En cuanto en Ibiza y Formentera se detecta un problema grave cuya resolución depende de Mallorca, la reacción automática es la indiferencia. Se quita hierro al asunto, se amaga con trasladar la pelota a Madrid al menor resquicio y, finalmente, cuando nuestras instituciones ya se han tenido que rebajar a la pataleta y los residentes a la bronca o a amenazar con los tribunales, nos ofrecen unas migajas. Lo hemos sufrido con el emisario de Talamanca, cuyos constantes vertidos de fecales han convertido una importante zona turística en un estercolero, al que ya sólo van aquellos que viven en la ignorancia.
Tras años de protestar y subrayar lo evidente, nos instalaron unas boyas de señalización y una abrazadera gigante que ni siquiera maquillaron el problema. La degradación ambiental y en imagen de la islason casi irreversibles, pero por fin se ha declarado de emergencia la sustitución del emisario. Eso sí, a condición de que las instituciones ibicencas adelanten la mayor parte de la inversión, pese a que la responsabilidad es únicamente del Govern. Un ejemplo tan sangrante como habitual, que se reproduce con otro asunto que a los ibicencos y formenterensesnos tiene en vilo: la invasión de serpientes.
Los primeros ofidios se detectaron en 2003 y, pese a la alarma social, las continuas advertencias de los técnicos pitiusosy la grave amenaza para especies endémicas como la lagartija, el Governno se involucró hasta fechas recientes. Por fin envióun técnico y anunció la semana pasada la instalación de 200 nuevas trampas para ofidios en Ibiza. Son las mismas, por cierto, que ya encargó en su momento el Consell a la Escuela de Artes y Oficios. A estas se les sumarán próximamente otras 150.
El propio conseller de Medio Ambiente del Govern, Vicenç Vidal, reconoció que la plaga se ha subestimado, que es casi imposible de erradicar y que lo único que se puede hacer es controlarla. Como decíamos, ha sido el primero que envía medios desde Mallorca. Sin embargo, a tenor de lo que afirman algunos expertos, son rotundamente insuficientes.
A Vidal le preguntaron cuántas culebras se estima que hay en las Pitiüses y dijo que es imposible de calcular. Cierto, pero no añadió algo que sí tienen meridianamente claro los técnicos: las serpientes se cuentan por muchos miles y la población va ‘in crescendo’ a un ritmo estratosférico. En Ibiza, sólo en 2015, se capturaron, avistaron o atropellaron alrededor de 600 ofidios. Para disponer de garantías, no habría que instalar 200 trampas sino 5.000 ó 10.000, según estiman estos profesionales. Estamos, nuevamente, ante una cuestión meramente de presupuesto y pretenden que volvamos a contentarnos con minucias, cuando en otros asuntos mallorquines no se escatima.
Uno de estos expertos me explica que las culebras de herradura viven en Ibiza “la vida loca”. Son las que más crecen, las que tienen mayor índice de grasa corporal y las que gozan de mejor salud; muy por encima de las del sur de la península o el nortede Marruecos, sus hábitats naturales. No se sienten amenazadas por ningún depredador y aquí crían como conejas,mientras se hinchan a comer lagartijas, una ‘delicatesen’ que constituye alrededor del 60% de su dieta. Encima ahora descubrimos que además nadan –una fue vista a un kilómetro de la orilla de Talamanca–. Parece cuestión de tiempo que alcancen los islotes y exterminen a las subespecies de lagartijas que los habitan y que no existen en otro lugar del mundo. Una sola bastaría para borrarlas del mapa.
Mientras se procede a instalar este puñado de trampas –más de 100 vecinos ya las han reclamado y subiendo–, el Govern tampoco toma el toro por los cuernos con el origen del problema, ya que debería prohibir o al menos limitar la entrada de olivos ornamentales, en cuyos recovecos las serpientes ponen sus huevos e hibernan.
Según parece, bastaría con que la entrada de estos árboles se constriñera a un periodo determinado de la primavera, cuando no hay huevos y las serpientes ya no están hibernando. El Govern, como es habitual, se escuda en que se está redactando una normativa nacional para Balears y Canarias, pero a este ritmo se puede eternizar. Mientras tanto, dispone de herramientas legales para establecer una moratoria con urgencia y cortar el dilema de raíz. De momento, los ofidios que proliferan en la isla no son venenosos, pero cualquier día pueden comenzar a aparecer víboras. Entonces, el problema pasará de ser ambiental a convertirse en una cuestión de seguridad y salud pública. Estamos ante una disyuntiva urgente que requiere pensar a lo grande y no escatimar medios, y el tiempo corre en nuestra contra.
Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza