Ahora que se ha producido otra escalada de robos en casas aisladas –20 denuncias en cuatro días–, volvemos a acordarnos de aquella señora venida de Mallorca llamada Teresa Palmer, que minimizó el problema como si fuera una china incómoda en el zapato, pese a que era la delegada del Gobierno.
Hablamos de la misma servidora pública que tras semejante exhibición de empatía hacia las víctimas y la posterior salida de madre del conflicto, organizó el paripé más falso de la legislatura: enviar a Ibiza el pasado diciembre a un cuerpo de élite de la Guardia Civil para detener a los amigos de lo ajeno y, tras hacerse la foto y pasear cuatro días por los caminos, regresar a Mallorca a tiempo de celebrar el puente de la Constitución. De su marcha ni se enteró siquiera el director insular de la Administración del Estado, que lo supo por la prensa en un acto oficial.
Resoluciones de robos en casas aisladas apenas se han producido. Pero, eso sí, conferencias del grupo especializado ROCA de la Benemérita, hasta aburrir. Pese a tanto parlamento, los robos siguen a la orden del día y los cacos no se detienen ni cuando hay gente dentro. Hace unos meses incluso atemorizaron a un niño que se encontraba solo en casa y que pudo encerrarse a tiempo en el baño y alertar por el móvil a la policía. Al final va a resultar que la delincuencia no se remedia con charlas vecinales sino con investigación pura y dura y, sobre todo, poniendo los medios necesarios por tiempo indefinido.
Ahora que los robos vuelven a estar de actualidad –aunque nunca han dejado de producirse–, rebotan los ecos del plan cutre e irrespetuoso de la señora Palmer. No es un buen momento para ella, cuando ha sustituido su adusto gesto marcial por una sonrisa cómplice en las noticias y pronto desde los carteles electorales. Los ingeniosos estrategas del Partido Popular han decidido situarla al frente de su lista balear al Congreso de los Diputados.
Buena parte de los robos los sufren ibicencos que viven en el entorno rural de la isla, donde, como es comprensible, ha cundido cierta psicosis e incluso, ante la inoperancia policial, se plantea el establecimiento de brigadas ciudadanas de vigilancia. El campo es el mayor caladero de sufragios de la derecha y ya puedo imaginar la sensación estomagante de esos votantes habitualmente fieles al PP, cuando llegue el momento de depositar en la urna una papeleta encabezada por la misma señora que tan en serio se los ha tomado.
Uno camina por la vida tratando de discernir la lógica de las cosas que ocurren a su alrededor, pero nombramientos como este sólo se explican si quien toma las decisiones anda por el mundo con las orejeras puestas. Y no de esas que se emplean para combatir los sabañones cuando aprieta el frío, sino de las que se colocan a los burros con el objetivo de limitar su visión periférica.
Entre la clase política existe la creencia generalizada de que los ciudadanos tenemos mala memoria y nos olvidamos de sus acciones y promesas. En la mayoría de los casos tienen razón, pero ahí está la actualidad entrometida y su manía de ser recurrente con los hechos, obligándonos a recordar. Llevamos toda la vida oyendo la importancia que tienen los resultados electorales en las Pitiüses para el computo balear; afirmación que refrendan los números. La confección de esta lista, por consiguiente, no tiene ni pies ni cabeza.
No son los únicos que andan con las orejeras puestas. Los vecinos de Sant Josep tuvimos que mirar el calendario la semana pasada para asegurarnos que no era el día de los inocentes y el ayuntamiento nos estaba gastando una broma. El equipo de Gobierno ha anunciado que va a subirnos de golpe las tarifas de ese salitre infecto que se precipita por nuestros grifos, entre un 7 y un 15%. En lugar de “reducir los sobrecostos a la ciudadanía en materia de agua”, que era una de sus promesas electorales, han decidido hacer exactamente lo contrario.
Tras el lío de las hamacas, la insólita tolerancia con los abusos de las discotecas y beach club y este nuevo episodio del agua, me cuesta cada vez más atisbar las políticas progresistas por alguna parte. Sobre todo en comparación con el Consistorio de Sant Antoni, que ahora es quien marca la pauta en este tipo de dilemas municipales. Pero a lo mejor es que yo también llevo las orejeras puestas.
Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza