Resulta especialmente grotesco enterarnos de que los anhelados y prometidos 74 millones de euros de los Presupuestos Generales del Estado –esos mismos que iban a solucionar el grave déficit de infraestructuras hídricas de Ibiza–, vuelan otro lugar, en el preciso instante en que ese montón de chatarra llamado “depuradora de Vila” anda vertiendo torrentes de mierda a la playa de Talamanca.
Los empresarios y los vecinos, como es natural, se sienten compungidos e impotentes ante esta escalada de contaminación, que también procede de los barcos que se arremolinan en la bahía. Cuentan incluso que muchos de sus tripulantes arrojan al mar basuras, combustibles y lubricantes sin el menor escrúpulo y sin que nadie les controle o sancione.
Ocurre en más playas, pero en Talamanca aseguran llevar una década contemplando la progresiva degradación de una bahía antaño paradisíaca. Sienten vergüenza de tener que engañar a los turistas diciéndoles que el aroma fétido que la brisa trae a la orilla lo provocan las algas muertas. Imagino, por tanto, cómo les habrá sentado el anuncio de que el proyecto de la nueva y ansiada depuradora de Vila, una vez más, permanecerá en hibernación por tiempo indefinido. Corren la misma suerte obras tan estratégicas como la reforma de la depuradora de Santa Eulària, las desaladoras o su interconexión.
En Madrid, los ciudadanos de Balears aportamos más que nadie, pero a cambio recibimos migajas. Un año nos dan un puñadito más y al otro un puñadito menos, pero la inversión sigue siendo una broma en comparación con nuestras necesidades más perentorias. Sufrimos carencias que no padecen ni por asomo otras regiones españolas, incluidas algunas de las que hacen más ruido. Cualquiera que viaje un poco habrá tenido oportunidad de comparar las bibliotecas, los servicios de limpieza, los centros de salud, los juzgados, las carreteras o las depuradoras que disfrutan en territorios supuestamente más deprimidos que el nuestro. La diferencia con Mallorca, en este sentido, es también sustancial. Desde la isla mayor administran la miseria que nos llega y, del donut presupuestario, a Ibiza, siempre nos conceden la misma parte: el agujero.
La oposición le afea al presidente Bauzá haber vendido la piel del oso antes de cazarlo, cuando presumió de esos 74 millones que ahora se han volatilizado. De ellos, 52 iban a ser para Ibiza, y ahora el Gobierno manda 13 para el conjunto del archipiélago. Ya podemos imaginar cómo se troceará la tarta. En cualquier caso, pase lo que pase, no se solucionarán ni por asomo nuestras carencias en infraestructuras hídricas, más graves y prioritarias que ampliar carreteras, terminar paradores o construir nuevas sedes institucionales.
Hace demasiado tiempo que los ibicencos aspiramos a que salga agua dulce del grifo y no podemos permitirnos que las playas desprendan hedor a cloaca. Nuestra calidad de vida y nuestro bolsillo dependen de ello. Pese a todo, aquellos que nos gobiernan o nos han gobernado, nunca logran avances significativos.
El conseller pitiuso de Economía, Álex Minchiotti, anunció el jueves que ha mandado a Mallorca una carta para que las migajas de Madrid vengan a parar a Ibiza. A estas alturas, ya deberíamos saber que con ruegos epistolares no vamos a ningún lado. En política, las victorias presupuestarias se trazan con ruido: siendo un peñazo, echando las pestes que hagan falta y vomitando bilis en los medios de comunicación. Ese estilo cafre pero efectivo, al que en Ibiza nos tenía acostumbrados el ex presidente del Consell Antonio Marí Calbet y que hacía que en el Parlament se echaran al temblar cada vez que aterrizaba.
Sin embargo, la mayor parte de nuestros actuales representantes en Madrid y Mallorca se caracterizan por su discreción y mansedumbre. Mariano Rajoy, un político extraordinariamente gris, me ha hecho reír una sola vez: el día que tildó a Zapatero de “bobo solemne”. Difícil encontrar una salida verbal más humillante y que, al mismo tiempo, refleje tanta indiferencia. Para mí que a muchos de nuestros políticos, cuando van a Madrid o Mallorca, les observan con idéntica indolencia.
Artículo publicado en las páginas de opinión de Diario de Ibiza