Uno de los paisajes más sobrecogedores de la península ibérica se llama Las Médulas y aguarda en la comarca leonesa del Bierzo. Desde la lejanía, el verdor de los robles y castaños y las suaves ondulaciones de las colinas que envuelven el escenario contrastan con una brusca concatenación de crestas y farallones de tierra roja, de un tono tan vivo como el que adquieren los campos recién roturados de Corona y Albarca. Una vez te aproximas a estos monolitos desde abajo, atravesando senderos por los que campan jabalíes y corzos, te envuelve una maraña de galerías, barrancos y desgarros tan colosales que cortan el aliento. La montaña entera aparenta ser un terroso y gigantesco queso Gruyère.

Como los arrozales escalonados de Bali, los cafetales centenarios de Colombia o los jardines persas de Irán, Las Médulas no constituyen un ecosistema natural sino que han sido modeladas por la mano y el ingenio del hombre. Son, en realidad, lo que se denomina un “paisaje cultural”, en este caso concebido por los romanos hace dos mil años, al someter un monte anónimo a un proceso continuado de erosión para la extracción de oro. Los ingenieros latinos acumulaban agua en lo alto procedente de los riachuelos y luego la dejaban caer a presión por las grietas de la montaña, horadándola y arrastrando la tierra hasta los lavaderos, donde 10.000 hombres rebuscaban el oro entre los guijarros.

Las Médulas conforman una de esas raras ocasiones en que el resultado de la intervención humana roza la divinidad de la naturaleza. Casi siempre que se alumbra semejante milagro, acontece de manera involuntaria. En las Pitiüses también encontramos un ejemplo conmovedor: los estanques de Ses Salines. Resulta paradójico que la mayor riqueza paisajística del único Parque Natural del archipiélago, sea fruto del hombre.
Ses Salines gozan de tal reconocimiento desde el año 2001. Se ubican en una reserva que abarca cerca de 3.000 hectáreas terrestres y 13.000 marinas, y se extiende desde el sur de Ibiza al norte de Formentera, ocupando también el brazo de mar que las separa. Alberga una parte esencial de las praderas de posidonia que envuelven las islas y que forman parte de la declaración de Ibiza Patrimonio de la Humanidad (1999).

Los estanques, además, constituyen el mayor humedal de Ibiza, con 400 hectáreas de superficie, y componen un ejemplo de biodiversidad mediterránea. También representan la industria más importante de la isla, desde la antigüedad hasta los tiempos pre-turísticos del siglo XX, y uno de los raros ejemplos de producción ininterrumpida durante más de 2.000 años. A falta de otros recursos para la conservación de los alimentos, la sal era un bien tan preciado que incluso se utilizaba como una moneda de cambio. Fueron los fenicios, alrededor del 600 a.C., quienes iniciaron su explotación en Ibiza y la continuaron cartagineses, romanos, musulmanes y cristianos.

Su gran expansión se produjo tras la reconquista, a partir del siglo XIII. Hasta entonces, la sal se recolectaba de forma natural en los márgenes de las dos grandes lagunas que entonces existían. El agua penetraba por un canal con las mareas y luego se evaporaba, acumulando mineral. A partir de entonces se crearon estanques, canales, compuertas e infraestructuras de embarque, que han ido evolucionando a lo largo de los siglos. Hoy se sigue refinando para consumo doméstico y se exporta al natural a países del norte de Europa.

La magia de los estanques, sin embargo, no es económica sino estética y se despliega con toda su intensidad aquellos días claros en que la brisa se ausenta y las ondas se esfuman de la superficie del agua. Es entonces cuando las salinas se transforman una retícula de espejos que reflejan cada nube, cada brillo y cada sombra. Llegado el atardecer, el cielo se enciende y proyecta púrpuras, naranjas y violetas sobre el firmamento. El espectáculo se duplica sobre los estanques y conforma un espectáculo deslumbrante, que obliga a los conductores a olvidarse de las prisas y detenerse en el arcén, al regreso de la playa. No existe crepúsculo en Ibiza capaz de hipnotizar como el de Ses Salines.

Artículo publicado en El Dominical de Diario de Ibiza. Es parte de mi ‘Imaginario de Ibiza’