Cuentan que cuando el rey Fahd de Arabia Saudí iniciaba sus vacaciones marbellíes, que se prolongaban por espacio de dos meses, la economía de la ciudad experimentaba una auténtica revolución; especialmente en los años de la crisis de los noventa. Al jeque le acompañaba un enorme séquito formado por un par de centenares de personas que, como él, vivían a todo tren. Entre ellos había amigos, familiares, funcionarios, médicos y una cohorte de sirvientes de toda índole, dedicados a satisfacer los placeres que requería el monarca. Según publicaban los medios de comunicación de la época, el jeque se dejaba en Marbella alrededor de 90 millones de euros por temporada. El rey Fahd murió en el año 2005 y Marbella se quedó sin uno de sus mayores ‘benefactores’.
De entre los miembros de su estirpe, su hijo menor Abdulaziz, de 43 años, es el que mejor ejemplariza la continuidad de esta tradición del despilfarro. Desde hace ya unas cuantas temporadas,el príncipe ha sustituido el verano en la Costa del Sol por la canícula pitiusa, donde su llegada también genera una importante revolución económica. Las cifras no se han hecho públicas, pero, sin duda, se traducen en docenas de millones de euros. Como su progenitor, Abdelaziz viaja con un enorme séquito que copa varias plantas de los hoteles más lujosos de la isla. Antes del desembarco, que suele producirse en alguno de sus muchos aviones privados, aterrizan los administradores, que negocian las tarifas de alojamiento con cifras redondas, de la misma manera que regatearían en un zoco, pero con muchos más ceros. Sus gastos en restaurantes y salas de fiestas son estratosféricos, al igual que las propinas, y tienen a su disposición medio centenar de coches de alta gama.
El mayor lujo de Aldulaziz, sin embargo, es su yate, bautizado como él y que antaño perteneció al rey. Cuando fue botado, en 1984, era, con sus 147 metros de eslora, el más grande del mundo. Hoy hay 4 ó 5 que le adelantan, la mayoría pertenecientes a oligarcas rusos, que también gustan de navegar por aguas pitiusas. Abdelaziz, además, dispone de otro navío, ligeramente más modesto, donde, al parecer, viaja su harén. Joan Lluis Ferrer ofrece sabrosos detalles en su libro ‘Ibiza, la isla de los ricos’.
El del príncipe es uno de esos buques con anclas monstruosas, que roturan y arrancan extensiones enormes de posidonia en cada maniobra. Hace poco más de una semana, fondeó sobre las praderas de es Caló de s’Oli, en Formentera. Como era de noche, no había vigilancia marítima en la zona –con la que está cayendo– y nadie interpuso denuncia, pese a que varias embarcaciones alertaron al servicio de emergencias. Cabe recordar además que la tripulación del ‘Prince Abdelaziz’ ya se vio envuelta en polémicas al principio del verano, cuando se adueñó por las buenas de un tramo de la playa de ses Illetes, desplegando abundante mobiliario y echando con malos modos a los bañistas que ‘estorbaban’.
Coincidiendo con los desmanes del yate del jeque, el gerente del puerto deportivo Marina de Formentera anunció el martes pasado que declararán como ‘non grata’ a toda embarcación que fondee sobre las praderas de posidonia y no le darán amarre o se lo suspenderán si ya lo tiene. Formentera, como tantas veces, toma la delantera a Ibiza. Hace semanas ya demandábamos desde esta tribuna que los puertos pitiusos denieguen y suspendan amarres a quienes maltratan nuestro patrimonio natural, ya sea fondeando sobre la posidonia, vaciando sentinas en el mar o acotando tramos de playa.
Cabría esperar que el resto de autoridades portuarias tomaran el mismo ejemplo, pero no somos tan ilusos. Dudo que haya gónadas para negarle el amarre a los príncipes del petróleo, a los oligarcas rusos y otros miembros de la estirpe multimillonaria, aunque atenten flagrantemente contra el territorio. Habrá, por tanto, que diseñar otro tipo de medidas pata concienciar y facilitar el fondeo en puntos reservados para ellos, enáreas que no afecten a la posidonia.
Los jeques, con su lluvia de millones, seguirán disfrutando de patente de corso en nuestras aguas, con la misma impunidad de los antiguos bucaneros. Y así hasta el día en que se decidan a comprar las Pitiüses y mandarnos a todos a hacer gárgaras.Hay quien dice que alguno ya se ha puesto en marcha.
Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza