En la Edad Media, los señores feudales gozaban del llamado “derecho de pernada” o de la “primera noche”, que les confería el poder de mantener relaciones sexuales con toda doncella casadera antes de contraer nupcias. Los franceses lo llamaban “droit de cuissage”, que suena mejor pero constituye idéntica ignominia. Esta norma representa el mayor atropello de los nobles hacia sus vasallos y el culmen de la avaricia del hombre. La anécdota histórica viene al caso porque en Ibiza aún se mantiene una suerte de derecho de pernada.
Entre la maraña de servicios exóticos que ofrece el mercado negro pitiuso probablemente encontraríamos de todo, peroen esta ocasión no nos referimos a asuntos de índole sexual sino económica. Imaginemos, por ejemplo, que todas las nuevas licencias de alojamientos que se aprobasen en la isla se concediesen en exclusiva a los hoteleros pitiusos tradicionales. O que las plazas de médicos, funcionarios o maestros convocadas se adjudicasen por decreto a los ya beneficiarios, para que estos a su vez las subcontratasen a su libre albedrío…
La idea, aunque descabellada, no puede calificarse de original. Los propietarios de discotecas, como recordarán, aspiraron a algo parecido al solicitar que no se concediesen nuevas licencias de ocio a empresarios foráneos.Existe, asimismo, un colectivo que sigue ejerciendo este “droit de cuissage” y que además lo hace amparado por la ley, por increíble que parezca: los taxistas. La pasada Semana Santa se declararon en huelga porque exigen que todas las licencias estacionales –esas que permiten ofrecer un servicio moderadamente más eficaz que el de antaño en los meses fuertes de la temporada– se les confieran a ellos, en lugar de a sus asalariados. La huelga apenas tuvo incidencia, pero ahora amenazan con nuevos paros e incluso con acudir a los tribunales.
Pese a que ellos ya disponen de su licencia, que explotan como más les conviene y que además les ofrece un margen de beneficios que ya querrían para sí muchos empresarios de otros sectores,pretenden quedarse con todo el pastel. El Consell, que en diciembre logró poner fin a la interminable y cansina batalla del GPS único con un inesperado acuerdo a escala insular, ahora trata de imponer cierta coherencia con respecto a este abuso. A los taxistas propietarios les ofrece el 65% de las licencias estacionales, mientras que el 35% restante iría a manos de aquellos asalariados que aspiran a prosperar y convertirse en sus propios empresarios.
Los taxistas pueden ejercer esta presión porque el ex presidente del Govern balear, José Ramón Bauzá, impulsó una Ley del Transporte a su medida, que establecía, contrael más elemental principio de equidad social, que las “licencias de carácter temporal se otorgarán preferentemente a los titulares de licencias de carácter ordinario”. Mientras que el Consell interpreta que la ley se refiere a la “mayoría” de estas licencias estacionales (a partir del 51%), los taxistas propietarios entienden que deben de ser todas para ellos y, sólo en caso de que sobren, adjudicarse a sus jornaleros.
La única forma de atajar la actitud cainita de los propietarios es que todos los municipios mantengan con firmeza la misma postura. Cabe subrayar que hablamos de un servicio público y que las licencias las conceden los ayuntamientos. En un principio, las instituciones ibicencas pactaron los porcentajes que sigue defendiendo el Consell, incluidos los dos consistorios gobernados por el PP. Sin embargo, ante la amenaza de huelga, el de Santa Eulària, sin previo aviso, se saltó el acuerdo y negoció con los taxistas de su localidad un 85% de las licencias estacionales; es decir, un 20% más.
La jugada me recordó a esos tiempos de los todopoderosostouroperadores, en que los hoteleros pactaban unas tarifas mínimas y, a las primeras de cambio, siempre aparecía uno querompía la baraja. Santa Eulària, por decirlo suavemente, debería de haberrespetado el compromiso adquirido y contribuir a una solución consensuada para el problema.
Mis disculpas por anticipado a los amigos y conocidos del gremio del taxi pitiuso, en el hipotético caso de que estén de acuerdo con los argumentos que baraja su patronal. Pero una cosa es utilizar el corporativismo para ejercer cierta influencia en el sector en el que uno opera y otra bien distinta querer acapararlo todo. Ni los taxistas propietarios son señores feudales ni sus asalariados vasallos.
Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza