En 1976 el fotógrafo Toni Riera capturó una imagen que acabó convirtiéndose en un símbolo de la Ibiza desenfada y sin tabúes, donde convivían hippies, bohemios y bon vivants. No fue una captura improvisada, sino preparada a conciencia por encargo de la discoteca Pachá, que por entonces apostaba por una imagen tan personal y auténtica que ninguna otra discoteca del país le hacía sombra. Algunos de sus carteles, además de icónicos, eran auténticas obras de arte y objeto de deseo de coleccionistas.
Para capturar aquella imagen, Riera se apostó en un balcón frente al Hotel Montesol –entonces la fachada estaba pintada de blanco, en lugar del amarillo característico que lo adorna desde poco después–, y colocó distintos personajes representativos de la Ibiza errante en tres balcones de tres plantas; nueve en total. Aparecían músicos tocando el violín, tipos con barba larga y sombrero estrambótico, hippies, una señora con mirada altiva y pechos al aire, otra con una serpiente enroscada del cuello…
La fauna que desfilaba tras las barandillas del Montesol y que inmortalizó con aquella foto Toni Riera en nada diferían de la que se apostaba en las mesas de la terraza, a ras del Paseo de Vara de Rey, a disfrutar de animadas tertulias o simplemente a observar el paso de la vida, en la esquina más concurrida de la ciudad.
Mientras una mesa podía estar ocupada por millonarios que acababan de atracar su yate en el puerto, en la de al lado se apalancaba un buscavidas sin una peseta en el bolsillo, que ocupaba la mesa toda la mañana con un café sin que nadie le pusiera pegas. A menudo rico y pobre acababan compartiendo tabaco y vivencias, sin que el estatus se interpusiera. En eso Ibiza era una tierra realmente insólita. La mezcolanza del Montesol componía su mayor atractivo y hacía de él el epicentro de la Ibiza alegre.
Pero el Montesol era, además, el edificio más imponente de la ciudad; un injerto de La Habana más colorida en el corazón de Vila. Lo construyó en 1932 el maestro de obras Juan Gómez Ripoll, ‘Campos’, que importó la alegría arquitectónica del Caribe colonial tras pasar una larga estancia en Cuba. De alguna forma, el Montesol seguía conectado con La Habana más allá del estilo. Mientras Ibiza avanzaba hacia la modernidad, el Montesol persistía en su decadencia sin perder la alegría ni los clientes, que obviamente evolucionaban sin dejar de parecer siempre los mismos.
En el mes de julio el Montesol reabrió sus puertas como el primer establecimiento del imperio Hilton en Ibiza. Por el exterior ha quedado impecable. Las trazas del maestro campos permanecen intactas y sus fachadas lucen ahora con un amarillo más apagado, como si regresara a la vida con cierto rubor. Me gustaba más el color vivo de antaño, pero eso es ya cuestión de gustos y el resultado estético, en todo caso, es satisfactorio. Ya en el interior, las desvencijadas habitaciones de antaño son ahora suites de lujo y la cafetería ha adoptado un diseño moderno y llamativo.
Lo que ahora está por ver es si el Montesol será capaz de retener esa atmósfera de limbo, casí onírica, que atraía a una fauna tan pintoresca como atípica y que hacía de él un edificio con vida propia; casi un organismo. Es difícil que eso resulte compatible con la filosofía de una cadena omnipresente en el mundo como Hilton, que fundamentalmente funciona en base a unos objetivos económicos y a un modelo de explotación concreto. Pero nunca se sabe. Incluso es posible que el edificio acabe abduciendo, de alguna manera, a los nuevos moradores y les contagie su alegría.
Artículo publicado en El Dominical de Diario de Ibiza. Es parte de mi ‘Imaginario de Ibiza’