Por fin ha concluido la campaña electoral, hemos ido a votar y en los telediarios tendrán cabida nuevas noticias, más allá de mítines, promesas electorales y rifirrafes dialécticos. Ahora toca aplicar antiséptico allá donde se clavaron los puñales para que las heridas cicatricen rápido, dejar que la diplomacia se abra camino y tomen cuerpo los imprescindibles pactos post electorales –término tabú antes de las urnas–.
La necesidad de aspavientos y postureo electoral se reduce drásticamente y ahora en nuestra política local, tan trufada de acuerdos, es hora de ponerse a trabajar en serio en aquellos asuntos que requieren consenso, flexibilidad y mano izquierda. Tenemos un par de años de clima propicio por delante –salvo que con este resultado España acabe siendo ingobernable y se convoquen nuevos comicios en unos meses–. Tiempo para que los representantes institucionales pueden ponerse a planificar, sin más presión que los compromisos adquiridos con los ciudadanos.
Ahora que ya no hay unas elecciones de por medio, la delegada del Gobierno, Teresa Palmer, por ejemplo, ya no ordenará a los efectivos palmesanos que embarquen hacia Ibiza unos días a hacer el paripé. Toca asumir que ante este grave problema de seguridad –más allá de charlas vecinales en las que se imparten consejos de perogrullo–, estamos solos y que hay que buscar soluciones sin esperar a que caiga del cielo un milagro mallorquín.
Tal vez, podamos también averiguar los auténticos entresijos de la polémica estación del martillo. Que un puerto necesita un espacio para atender a sus usuarios constituye una obviedad. Si no existe una solución viable que pase, por ejemplo, por acondicionar alguno de los edificios de los andenes, habrá que renunciar a la plaza pública del Martillo y pactar la solución menos dolorosa. Los vecinos y comerciantes no quieren que se demore más la obra, pero tal vez haya que afrontar una realidad incontestable: no hay tiempo de derribar la vieja estación y erigir otra de aquí a que arranque la temporada. Quizás sea mejor dejar un proyecto bien atado y comenzarlo en noviembre de 2016.
Para eso, resulta imprescindible que tanto el Ayuntamiento como la Autoridad Portuaria profundicen en una cuestión por la que, hasta el momento, han pasado de puntillas: ¿Por qué el nuevo proyecto conserva los mismos 600 metros cuadrados de superficie que el anterior, cuando una buena parte de éste se destinaba a fines comerciales? Si efectivamente hay un compromiso para que la nueva estación no albergue tiendas ni bares, ¿por qué no se elimina el volumen sobrante?
Sería asimismo adecuado que los partidos que gobiernan el Consell se pongan de acuerdo y establezcan un frente común sobre qué porcentaje de la futura ecotasa –si es que algún día se hace real–, se va a exigir al Govern balear para Ibiza. Durante la campaña electoral, el PSOE ha dicho que el 13% y Podemos pide como mínimo el 20%. Lo suyo sería no aceptar un céntimo menos de lo recaudado en nuestro territorio, sea el 15% o el 25%, según la temporada. El Govern pretende que nos conformemos con una redistribución del impuesto en función de proyectos concretos, lo que podría ser viable si no fuera porque a Ibiza tradicionalmente se le conceden las migajas y Mallorca arrampla con todo. No podemos volver a tropezar con esa piedra que tan bien conocemos.
Urge además arremangarse y afrontar por fin el reordenamiento urbanístico de la isla. El debate suscitado por la posibilidad de prohibir cualquier construcción en Áreas Naturales de Especial Interés (ANEI), cuya oposición ya le ha costado a la Demarcación del Colegio de Arquitectos de Ibiza su imagen de vanguardia y progresía, parece una polémica casi irresoluble sin provocar una grave fragmentación en la sociedad pitiusa. Algo parecido a lo que ocurrió cuando se quiso declarar Parque Natural a Cala d’Hort.
Defender el urbanismo en estas zonas bajo el argumento de impulsar la economía del sector de la construcción constituye un insulto a la inteligencia. Sin embargo, sí parece imprescindible encontrar fórmulas que permitan conjugar esa limitación urbanística con excepciones que permitan mantener parte de los derechos adquiridos a las familias que precisamente han conservado intactos estos territorios.
Mientras en Madrid pugnan por el trono del emperador, desde la isla hay que centrarse también en diseñar una estrategia contundente orientada a captar mayor financiación para Ibiza. No podemos seguir siendo el tercer mundo en infraestructuras, servicios públicos y seguridad ciudadana, mientras nos vendemos a los mercados como un destino de lujo. El tiempo apremia y en la legislatura no va a existir un momento más propicio para despejar todas estas cuestiones. Luego llegarán nuevas elecciones y se impondrá la necesidad de tensar nuevamente la cuerda. Toca descender de la dimensión de las ideas y aterrizar en el territorio de los hechos.
Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza