La semana pasada leí en este periódico una noticia que, parafraseando al humorista Joaquín Reyes, me dejó con el culo torcido. Ocupaba un espacio breve, acompañada de una fotografía, en la parte inferior de una página par; es decir, el rincón más irrelevante al que se puede condenar una noticia. Iba encabezada por el siguiente titular: ´Operación policial en Punta Galera´.
La imaginación, a la gente de mente calenturienta, se nos echa a volar a las primeras de cambio. Pensé en la elevada densidad de delincuencia internacional que pulula por Ibiza y me dispuse a leer la crónica de una investigación laboriosa y secreta, ejemplo de coordinación policial, tal vez con la Interpol y la DEA norteamericana involucradas. Habría culminado con la desarticulación de un grupúsculo mafioso perteneciente a un clan extranjero, parapetado en uno de los lujosos chalets de Punta Galera, donde además habría aparecido media tonelada de cocaína, un surtido variado de drogas de diseño y un arsenal en armas automáticas.
La Operación Punta Galera, sin embargo, vino a ser lo mismo que esperar a James Bond y ver aparecer a Torrente. La noticia, efectivamente, relataba un caso de colaboración policial, protagonizado por un equipo mixto de municipales de Sant Antoni y agentes de la Benemérita. Su misión, lejos de pretender atrapar a unos bandidos de la Camorra napolitana, había culminado con «la desmantelación de dos puntos de venta de mojitos en Punta Galera». Literal.
Aún no me había recuperado del shock, cuando proseguí con la lectura y descubrí que, además de los mojitos, los sospechosos manejaban ilegalmente otras sustancias, como «cervezas y refrescos». En el interior de una cueva, al amparo de la oscuridad, también comerciaban con tabaco, henna, sales minerales y productos esotéricos, e incluso realizaban masajes a los bañistas, según informaron los cuerpos policiales involucrados a los medios de comunicación. Cualquiera que leyese la noticia, habría llegado a la misma conclusión: Ibiza ha tomado una deriva insalvable. Tráfico de drogas, prostitución, orgías encubiertas? y ahora masajistas y quiromantes ocultos en grutas, que trafican con mojitos y tatuajes de henna.
La fotografía que acompañaba este información mostraba –al estilo de cuando se exhiben sobre una mesa fajos de billetes, paquetes de droga, armas y teléfonos móviles decomisados en una operación–, neveras portátiles, bolsas reutilizables de supermercado, un tupperware, unas sillas plegables y un parasol tamaño XL, de los que proporcionan buena sombra. Espeluznante. Lo primero que deduje ante esta visión es que los vendedores ilegales se procuran ciertas comodidades, los muy pillines. Flanqueando la imagen, dos escudos destacados: los de los cuerpos que protagonizaron esta hazaña policial. A partir de ahora, Punta Galera siempre será para mí la metáfora pitiusa de la toma de Perejil.
Dejemos al margen, por un momento, el tono irónico y reconozcamos que la venta ambulante constituye una problemática importante para muchos comerciantes –aunque no en Punta Galera, donde no hay ni un puesto de helados– y una molestia para los bañistas, que acuden a rincones tan apartados precisamente para que nadie venga a importunarles. Ahora bien, que se conciban operaciones policiales conjuntas para capturar a vendedores de mojitos y que estas acciones se consideren un logro digno de trasladarse a la opinión pública constituye, como punto de partida, una tomadura de pelo a los ciudadanos.
Estamos hartos de ver que en sa Penya se trafica con drogas ante las narices de todo el mundo, que lleguen bandas de extranjeros especializados en robar chalets o Rolex y que el West End se ha convertido en el Far West –con clanes mafiosos acuchillándose por las esquinas en una batalla por el control del menudeo callejero–. También constituye una ignominia que las urgencias de la isla se colapsen por sobredosis y borracheras y que haya bares, beach clubs y salas de fiestas que generan el ruido y las molestias que les da la gana, al tiempo que incumplen sistemáticamente los aforos y se pasan los horarios de cierre por el arco del triunfo.
Controlar todo este cúmulo de irregularidades, cuando no ilegalidades flagrantes y descaradas, es competencia de las fuerzas del orden. Y mientras todo eso ocurre, los municipales y la Guardia Civil optan por vendernos la ´Operación Mojito´ como la panacea de la eficacia policial.
Aún no entiendo cómo a los mandos y a sus responsables políticos no se les cae la cara de vergüenza.
Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza