Sábado, 20 de agosto. 19,30 horas. Es Jondal. Un bañista con pocas luces se coloca en mitad del canal para embarcaciones e inicia una tabla de posturas de boxeo, como si estuviese frente a un saco en el gimnasio. El socorrista se aproxima hasta el borde del agua para informarle que no puede estar ahí. Toca el silbato de manera reiterada, pero el individuo sigue de espaldas, con sus absurdas posturitas. El estruendo del beach club del otro extremo de la playa le impide escuchar las señales de advertencia.
A renglón seguido, el turista majadero se pone a hacer largos del través en el mismo canal hasta que, por fin, se percata de los aspavientos del socorrista, que ya hace rato que ha renunciado a tocar el silbato. El individuo finalmente abandona la zona de peligro sin mayor incidencia, pero se le habría podido acercar una lancha o una moto acuática y no habría oído las advertencias. Desde un punto de vista sonoro, en Ibiza no existe la menor diferencia entre discotecas y beach club. Las primeras están cubiertas y cobran entrada. Las segundas operan a ras de cielo y compensan el libre acceso con el servicio de hamacas, que en agosto, en algunos casos,prácticamente se subastan.
La anécdota del boxeador y el socorrista no pasará a la historia, pero ilustra algo que acontece a diario en esta playa cada atardecer y que los bañistas y vecinos padecen a diario. Algunos días el estruendo musical se prolonga hasta la madrugada sin que nadie tome medidas efectivas para paliarlo. Idéntica circunstancia se produce en Cala Bassa, Platja d’en Bossa y otros rincones de distintos municipios de la isla. Este fin de semana vimos que volvió a acotarse una zona de la playa de Ses Estaques, en Santa Eulària, para un evento privado sin autorización. El beach club de esta zona ya cerró la costa para una boda hace tres semanas, hasta que la Policía Local les obligó a desmontar el evento.
La inacción por parte de las autoridades es una constante y, cuando estas actúan, ya vemos el miedo que despiertan en los infractores. En cuanto se les da la espalda, la historia se repite. Cada temporada que pasa, la percepción de los residentes es de mayor caos y permisividad; de total subordinación de los intereses generales frente a los particulares de unos empresarios sin escrúpulos, que ahora suman al estruendo la ocupación de suelo público. Y las escasas clausuras y precintos de equipos musicales suelen ocurrir en locales modestos y poco representativos. A los más molestos y poderosos, por el contrario,nadie les tose.
Un colectivo artístico de carácter reivindicativo organizó hace unos días una exposición de falsos carteles de discotecas y beach club. Su obra, además de irónica, es muy crítica con la impunidad con que estos negocios desarrollan su actividad, pisoteando leyes y ordenanzas, y con la inacción de las instituciones. Me cuentan que antes de la inauguración, uno de los miembros de este colectivo recibió una llamada de un importante grupo empresarial amenazándole con enviarle una tropa de abogados si proseguía con la muestra artística. Al final la exposición siguió adelante, pero las consecuencias aún están por ver. Algunos pretenden seguir pisoteando el derecho al descanso y la tranquilidad de los ciudadanos, y negarles al mismo tiempo el derecho a la pataleta.
La última desvergüenza la encontramos en una mansión gigantesca de Sant Agustí: Villa Sa Claró. Las imágenes de sus colosales dimensiones en medio del bosque, publicadas por este periódico hace unos días, nos han dejado estupefactos. El ayuntamiento tramita el derribo de una parte desde 2015, pero además sus promotores se dedican a montar fiestones que retumban en todo el valle. Hasta se aprovisionan con camiones de reparto de bebidas, como cualquier discoteca. No resulta difícil imaginar la sensación de cabreo e impotencia de los vecinos que padecen sus excesos, cuando llaman a la policía y ésta les responde con el habitual “no podemos hacer nada”. O cuando el concejal de turno declara que está previsto abrir expediente por usos no residenciales, pero que se comenzará a hacer a partir “de septiembre”.
En Ibiza hay problemas irresolubles a corto plazo, como el tráfico excesivo en las carreteras. Otros, como el exceso de decibelios, sólo dependen de la voluntad y el compromiso de las instituciones. Sin embargo, en Ibiza, las llamadas a la policía, las quejas reiteradas y las denuncias por ruidos tienen casi siempre el mismo efecto que el silbato del socorrista.
Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza