Reconozcámoslo. Ibiza se ha convertido en un imán ineludible para los caraduras y buscavidas que hacen el agosto pasándose por el arco del triunfo toda reglamentación y las más elementales normas de convivencia. Los piratas del siglo XXI campan a sus anchas por la isla y fabrican dinero a espuertas con sus actividades ilegales, con total impunidad y riéndose en la cara de las autoridades.
Las denominadas raves o fiestas ilegales constituyen la más destacada epifanía del lado oscuro de Ibiza. Pero no nos engañemos, no se trata de unos jóvenes desmadrados que se divierten montando fiestas en casas o escenarios campestres más o menos aislados. Tal vez hace unos años fuera así. Hoy, las rave representan una actividad perfectamente organizada al margen de la ley. Mueven decenas de miles de personas cada verano, generan millones de euros en ingresos no declarados que acaban fuera de la isla y, desde su invisibilidad, representan una oferta paralela a las discotecas y bares de la isla. En definitiva, pura mafia.
Los organizadores de fiestas ilegales alquilan casas y luego las llenan con cientos de personas a las que cobran entrada. Eso cuando no se limitan a ocupar el campo o un acantilado. Allí instalan equipos de música a menudo descomunales, contratan disc jockeys, venden alcohol y establecen un ambiente propicio para traficar masivamente con drogas; el verdadero negocio de esta actividad. Incluso difunden sus fiestas con un marketing similar al de las discotecas, a través de las redes sociales.
Sus organizadores no sólo obtienen un beneficio que no genera ningún bien económico a la isla, sino que nos impiden a los residentes descansar como es debido, colapsan nuestros caminos generando caos y peligro y nos obligan a contemplar escenas que contradicen por completo el espíritu amable que siempre ha caracterizado la isla.
Acaban echando, además, a turistas de alto poder adquisitivo que han abonado un verdadero disparate para disfrutar unos días de una casa tranquila en la costa o en el campo y que, sin previo aviso, se encuentran con esta invasión de bárbaros. Lógicamente, muchos de ellos se marchan echando pestes. Ya nunca volverán a pedir langosta en los restaurantes o botellas de champán en los beach club. Y, lo que es peor, pondrán en alerta a todos sus amigos para que nunca planifiquen unas vacaciones en esa isla de la anarquía llamada Ibiza.
Cuando una de estas rave se produce en un entorno habitado, los vecinos llaman a la policía. Según el municipio al que pertenezcan, consiguen, en el mejor de los casos, la aparición de un par de coches patrulla y la interposición de una denuncia por sobrepasar el límite de decibelios. A veces cierran la fiesta y otras, “por seguridad”, la dejan seguir. Esta coletilla de la “seguridad” se utiliza con más frecuencia si hay presencia de famosos o sus promotores son conocidos. Ahora va resultar que no se puede parar una fiesta de 200 ó 300 personas sin que se hunda la tierra. El hedor comienza a ser insoportable.
En otras zonas, la policía incluso se niega a intervenir. Y los controles de ruido, con la burocracia que les acompaña y que eterniza las sanciones, no son más que un chiste. La situación se ha salido tanto de madre que, cada vez que los vecinos alertan de una fiesta ilegal, debería presentarse, junto con la policía local, la Guardia Civil. Entre ambas, tendrían que realizar controles de drogas, practicar las detenciones pertinentes, multar a todos los conductores de coches mal estacionados, precintar los equipos de música y trasladar a los juzgados a los promotores para que afronten sanciones y penas que realmente escuezan. Y si hay que crear nuevas normas para ello, adelante, pero estoy convencido que bastaría con aplicar la legislación vigente con contundencia. Y quien quiera hacer una macrofiesta en su casa, que pida permiso al ayuntamiento o pacte con sus vecinos.
Con el sambenito de que Ibiza es la isla de la libertad, se están permitiendo todo tipo de barbaridades y abusos. La permisividad de las autoridades con las fiestas ilegales tiene que acabar. Hace falta control y hace falta ya. Estamos liquidando una imagen que se ha construido durante décadas y echando a gente que llevaba una vida cumpliendo fielmente con su cita veraniega en Ibiza.
Artículo publicado en Diario de Ibiza