De entre las iniciativas disparatadas e impúdicas que hemos escuchado en estos tiempos convulsos, la de la Asociación de Ocio de Ibiza se lleva la palma. Este colectivo de empresarios exige, nada más y nada menos, que las instituciones insulares impongan una moratoria que elimine de la faz pitiusa toda posibilidad de competencia foránea.
Se escudan en la coartada de que, a su juicio, la oferta «ya es suficiente». Este lobby, que se autodefine sin pudor como gran benefactor de la sociedad y economía de la isla, se parapeta bajo el paraguas del término «ocio» que es amplio, amable, lúdico y positivo. «Ocio» es jugar al ajedrez, militar en un club de fútbol, leer, cocinar, ir al teatro, disfrutar de un concierto o practicar halterofilia. Sin embargo, pese al amplio espectro que sustenta dicha nomenclatura, la mayor parte de los socios de este club pertenecen a un único microsegmento: las discotecas; sean de día o de noche.
Y a éstas, como se empeña en recordarnos caprichosamente la actualidad, tendemos a asociarlas a cuestiones menos convenientes, como drogas y excesos varios, multitudes sin control, urgencias colapsadas, ruidos y molestias a los vecinos y, de un tiempo a esta parte, la usurpación sin medida de varias playas.
Basta con acceder a la página web de esta asociación para comprobar qué salas de fiestas y beach club se agremian bajo este eufemismo semántico. Muchos de ellos poseen un curriculum de irregularidades y denuncias más extenso que la cuaresma. Antecedentes que, en parte, fueron engrosando ellos mismos cuando, en tiempos pretéritos, previos a la actual tregua, practicaban una guerra sucia soterrada, a cuenta de denunciarse unos a otros.
Bien, pues este colectivo, en cuanto se ha producido el cambio de gobierno, ha pedido un encuentro con el presidente del Consell, que se lo ha concedido con una celeridad desconcertante. No sé si el máximo mandatario pitiuso ha aprovechado para conminarles al cumplimiento escrupuloso de la normativa, algo que ellos mismos y sin que nadie les pregunte subrayan que «seguirán haciendo», como si fuera una verdad absoluta y nos estuviesen haciendo un favor. El comentario, a todos esos vecinos cabreados porque les cercenan su derecho al descanso y a los bañistas, cuya tranquilidad es atropellada sistemáticamente por determinados beach club, les habrá provocado como mínimo una reacción alérgica.
A los empresarios de la noche, decíamos al comienzo, no les han faltado redaños para exigir que el Consell aplique una moratoria a las empresas «sin arraigo» en la isla; o sea, todos los que vengan de fuera. Es como si los propietarios de restaurantes, los ginecólogos, los abogados o los productores de destilados reclamaran la prohibición de nuevas empresas de su segmento porque «ya tenemos bastante competencia y no vaya a ser que vengan unos de fuera, con billetes, a complicarnos la vida». Y yo que siempre había pensado que el colectivo empresarial abanderaba el libre mercado en el mundo y renegaba de todo intervencionismo administrativo?
Lo del arraigo aún tiene más guasa, especialmente por el que debían de tener la mayor parte de los interesados cuando pusieron en marcha sus negocios. Podríamos aplicar aquí la coña de los ocho apellidos vascos, pero en versión payesa.
Además de esta garantía de exclusividad, reclaman también mayor contundencia con respecto a «actividades ilegales como los party boat o chiringuitos que se comportan como beach club sin cumplir la normativa». Que lo exijan ciudadanos y colectivos sociales tiene justificación. Que ellos, con sus orígenes y antecedentes, se tomen la misma libertad resulta desternillante.
Debo reconocer, sin embargo, que en parte hay que estar de acuerdo con ellos. Nos interesa impedir que abran más negocios con potencial de amargar la vida a la gente y atraer morralla turística. Por mucho dinero que esta última aporte, corta el paso a otros perfiles de viajeros más interesantes y con mayor proyección de futuro. Usando su propio argumento, incluso convendría iniciar una política reduccionista. Si ellos mismos contemplan la oferta como «suficiente», igual resulta que está sobredimensionada y hasta urge coger la podadora.
Yo le pediría a las instituciones que midan mejor con quiénes deciden hacerse la foto, que se dejen manipular lo justo y que cuando les inviten a la próxima sesión del dj internacional de turno, con cena degustación y copas incluidas, mejor se lo piensen dos veces. A los lobos con piel de cordero uno no les ve venir, pero no es el caso.
Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza