Mientras la isla de Ibiza –y con mayor virulencia el municipio de Sant Josep–, atraviesa la peor crisis del agua que se recuerda, cientos de chalets de la costa y del interior continúan con un consumo desenfrenado que ninguna institución ha hecho amago de atajar en serio.
Me ponen como ejemplo un chalet de Es Cubells, propiedad de un ciudadano británico, que consume todos los días nueve camiones de agua porque su jardín tiene tanto césped como para albergar la Ryder Cup.Me añaden que una única empresa de transportes de la isla lleva, también a diario, alrededor de 45 camiones de agua a una urbanización de chalets del mismo entorno, donde el verdor de la hierba resplandece en contraste con la extrema sequedad de nuestros campos tras dos años de sequía. Y esta misma situación se multiplica por toda la isla.
La elevada demanda ya ha provocado que distintos pozos donde se abastecen los transportistas se salinicen hasta el extremo de ser irrecuperables. Muchos de ellos están conectados con los que dan servicio a casas particulares y fincas agrícolas. Nuestra red natural de agua potable se derrumba como un castillo de naipes.
En paralelo, por los grifos de Sant Jordi, SaCarroca y parte de Platjad’en Bossa, entre otras zonas, mana agua salinizada, entre cuatro y siete veces por encima del límite permitido. Y hablamos de análisis tomados en el mes de junio, cuando aún no se había producido este incremento desaforado de consumo y empobrecimiento del agua. Hay viviendas que reciben agua, no ya con elevado contenido de sal, sino 100% salada porque la infraestructura de desalación no da abasto. Un auténtico desastre que arrasa cañerías, carcome electrodomésticos, envenena plantas y obliga a la gente y a los comercios a mantener un costoso e incómodo sistema paralelo de aprovisionamiento, para lavarse o cocinar con la mínima seguridad e higiene.
Pese a la que está cayendo, un portavoz de “Aqualia” ha tenido el coraje de calificar de “milagro” el hecho de que este líquido apestoso e infecto mane de los grifos. Aquí el único “milagro” es que esta lumbrera aún permanezca en su puesto.
Nos consta que el Ayuntamiento de Sant Josep trabaja intensamente para buscar agua de debajo de las piedras. Sin embargo, resulta desconcertante que el concejal de Obras Públicas y Agua afirme que no se plantea revisar la factura del agua que se suministra, pese a su lamentable calidad y al elevado listón tarifario, cuando se debería estar indemnizando a los vecinos por las averías y los fallos del servicio.
Ante una situación de crisis por escasez de un bien de primera necesidad, lo primero es hacer inventario de reservas –públicas y privadas–y, acto seguido, priorizar a qué se destinan los recursos. Parece disparatado que haya individuos que se permiten consumir 10.000 ó 15.000 euros mensuales en agua de calidad para regar el jardín, mientras otros residentespadecen una situación desesperante. Hay que actuar a corto plazo garantizando el servicio, pero tambiéna largo, impidiendo por ejemplo que se conciban jardines con especies no autóctonas que requieren cantidades ingentes de agua. Es necesario poner en marcha y con urgencia las tareas de información e inspección que sean pertinentes.
Para mayor desesperación de todos, las instituciones comienzan a revelar una falta de entendimiento injustificada. Al principio de la crisis, vivimos un espejismo cooperativo que culminó, por ejemplo, con la cesión de cientos de toneladas de agua diarias a Sant Josep desde la red municipal de Vila o procedente de empresas privadas.
Ahora, nuevamente, con Mallorca hemos topado y el Consell hasta ha tenido que ponerse reiterativo ante la indiferencia del Govern balear. La directora general de Recursos Hídricos, JoanaGarau, que es quien tiene la mayor parte de las competencias, ha descartado tomar medidas de urgencia contra la sequía porque “serían muy drásticas”. Yo me pregunto qué es lo que tiene que ocurrir para que una situación se considere “urgente” y requiera “medidas drásticas”: ¿un maremoto? ¿un meteorito? ¿el ébola?
Garau, sin sonrojarse, ha acusado de inoperancia a las administraciones locales e incluso al consistorio de Vila por regar las rotondas en tiempos de crisis.Yo ya me pierdo en relación a quién debe tomar las decisiones, pero además de exigir infraestructuras que ya hace décadas deberían estar operativas y presionar para una redistribución más equitativa del agua de las desaladoras, hay que actuar en otros frentes y debe hacerse ya.
Planifiquemos, de una vez por todas, cómo se gestionan los recursos hídricos y establezcamos de manera realista los límites pertinentes y las regulaciones necesarias. Ibiza vive en la anarquía hídrica y, para la anarquía, no se necesitan gestores.
Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza