En tan sólo cuatro días desembarcaron, supuestamente resolvieron y regresaron a casa tan ricamente, a la chita callando y a tiempo de celebrar el puente.
Ante tan extraordinaria celeridad, o efectivamente nos abandonaba un equipo prodigioso o cabía barajar opciones menos tranquilizadoras: Que su capacidad resolutiva subrayaba la ineficacia de los guardias pitiusos, o que la presencia de los agentes palmesanos no era más que una pantomima electoralista urdida para diluir el monumental cabreo de los afectados –todos ellos residentes en caladeros habituales de votos del partido que gobierna a estas fuerzas de seguridad–. Recordemos que dicho enfado se produjo tras la escalada de soberbia exhibida por la delegada del Gobierno en su última visita a Ibiza, que vino a considerar esta oleada de robos como un asuntillo menor, un capricho ibicenco, una china molesta incordiando en su apretada agenda.
La realidad, sin embargo, es caprichosa y enseguida evidenció que el asunto de los robos no sólo está lejos de resolverse, sino que ya se ha salido de madre. Pocas horas después de marcharse los agentes, unos delincuentes asaltaron otra casa de Santa Gertrudis con el propietario dentro, al que propinaron una fuerte paliza. Este viernes forzaron otras dos viviendas en la misma localidad y en una de ellas había un niño de 14 años. Tuvo la sangre fría de encerrarse en el baño y llamar a la policía. Los delincuentes trataron de derribar la puerta, pero el muchacho les gritó que había dado aviso por móvil y huyeron. Pese a la enorme gravedad del suceso y la alarma social, la Benemérita tardó dos horas en personarse. Se excusaron diciendo que sólo había una patrulla para toda Ibiza. Incluso el alcalde de Santa Eulària, del mismo partido que la delegada del Gobierno, califico esta falta de reacción de “inadmisible” y en términos similares se expresó la vicepresidenta del Consell.
Al fracaso de la operación hay que sumar el ninguneo con que se ha tratado a las instituciones de la isla. El desembarco de los refuerzos mallorquines se anunció con luz y taquígrafos, pero nadie alertó de la partida. Ni siquiera se advirtió al delegado Insular, al que dejaron, como se suele decir, con el culo al aire: “Será un relevo. A mí nadie me ha dicho nada”, balbuceó tras enterarse por los periodistas. Unos días antes había manifestado que estos efectivos estarían en Ibiza “el tiempo que fuera necesario”.
Para la próxima vez que planeen una huida silenciosa, les sugerimos subir al ferry con unas camisas hawaianas y unos bigotes de atrezo, y camuflar los vehículos para que no den el cante. Unos vinilos de quita y pon en las puertas que pongan “unidad canina”, “GEAS” o “desactivación de explosivos” contribuirían a despistar. Ya se sabe que los vericuetos del destino son inescrutables y siempre puede aguardar una víctima cabreada entre el pasaje.
En cuanto los medios pitiusos soltaron la liebre de la partida, la Delegación del Gobierno contraatacó con una nota de prensa que enumeraba los hitos alcanzados durante la expedición. De haber informado antes, se habría evitado el tufillo a maniobra de distracción y la consecuente pérdida de credibilidad. Conviene, asimismo, ofrecer una información pormenorizada, en los términos habituales. Se hablaba de 43 identificaciones (¿se refieren a la gente a la que pidieron el carnet por la calle?) y siete detenidos. ¿Dónde les detuvieron? ¿De cuántos robos se les acusa? ¿En qué localidades se produjeron? ¿Cuántos objetos sustraídos tenían en su poder? ¿Son de la isla o pertenecen a bandas de fuera? ¿Tienen antecedentes? En cualquier caso, resulta obvio que entre ellos no figuraban los autores de la paliza y las amenazas de Santa Gertrudis.
Es una lástima que esta estrategia de traer especialistas mallorquines a Ibiza de momento no haya dado frutos. De haber funcionado, habríamos podido aplicarla a otros asuntos, como, por ejemplo, la organización de carreras de atletismo en trazados urbanos, que falta nos hace. Sólo nos queda ponernos las pilas, ya que aquí las soluciones casi nunca vienen de fuera. Por tremenda que sea la situación, estamos, simple y llanamente, ante una nueva tomadura de pelo.
Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza