Pocos rincones de la costa de Ibiza acumulan tanta epopeya y, al mismo tiempo, resultan tan anónimos como la cala de sa Sal Rossa o la Xanga, al pie de la torre des Carregador. Un topónimo dual sobre el que siempre ha oscilado el péndulo de la polémica, pues hay firmes defensores de cada término. Al final se ha asentado una indecisión salomónica, al menos de manera institucional. Ésta establece que sa Sal Rossa abarca el extremo norte de la ensenada, contigua a Platja d’en Bossa, mientras la Xanga se asienta al sur de la achatada bahía, más hacia el interior del Parque Natural de Ses Salines. Es probable que el desvencijado muelle que yace frente al promontorio de la torre ejerza de virtual frontera entre ambas.
Una cala de orilla pedregosa, aguas cristalinas y un pequeño núcleo de casetas varadero en cada extremo, que por tres razones compone uno de los más relevantes tramos costeros de la antigüedad pitiusa. La primera salta a la vista desde la lejanía: la torre de sa Sal Rossa o des Carregador, también con su doble nomenclatura, como el torrente y el islote. Su origen se remonta a mucho antes del siglo XVIII, tiempo en que la Corona Española ordenó construir una cadena de atalayas alrededor de la costa pitiusa, para vigilar la llegada de piratas turcos y berberiscos.
Así, la torre des Carregador destaca por sus dimensiones, colosales en relación al resto de refugios ibicencos, como también por su acceso, a pie de roca en vez de en la planta alta. Una característica común a las torres de las casas payesas, con acceso desde la calle y sin escalinatas, por si había que correr. La clausuraba una sólida puerta de madera que, sin embargo, a veces no había tiempo de cerrar o era derribada a hachazos por los piratas. Si lo lograban, se veían obligados a atravesar un estrecho pasadizo en zigzag, que se defendía con ventaja y a pedradas desde una tronera accesible por el interior.
El refugio se estructuraba en dos grandes salas abovedadas, equipadas con sendos elementos inéditos: alacena y chimenea. El fuego se encendía para que los trabajadores de la sal avistaran el humo y corrieran a refugiarse entre sus gruesos muros antes de que desembarcara el enemigo. Cabían hasta doscientas personas.
Las primeras noticias que se tienen de ella son de 1575, cuando la crónica de la época revelaba su construcción y el encargo de un cañón para la azotea, por parte del gobierno de l’Universitat. En el siglo XVIII su estructura fue adaptada a las necesidades de los torreros, que se mantuvieron aquí apostados hasta 1867.
El segundo elemento histórico de esta cala guarda relación con la etimología de su nombre: “Xanga”, que deriva del catalán “Xanca”. En castellano es “Chanca” y en italiano “Chianca”, tal y como aclara la Enciclopèdia d’Eivissa i Formentera. Es el nombre que recibían los bancos de madera donde se despedazaban los atunes que se capturaban en la almadraba, antes de conservarlos en salazón. La trampa de Ses Salines era la única de las Pitiüses y estaba situada en Es Freus, frente a la torre de Ses Portes. Los animales, sin embargo, se troceaban en el matadero de la Xanga, donde además se almacenaban todos los aparejos de los pescadores.
El tercer punto de interés aún es visible. Se trata de un muelle desgastado y carcomido por las tempestades –incluso sumergido en algunos tramos–, que se aleja en perpendicular hacia el islote de sa Sal Rossa. Es el antiguo cargador de la industria salinera, donde se apostaban barcos incluso venidos del frío Atlántico para llenar sus bodegas de sal ibicenca. El muelle se sumió en el olvido al erigirse el nuevo puerto de Sa Canal, en la playa de Ses Salines. Una cala, por tanto, que fue bastión frente al filibusterismo, industria pesquera y puerto salinero; la tríada de La Xanga.
Artículo publicado en El Dominical de Diario de Ibiza. Es parte de mi ‘Imaginario de Ibiza’