Con mucha sorna, un provocador habitual de las redes sociales escribía la semana pasada que si se llega a organizar un concierto del grupo La Polla Records en un pabellón con 5.000 personas habría acabado todo el mundo en la cárcel. El comentario tiene su gracia pues, en los infaustos días que vivimos, nada parece más irreverente que un espectáculo de punk antisocial con un montón de tipos con cresta, pantalón pitillo y chupa de cuero.
La broma constituye una ácida crítica al recital prenavideño que el cantante Raphael ofreció en el WiZink Center de Madrid, al que asistieron más de 4.300 personas, un 25% del aforo que posee dicho recinto cubierto. Hasta la presidenta de la Comunidad de Madrid, que ha protagonizado alguno de los mayores fiascos de estas crisis y un amplio repertorio de contradicciones, tuvo que reconocer que, aunque el espectáculo y su seguridad eran acordes a la normativa vigente, el contraste con los toques de queda y otras restricciones impuestas a las familias madrileñas, que solo puedan celebrar sus encuentros navideños con un máximo de seis personas, resulta difícilmente digerible.
El evento aún parece más inquietante al contemplar las imágenes televisivas, ya que enfatizan la asistencia de miles de personas de la tercera edad y por tanto de alto riesgo. Los directivos de los equipos de fútbol de primera división se habrán quedado igual de estupefactos, además de irritados, pues aunque sus estadios tiene capacidad para mucho más público y son al descubierto, no tienen la posibilidad de vender una sola entrada.
En nuestras islas también abundan los episodios surrealistas. El último ha sido la revelación de una fiesta que en julio organizó en una finca mallorquina una hija de la directora de Salud Pública del Govern balear, Maria Antònia Font, a la que al parecer asistieron más de 40 personas. El límite para estas reuniones sociales de carácter privado al aire libre era entonces de 70 personas, pero el guateque de la muchacha chirría con las constantes críticas de su madre hacia las reuniones de jóvenes por ser, según sus palabras, uno de los principales factores de contagio en las islas.
No olvidamos tampoco los gin-tónics de la presidenta Francina Armengol y varios miembros de su gabinete, tras una cena de trabajo. Además de mal ejemplo, provocaron el cierre tardío y la consiguiente sanción al establecimiento elegido para las copas. Sería, por cierto, muy interesante saber si al final el hostelero afectado ha tenido que pagar la multa o si ésta, por el contrario, sigue durmiendo en un cajón. La noticia tuvo amplia repercusión nacional y la presidenta acabó pidiendo perdón con la boca pequeña, como cuando el Rey emérito se disculpó por irse de cacería de elefantes en plena crisis. Armengol no tuvo otra alternativa, aunque le ha servido de poco porque, cada vez que la escuchamos a ella, a la señora Font o a cualquier otro miembro de su gabinete exigir mayor responsabilidad a la ciudadanía, nos sale un sarpullido.
También nos viene a la memoria la visita de los Reyes a Ibiza el pasado agosto y la transigencia de las fuerzas locales de seguridad, que permitieron auténticas aglomeraciones de público a lo largo de todo el recorrido por la isla. Estos mismos cuerpos, sin embargo, han mantenido en determinadas ocasiones una actitud expeditiva e inflexible con ciudadanos y establecimientos, aplicando sanciones por cuestiones menores y hasta matizables. Y qué decir de esas restricciones por áreas y barrios, que han llevado a situaciones tan dantescas como que un bar cierre a las diez de la noche para que todos sus clientes crucen a la acera de enfrente y seguir pernoctando en otro que podía permanecer abierto varias horas más.
Aunque la distribución de la vacuna ya está en marcha, el 2021 seguirá siendo el año del Covid-19. Así lo ha reconocido el creador de la vacuna de Pfizer, que ha afirmado que su impacto no será perceptible en el número de infecciones hasta final de verano y que el virus permanecerá entre nosotros durante los próximos diez años.
Por eso, llegado el momento de los deseos y las reflexiones, hay que pedirle al 2021 mucha salud para nuestras familias, una temporada turística suficientemente regular como para proporcionar algo de alivio a nuestra maltrecha economía, la progresiva remisión de la pandemia y también inspiración para nuestros gobernantes. Que así actúen con mayor flexibilidad, capacidad de adaptación, contundencia exclusivamente cuando sea necesario y mucha más coherencia que la demostrada hasta ahora.
Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza