La noticia pitiusa más viral de la última semana la publicaba este periódico elpasado jueves, bajo el título “El aire y el mar de Ibiza se venden”. En ella, el periodista Joan Lluís Ferrer subrayaba que “la capacidad de Ibiza para venderlo todo no tiene límites” y ponía como ejemploa un italiano espabilado que ofrecea los turistas latas con “aire de Ibiza” y una familia isleña que comercializa agua de mar.
El aire, al parecer, se vende a 3,90 euros la lata, que es hermética y no se puede abrir. Yo me apostaría a que la porción de atmósfera que contiene, por mucho que juramente la etiqueta,ni siquiera es pitiusa sino de la fábrica de latón donde se produce el envase; a saber si Cuenca o Taiwán. Ibiza es conocida por múltiples facetas pero en ningún caso por su vertiente industrial o metalúrgica. Estaríamos, en consecuencia, ante una tomadura de pelo menor cuyo pecado no radica en trapichear con brisa pitiusa –allá cada cual con su dinero–, sino en vender como ibicenco el oxígeno de otra parte. O sea, con abusar, una vez más, de la marca ‘Ibiza’, hecho que acontece cada vez con mayor frecuencia.
En Holanda, por ejemplo, se organiza una feria donde se ofrecen productos de Ibiza a granel –gastronomía, ropa, complementos, calzado, bebidas…–. Un amigo de Sant Carles que la visitó el año pasado me comentaba que, aunque allí casi todo era supuestamente pitiuso, a él no le sonaba un solo producto. La reacción de los lectores, en todo caso, no se hizo esperar y el invento del aire envasado corrió como la pólvora en las redes sociales.
Al comerciante transalpino se le dedicó un amplio repertorio de adjetivos –los más suaves “sinvergüenza” y “caradura”–, pero también hubo quien alabó su espíritu “emprendedor” –palabra tan de moda que también anda ya en vías de desgaste–. Otros, sin embargo, prefirieron hacer chistes y conminar a estos innovadores a que al menos no cojan aire de las cercanías de GESA ni agua de la bahía de Talamanca. Incluso apareció un filósofo proclamando que el nuevo fenómeno pitiuso no es más que otro síntoma de la pandemia de “gilipollez” que asola el planeta; eso que en ibicenco llamamos ‘asenaria’.
Honestamente, no entiendo la que se lió en las redes con el italiano espabilado. Ojalá la horda de desvergonzados que prolifera por la isla como chinches operara conproductos tan inocentes. ¿Cuántos hoteles anuncian su ubicación en entornos paradisíacos que en realidad huelen como estercoleros? ¿Qué representa mayor timo: vender una lata de aire a 3,90 o una botella de champán a 6.000 euros? ¿Y esos botellines de agua de Sant Hilari de Sacalm que a las 3 de la madrugada se cotizan a 15?
¿Qué porcentaje de humo hay en distribuir entradas de discoteca a mayor precio que las de un concierto de AC/DC o Bruce Springsteen? ¿Y recomendar playas para discapacitados en webs institucionales donde luego encallan las sillas de ruedas? ¿Qué sucede con esas calas destinadas al turismo familiar que no tienen ni socorrista? ¿Y eso de servir dos raciones de pescado al horno por más de 200 euros o vender tecno-menús experienciales a 1.500?
Podemos seguir con alojamientos de lujo que en realidad son apartamentos setenteros con una mano de pintura y muebles del Ikea, botecitos de sal marina al precio de caviar de beluga, hamacas de playa gratuitas que te obligan a consumir sangrías de 50 euros, agua corriente tan putrefacta que te deja calvo y te la facturan a precio de Evian…
Ibiza entera es un colosal mercado de aire, con un ejército de fenicios que pugnan por enriquecerse de la nada y un hormiguero de turistas que aún no nos explicamos de dónde sale, pero que viene año tras año a comprar nuestro humo con una ansiedad incomprensible. El día que despierten del sueño y descubran que todo era aire, que el emperador en realidad iba desnudo, a lo mejor nos caemos del guindo. Mientras tanto, a mí que alguien me lo explique porque no lo entiendo. En Ibiza somos el recopetín.
Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza