La vida a veces nos da lecciones tan inesperadas como esa fantástica historia protagonizada por Pepa y Vicente, dos jubilados de Sant Antoni que acudieron a una cita a ciegas al programa First Dates y resulta que se conocían de toda la vida. Tuvieron que coger un avión, ir a un plató de televisión y compartir sus anhelos delante de media España para iniciar un romance que va camino de cumplir un año, pues aunque su encuentro se emitió hace una semana, se grabó en marzo del año pasado. Su idilio, además de ejemplarizar que los caminos del amor son inescrutables, encierra una moraleja aplicable a otras muchas facetas de la vida: en ocasiones hay que dar un rodeo muy grande para discernir lo realmente importante que tenemos delante.
Durante la temporada turística giramos sin descanso la manivela de fabricar billetes y en invierno replegamos velas para descansar y disfrutar del parné acumulado. Que no nos vengan con problemas, preocupaciones ni vericuetos. Los biorritmos existenciales del ibicenco medio son como una montaña rusa, donde solo hay olas con picos y valles y ninguna llanura. Al final, la crisis sanitaria pasará de largo y no habremos aprovechado esta insólita oportunidad para reflexionar sobre qué hacemos bien y mal en nuestra querida Ibiza, hacia dónde queremos ir y de qué manera deben corregirse los rumbos que lo requieran. Seguimos en babia, contemplando la danza macabra de la peonza pandémica hasta que deje de rodar.
Más que por envainar la espada que pende sobre nuestros enfermos crónicos y ancianos, de las controversias y exabruptos que trae la prensa a diario se trasluce que aguardamos la ansiada vacuna sobre todo para retomar los negocios y que la economía fluya como antaño. Ello a pesar de que probablemente nunca disfrutaremos de una ocasión tan propicia para resetearnos como sociedad.
¿Cómo dar una tregua a la naturaleza para garantizar que las próximas generaciones puedan disfrutar de la misma forma de vida? ¿Hay que limitar el número de plazas turísticas, vehículos o embarcaciones que navegan por la costa? ¿Debe permitirse que la fiesta siga ‘okupando’ playas y reservas naturales? ¿Cabe impulsar nuevos caminos de promoción turística y orientarla a valores ambientales, patrimoniales y culturales que sean realmente diferenciales e inspiren un mayor respeto hacia nuestro entorno? ¿Deben seguir permitiéndose monstruosidades urbanísticas disfrazadas de reformas o sostenidas por licencias arcaicas?
Una parte de la población probablemente piense que estas preguntas son intrascendentes y no responden a situaciones que deban inquietarnos realmente. En Ibiza, de hecho, también nos recreamos en nuestros propios negacionismos. Si existe un fenómeno que lamentablemente ha despuntado y hasta se ha desmadrado con la pandemia es el de ignorar la realidad o cuestionarla con argumentos falaces y sin sustento científico. De pronto, ha emergido con gran estruendo una muchedumbre antes silenciosa que apuesta por lo descabellado y lo ilusorio, frente a lo tangible. Hoy es la pandemia, al parecer el invento de un conglomerado de multinacionales sin escrúpulos, pero antes fue el cambio climático y sus efectos colaterales. A pesar del consenso y la honda preocupación que genera en la comunidad científica, el agotamiento del mundo se desdeña y los descreídos y abanderados de las teorías conspirativas gobiernan el planeta (…).
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