Hace una semana hablábamos de esa Ibiza mítica que se extingue, del tránsito actual por la superficialidad, la banalización de los valores pitiusos y las funestas consecuencias que conlleva este proceso de desnaturalización. Se trataba de una visión hacia fuera, relacionada con el cambio drástico de imagen que Ibiza proyecta como destino turístico al resto del mundo.
Si le damos la vuelta al calcetín y nos observamos a nosotros mismos como sociedad, descubriremos que tampoco somos inmunes a esta corriente. El primer efecto secundario es una peste del olvido en estado iniciático, parecida a la que provocaba aquella epidemia de insomnio en los ‘Cien años de Soledad’ de García Márquez. Nuestro desvelo no es vírico, sino de otra índole, pero paso a paso, en el más absoluto de los silencios, una inmensa mayoría de pitiusos olvidamos quiénes somos y de dónde venimos. Las nuevas generaciones son las que más a la deriva navegan en este mar de la indefinición, hasta el punto de que si hiciésemos una encuesta, descubriríamos que algunos se creen que la ‘flower power’, la música ‘chill out’ o los ‘dimonis i correfocs’ forman parte de nuestro acervo cultural.
La Ibiza de los ‘dj’ y la gente ‘cool’ se propaga con la velocidad del ébola. La Ibiza patrimonial, sin embargo, permanece en estado de hibernación. Hay proyectos pero pasa el tiempo y, más que avances, atisbamos retrocesos: la museización de Dalt Vila –hoy arruinada por completo– lleva años en vía muerta, nada tangible existe aún del centro de interpretación del poblado fenicio de Sa Caleta, la remodelación del Museo Arqueológico registra la misma velocidad que el de Puig des Molins en su día, la recuperación de Ses Feixes parece una utopía… Luego disponemos de realidades con gran potencial, como la Enciclopedia d’Eivissa y Formentera, que sin embargo no se difunden, aprovechan u ofrecen en formatos accesibles para los jóvenes.
Disponemos, asimismo, de un Museo de Etnografía que es mejor que nada, pero… ¿qué porcentaje de ibicencos queda que lean los vientos y dominen las artes de la pesca, que distingan aves y plantas, que cultiven al dictado de las lunas y conozcan los secretos de los bosques? El estilo de vida actual impide, obviamente, la transmisión total y generalizada de todo este conocimiento, pero no impone la nulidad de hoy en día (con la única salvedad del folclore).
Desde el punto de vista de la educación, se deberían adoptar medidas contundentes para que los más jóvenes conozcan con mayor profundidad una arquitectura que fue única, unas tradiciones diferenciales y una sabiduría e historia antiquísimas. ¿Cómo es posible que, con el vasto material audiovisual que existe sobre Ibiza, aún nadie se haya planteado crear un espacio amplio y ambicioso que exhiba cómo era la Ibiza de antes? Ni siquiera disponemos de un museo de pintura, escultura o cerámica tradicional, que nos devuelva a aquella Ibiza, pese a la ingente cantidad de obra existente. La excepción es el de los Puget y son sólo dos pintores.
Observamos, al mismo tiempo, que en Ibiza no cesan de abrir hoteles lujosos y tiendas de decoración minimalista y de marcas internacionales. En paralelo, cierran los negocios de toda la vida y las galerías de arte se han extinguido. Son sustituidas por otras orientadas a un público de altos vuelos, que adquiere piezas de artistas internacionales consagrados como quien invierte en bolsa. Ninguno tiene la menor relación con las Pitiüses.
La isla, además, genera una industria de música electrónica impresionante, vinculada las discotecas. ¿Pero a cuántos ibicencos ha lanzado al estrellato? Es un universo paralelo, que vive de espaldas a nuestra sociedad.
Con los grupos de música sucede al contrario. Hace décadas que no se producía un movimiento tan intenso como el actual. Irrumpen nuevas bandas, algunas con una calidad impresionante, que incluso producen álbumes. Y lo consiguen contra viento y marea, sin apenas apoyos institucionales, con el impulso de una cadena de bares y comercios que han vuelto a apostar por la alegría de la música en vivo. Sobre la producción de libros, cine, teatro, etcétera, podemos referirnos en los mismos términos.
Ahora que la actualidad impone, por ejemplo, hablar de la ecotasa, todo el énfasis se pone en destinar lo recaudado a cuestiones ambientales, que son fundamentales pero no únicas. ¿Acaso esta pérdida de identidad no es otro de los efectos perniciosos del turismo? Hace falta una estrategia ambiciosa y contundente a favor de la cultura por parte de las instituciones, que tienen la obligación de llegar a dónde no alcanza la iniciativa privada. Una apuesta mucho más potente que la vista hasta ahora a lo largo de los sucesivos gobiernos. Contra la pérdida del carácter que nos define como pueblo, el único antídoto es la cultura.
Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza