Mallorquinada. f. Dícese de la fría indiferencia, la callada por respuesta o la negativa irracional por parte de las instituciones palmesanas, ante urgencias impostergables o proyectos de gran relevancia reiteradamente demandados por las Pitiüses. La mallorquinada no requiere de intención aviesa, aunque no hay que descartarla, sino que a menudo se sustenta en la osadía del ignorante. Contra la mallorquinada no existe antídoto. Sólo cabe la regresión al clan ibicenco por encima de partidos e ideologías, cual aldea gala; la pataleta social, de la forma más tremebunda y mediática posible, y armarse de toneladas de paciencia. Aún así, la mallorquinada casi siempre se hace irreversible.
Este tipo de cacicadas son tan frecuentes que hasta nos hemos acostumbrado a ellas y, salvo cuando se trata de arbitrariedades incendiarias, las acabamos digiriendo con el antiácido de la apatía, no sin antes grabar otra muesca en la culata de los oprobios. Las mallorquinadas, con independencia de quien gobierne, se reproducen sistemáticamente desde cualquier entidad o departamento con alguna competencia sobre Ibiza y Formentera. De un tiempo a esta parte, sin embargo, hay una institución que las ha elevado a la cima del desafuero: la Conselleria de Medio Ambiente del Govern balear.
Las alcaldadas de Vicenç Vidal y sus subalternos constituyen una prolongación del legado de sus predecesores conservadores, cuando el timón lo manejaba con pulso firme y colmillo retorcido Biel Company. Aquel conseller de infausto recuerdo nos sometió a un interminable e infructuoso mareo de la perdiz con numerosos asuntos. El más notorio fue la apremiante reforma del emisario de Talamanca, situado en una zona turística y ecológica de relevancia, que vertía mierda al mar un día sí y otro también. Alborozada tiene que andar ahora la gente del PP de la isla ante el panorama que se avecina, con Company y José Ramón Bauzá –esos dos aliados incondicionales de Ibiza–, disputándose el control del partido a escala balear.
Siguiendo su estela arribó Vidal y, con nocturnidad, alevosía y nula deferencia institucional hacia las autoridades pitiusas –que se enteraron por la prensa–, la emprendió a tiros con las cabras de es Vedrà, generando la mayor bronca social que se recuerda en la última década en las Pitiüses. Hace unos días el sheriff Vidal también declaró que acabará con los rumiantes supervivientes “en cuanto el juez nos deje”. Muy probablemente cumplirá su palabra sin previo aviso.
Su Conselleria de Medio Ambiente ha vuelto nuevamente a rizar el rizo con este despropósito delirante de querer cepillarse pruebas deportivas de proyección internacional y larga tradición, como es la Vuelta a Ibiza de Mountain Bike. Al final, el Consell Insular d’Eivissa se ha visto obligado a intervenir y ha declarado la prueba de interés turístico para garantizar su celebración.
Todo evento que sobre el mapa transcurre total o parcialmente por una zona protegida e integrada en la denominada Xarxa Natura obliga a presentar un estudio de impacto ambiental. No importa que se desarrolle por caminos y carreteras donde hay hoteles y chalets, por los que en verano transitan docenas de autobuses cargados de turistas y tropecientos coches y motocicletas. Medio Ambiente pretendía reducir de 1.200 a 300 el número de participantes y modificar casi por completo el trazado de la prueba, hasta desnaturalizarla –nunca mejor dicho– y hacerla inviable. A los runners y ciclistas pongámosles todas las trabas del mundo. Mientras, para el resto, esto es jauja. Al final parece que va a haber entente, pero la mallorquinada ya nos ha dejado con el estómago revuelto.
Es obvio que la administración debe establecer medidas para garantizar que este tipo de eventos transcurran sin que las áreas naturales sufran daños colaterales. Pero que sea precisamente el Govern balear, responsable del Parque Natural de Ses Salines, quien ponga limitaciones tan severas al deporte resulta inverosímil. Estamos hartos de ver este paisaje colapsado durante meses, con coches a rebosar, discotecas y beach club que montan el estruendo que les da la gana, playas saturadas y yates gigantescos que arrasan impunemente los fondos marinos.
Vidal, sin embargo, es insaciable y sus mallorquinadas no acaban aquí. La última, su negativa a declarar el islote de Tagomago Parque Natural. Que en Ibiza todos los partidos se pongan de acuerdo en algo constituye un milagro, pero así ha ocurrido con esta petición ya reiterada. Vidal ha desplegado su ristra de excusas, pero no engaña a nadie porque al final todo se reduce a lo mismo: elevar Tagomago de categoría afectaría al presupuesto de la conselleria, que sólo tiene fondos para declarar parques naturales en Mallorca. Impresentable.
Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza