La semana pasada, el Ayuntamiento de Santa Eulària abrió expediente sancionador a una empresa que, sin autorización ni vergüenza, cerró el pasado día 20 la playa de S’Estanyol para que el cantante James Blunt celebrara su boda. Los bañistas presentes se vieron obligados a abandonar la cala en el instante en que una cuadrilla de operarios, a su vera y sin contemplaciones, inició el montaje del banquete. Éste incluía la instalación de mesas y sillas para 150 comensales y una tienda de campaña que ejercía funciones de almacén, todo distribuido a lo largo y ancho de la orilla.

Unos días antes, el 11 de septiembre, ya se había producido un suceso parecido, aunque más a lo bestia. A primera hora de la tarde, 1.500 personas invadieron Cala Gracioneta, la playa más pequeña de Sant Antoni, atraídos por la convocatoria de una macrofiesta promocionada y organizada por una empresa veterana en estas lides. Al igual que en S’Estanyol, la cita no contaba con la licencia oportuna. La autorización, de hecho, había sido denegada por el consistorio ‘portmanyí’, que también ha abierto expediente sancionador.

En ambos casos, la playa quedó monopolizada, los accesos se cerraron y el tránsito quedó supeditado al capricho del personal de seguridad privada contratado a tal efecto por los promotores. No es la primera vez que ocurre algo semejante en ambas calas. Cabe recordar, sin ir más lejos, el follón que se organizó en S’Estanyol a principios de verano, cuando una marca de cervezas cerró la cala para un ‘sarao’ promocional con famosos.

De ambos eventos ilegales extraemos idénticas conclusiones: a las empresas organizadoras les importan un comino los expedientes sancionadores, al igual que tampoco les quita el sueño pisotear los derechos de los ciudadanos. La privatización de una cala, aunque sea temporal, constituye un atropello y nos acerca a esas repúblicas bananeras donde a los lugareños se les prohíbe el paso para que no incordien a los turistas.

Hace años que Ibiza requiere de una normativa más contundente y una actitud beligerante, en lugar de pasiva, por parte de las autoridades. Las tibias amenazas de multa no sirven de nada. Que 1.500 personas se amontonen en una cala diminuta constituye un peligro y es suficiente motivo para enviar a la policía, clausurar la fiesta ‘ipso facto’ y detener a los organizadores por poner en riesgo a los asistentes. Y una boda, por importantes que sean los contrayentes, hay que paralizarla si se organiza de manera ilegal. Eso en primera instancia. Luego habría que continuar cerrando los chiringuitos involucrados por un tiempo que escueza –una temporada completa, por ejemplo–, aplicar sanciones que hagan mucho más que cosquillas e iniciar acciones penales contra los organizadores.

Ya hemos denunciado regularmente el paulatino proceso de privatización al que se está sometiendo a nuestras playas: chiringuitos y ‘beach club’ que inundan de música la orilla, concesiones de hamacas que duplican el espacio que se les ha concedido, precios abusivos, etcétera.

A ello se suman las previsibles consecuencias de la disparatada ocupación que últimamente registra Ibiza. Supone más dinero para nuestra economía, pero satura servicios e infraestructuras hasta el punto de que este verano, más que nunca, hemos visto un montón de playas inundadas de heces o de combustible de barcos. Los vertidos del emisario son frecuentes en Talamanca, pero 2014 se recordará por los elevados niveles de repugnancia que han tenido que soportar los bañistas. Y también se han producido cierres de índole semejante en S’Arenal de Sant Antoni, la playa de S’Estanyol de Sant Josep y Es Canar de Santa Eulària. Eso que nos hayamos enterado porque existen otros lugares donde el tufo que desprende el mar comienza a ser asfixiante.

Ibiza, hasta ahora, ha gozado de fama internacional por la belleza y la transparencia de sus aguas. En cuanto se esparza la voz de que nuestras playas se cierran a capricho o se inundan de aguas fecales cada dos por tres, estamos listos. O nos tomamos en serio esta cuestión o tendremos que empezar a plantearnos otra forma de ganarnos la vida.

Artículo publicado en las páginas de opinión del Diario de Ibiza

One Response to “Playas cerradas”

  1. Es una vergüenza que algunos construyan en espacios protegidos o que intenten recortar sus límites para poder hacerlo. El caso más claro es el del Sr. Kühn. A través de engaños ha conseguido los permisos para transformar el chiringuito de Tagomago y, además, sigue adelante con sus planes… Todo ante nuestras narices, parece que ya nos estamos acostumbrando a estas irregularidades. ¿Quién lo permite? Seguro que alguien que ame mas al dinero que a la isla…
    Este verano encontraremos mas chill outs, lounge clubs de lujo e invasion de ejércitos de hamacas y sombrillas en la arena… Ya no sabremos donde disfrutar de la naturaleza, sin construcciones ni música en la playa (recomiendo ir a Cala Bassa y ver su triste transformación).
    Ojalá alguien velase por la conservación de Eivissa, de verdad.

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