“Legendaria era Xanadú, donde Kublai Khan había edificado su palacio. Hoy casi tan fabuloso es el Xanadú de Florida, la propiedad privada más extensa del mundo. Aquí en medio de la desértica zona costera se levantó una montaña artificial; cien mil árboles y veinte mil toneladas de mármol han sido necesarios para edificar Xanadú…” (guión de ‘Ciudadano Kane’, de Joseph J. Mankiewicz y Orson Welles, 1941).
Aquel castillo gótico y ecléctico, inalcanzable en el aislamiento de su montaña, recargado de extravagantes riquezas y tesoros artísticos, con que arrancaba una de las obras imprescindibles de la historia del cine, constituía el símbolo del inmenso poder que puede acumular un hombre en vida. Y al comienzo de todo, en el primer fotograma, el cartel que pendía de la verja del feudo del magnate Charles Foster Kane, y que advertía amenazante: “No pasar”.
En Ibiza poseemos una colección de Xanadús con idénticos avisos. Mansiones de ensueño que coronan montes y acantilados, y que cambian de manos constantemente mientras alimentan un negocio inmobiliario tan opaco como estratosférico. El palacio más destacado, sin embargo, no se eleva sobre una cima, sino que aguarda con cierto disimulo a ras de mar, en una ubicación aún más exclusiva: el antiguo islote des Bosc o de sa Ferradura, en la desembocadura del Port de Sant Miquel. Lo de “antiguo” viene al caso porque en la actualidad sa Ferradura ya no es isla sino istmo. Está unida a Ibiza mediante una lengua natural de arena y rocas, al pie de la Torre des Molar. Proporciona acceso por tierra a esta casa de ensueño, sin necesidad de helicópteros como en Tagomago, su principal competidora en lujo y privacidad.
Se desconoce a quién pertenece la mansión en la actualidad, aunque la rumorología apunta a algún magnate ruso. Por alguna razón, suelen ser los primeros aludidos cuando se conjugan ostentación y falta de transparencia. Al iluminarse al atardecer y contemplarse desde el otro lado de la bahía, junto a la cueva d’en Marçà o en la carretera que corona los grotescos hoteles, refulge esplendorosa y sin disimulos. Los focos difuminan el efecto de camuflaje que el jardín ejerce por el día. Esta residencia única, erigida cuando la protección del territorio aún era un concepto que en Ibiza sonaba a chiste, incluso lideró el ranking de la revista Forbes de las islas más caras del mundo. Hace una década se ofrecía por 33 millones de euros, aunque acabó siendo traspasada por 22. Posteriormente se han producido nuevas transacciones, pero tanto las cifras como los personajes involucrados han permanecido en el anonimato.
Limusinas y lujosos todo terreno con cristales tintados entran y salen de la propiedad, protegida por un inexpugnable servicio de seguridad, y enfilan por el tortuoso y polvoriento camino que asciende hacia los acantilados de Na Xemena para alcanzar la otra orilla del Port de Sant Miquel. Mientras tanto, los bañistas de la plebe se arremolinan en la minúscula y paradisíaca calita con chiringuito, que conforma la vertiente sur de la senda del Xanadú pitiuso. Se la conoce como es Pas de s’Illa; aguas límpidas que apuntan hacia la bahía de Sant Miquel y recovecos tan maravillosos como Caló des Multons.
La otra orilla del istmo, en su cara norte, es pétrea y abrupta y está dominada por la visión de s’Illa Murada, en mitad del horizonte. La valla de sa Ferradura separa a aquellos que pagan 150.000 euros de alquiler a la semana de otros que, por unos pocos euros o incluso nada, gozan prácticamente del mismo rincón privilegiado. No cabe duda; en el interior deben de aguardar maravillas y placeres propios de las mil y una noches que justifican el dispendio –como en aquel Xanadú de Orson Welles–. Ese es, precisamente, el enigma que espera tras la verja.
Artículo publicado en El Dominical de Diario de Ibiza. Es parte de mi ‘Imaginario de Ibiza’