Desconocemos qué se ha fumado la Autoridad Portuaria de Baleares que le ha provocado semejante brote esquizofrénico, pero con cada ocurrencia que nos regala queda más claro su empecinamiento en convertir el puerto de Ibiza en un parque temático del lujo y la extravagancia. A tenor de los planes disparatados que concibe para el recinto y que va dando a conocer en pequeñas dosis, alguien podría deducir que la APB es una multinacional fundada por un jeque árabe, un magnate ruso o un fondo buitre. Que nadie se confunda. Estamos ante una institución pública, propiedad de todos los españoles e integrada en la estructura del Ministerio de Fomento.
Tras años de atender a los pasajeros en una carpa inhóspita y dos estaciones desvencijadas, la APB pretende pasar, de la noche a la mañana, a una fusión entre Rodeo Drive, el puntito canalla de Miami y los pantalanes monegascos. Quiere, además,acometer esta transformación en contra de la opinión de buena parte de la sociedad pitiusa, que anhela el puerto amable y pintoresco de siempre, cuya función eminentemente sea la salida y la llegada de pasajeros y mercancías. Lo que viene siendo la clásica infraestructura portuaria, pero arregladita. Todo lo contrario al rosario de mamotretos que se plantean y que, lejos del interés público, únicamente responden a estrategias inmobiliarias de naturaleza especulativa, basadas en el puro mercadeo de espacios comerciales.
Primero quisieron crear una zona de copeteo en la estación marítima del martillo. Como si los andenes aledaños fueran un erial donde no fuera posible encontrar un mísero abrevadero. Tras negociar con el Ayuntamiento, se pactó que el actual proyecto no incluyera servicios accesorios. Sin embargo, los comerciantes de La Marina no las tienen todas consigo y con razón, ya que no se ha reducido la superficie que se planea construir. De momento, se ha derribado el viejo edificio y, pese a las reiteradas advertencias de todo el mundo, hemos llegado a la temporada con los cimientos a medias. Es lo que suele ocurrir cuando se contratan obras con constructoras al borde de la quiebra, pese a que lo sabía hasta el apuntador.
A continuación, la APB estimó oportuno alejar del centro de la ciudad a las barcas de Formentera. Al principio se vendió como una maniobra en pro del bien común y nos sugirieron que todo el tramo de la Avinguda de Santa Eulària quedaría convertido en un agradable paseo. Ahora descubrimos que en mitad del trayecto aguarda un centro comercial. En resumen, alejamos y encabronamos a los pasajeros para poner unas tiendas, que en Ibiza también escasean.
Para colmo, ahora resulta que la APB tiene además entre manos otra genialidad, en este caso pergeñada por la gestora de Marina Botafoc. Pretende ampliar las instalaciones en más de 15.000 metros cuadrados –6.000 ganados al mar– y erigir, entre otras imperiosas necesidades, un gigantesco beach club. Resulta inaudito que, en una isla rodeada de playas y saturada ya de este tipo de establecimientos, no perciban esta idea como una ridiculez absoluta. ¿Van a añadirle solárium y piscina? ¿Tal vez una playa artificial? Ya sólo queda arrinconara las barcas del muelle pesquero, pero tiempo al tiempo.
Ante este panorama, resulta imposible evadirse de la sensación de que la APB planifica con el único objetivo de succionar hasta la última gota de la ubre ibicenca. Puestos a ganar pasta gansa, deberían ser más originales. Yo mismo me ofrezco a la APB como asesor en la búsqueda de proyectos más creativos y potencialmente lucrativos. Como muestra, ahí van unas cuantas ideas.
Montemos, por ejemplo, un luminoso casino camino del muro. Los magnates del petrodólar, habituales de la canícula pitiusa, sienten pasión por el juego y todo el mundo sabe que la banca siempre gana. Otra posibilidad: abrir un concesionario de limusinas junto al monumento de los corsarios. Así los clientes de los yates pueden acceder al transporte más exclusivo sin apenas pisar tierra. Otro sector con mucha demanda es el de Salud y Belleza. ¿Por qué no un spa y una clínica de cirugía estética en primera línea de muelle?
Por último, un paraíso del megalujo resulta inconcebible sin una barra americana de alto standing, donde echar una cana al aire sin necesidad de desplazamientos. Y no olvidemos vallar bien todo el complejo, para que el populacho no incordie.Definitivamente, en Ibiza hemos perdido el norte.
Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza