Las actuales murallas de Ibiza, abaluartadas, angulosas y de inclinados lienzos, fueron erigidas en el renacimiento (siglo XVI). Circunvalaban la antigua fortaleza medieval, que a su vez construyeron los árabes en los albores del segundo milenio. Si hoy pudiésemos otear los perfiles de aquella alcazaba, nos asombraríamos de cuán diferente era.
El fuerte sarraceno se alzaba con la insolencia que otorga la pura verticalidad e intercalaba una treintena de torres entre sus muros, algunas de planta redonda aunque la mayoría cuadradas. Aún hoy pueden distinguirse algunas en la parte alta del Carrer de Santa María y en el de Sant Josep, atrapadas entre los edificios, o semiderruidas al descender por la Ronda Calvi.
Los robustos taludes y las casamatas que financiaron los Austrias –y que hoy admiramos en su plenitud–, componen la argucia de los ingenieros militares para dotar a las fortalezas de mayor resistencia y capacidad operativa, frente al nuevo engendro bélico: la artillería. Ésta transformó la concepción de los recintos amurallados, que se habían mantenido estables a lo largo de toda la antigüedad.
Sin embargo, cuando las murallas de Ibiza aún eran andalusíes y sólo podían asediarse con catapultas, éstas conformaban un triple recinto superpuesto que descendía desde lo alto del Puig de Vila hasta casi el nivel del mar, protegidas por un foso. En lo alto del bastión, la villa superior, con el Castillo, la Almudaina y las casas de los potentados; luego la ciudad media y por último el arrabal, cuyo lienzo discurría en paralelo al que hoy ensombrece el Carrer de Jaume I y la Plaça del Parc.
Varias puertas interiores enlazaban los tres niveles. De las exteriores sólo sobrevive una, Sa Portella, que hoy atravesamos sin conciencia de su antigüedad, cuando acortamos hacia el Ayuntamiento desde el Carrer Major, descendiendo por el de Santa Maria y a espaldas de Can Botino.
¿Con qué arenga espolearían a sus mercenarios Guillem de Montgrí, Pere de Portugal y Nunó Sanç para lograr la conquista de una atalaya con fama de inexpugnable desde la antigüedad? Quien ignore los detalles de la caída de Yabisa, tal vez rememore las soflamas de Agamenón en ‘La Ilíada’ de Homero: “Cada uno afile la lanza, prepare el escudo, dé el pasto a los corceles de pies ligeros a inspeccione el carro, apercibiéndose para la lucha; pues durante todo el día nos pondrá a prueba el horrendo Ares”.
Sin embargo, la leyenda pitiusa se desentiende de la épica y la conmuta por traición. El hermano del gobernador musulmán, carcomido de rencor después de que éste le arrebatara a su favorita del harén, cobró venganza entregando la medina a los cristianos. Al amparo de la noche, les facilitó la entrada a través de un ventanuco que atravesaba la muralla hasta el interior de su palacio.
La tradición popular, cuestionada por los arqueólogos, establece que aquel pórtico a la nueva era se situaba donde hoy aguarda la capilla de Sant Ciriac, en el callejón del mismo nombre, casi enfilando el Carrer Major de Dalt Vila. Sea o no verídico el mito, resulta hermoso que tan modesto oratorio albergue la mayor bisagra de nuestra historia.
Artículo publicado en El Dominical de Diario de Ibiza. Es parte de mi ‘Imaginario de Ibiza’