Sant Antoni vive esta temporada sus horas más bajas. La errática política turística del equipo de gobierno municipal, el desaguisado de los folletos, el fracaso de los denominados agentes cívicos –la mitad expulsados por consumo de drogas o por tener antecedentes penales–, el incumplimiento sistemático de los horarios, la nula eficacia en el control del tráfico de drogas, la prostitución callejera y las actitudes gamberras de la jauría de británicos que cada noche arrasa las calles… La imagen de este destino turístico, ya de por sí frágil, ha caído en picado y lo cierto es que hoy competimos con Magaluf por la corona del cutrerío y la sordidez. Y lo que ocurre en Sant Antoni acaba afectando a toda Eivissa.
La localidad arrastra los mismos problemas desde hace décadas y la convivencia entre turismo y vida residencial resulta prácticamente inviable. Esta temporada, sin embargo, la sensación de agravamiento es generalizada. La escalada de despropósitos y la ausencia del más elemental sentido común se traducen en pérdida de negocio para una parte de los alojamientos y comercios de la localidad: aquellos que no están orientados al segmento mayoritario de la borrachera. No hay cifras oficiales, pero según nos trasladan amigos y familiares con empresas en el centro de Sant Antoni, se ha producido una importante caída de la ocupación en julio, se han incrementado las cancelaciones y las ventas han descendido. A buen seguro que hay distintos factores que influyen en esta coyuntura, pero los últimos patinazos políticos, sin duda, han contribuido.
El último capítulo con el que nos hemos desayunado es la denuncia de la oposición sobre la alcaldesa, a la que acusan de pactar retrasos bajo cuerda en los horarios de cierre, con determinados empresarios del West End. Éstos, en lugar de clausurar sus puertas a las 5 de la madrugada, lo hacen media hora o una más tarde. Pepita Gutiérrez niega la mayor y se parapeta tras las 35 denuncias por incumplimiento de horario interpuestas esta temporada. Aunque llegaran a cursarse, cosa que también cuestiona la oposición, no representan más que una brizna en un mar de hierba. Basta pasearse por el West End al amanecer para deducir que podría cosecharse idéntico volumen cada noche, si se actuara con diligencia y, sobre todo, intencionalidad.
Con independencia de esta nueva polémica, la realidad es que Sant Antoni afronta un problema de mucho más calado, que no se soluciona hora arriba u hora abajo. Se ha tocado fondo y ahora es tiempo de trabajar en serio para diversificar la oferta de la localidad. No se puede cambiar de modelo de la noche a la mañana, pero sí iniciar una estrategia a largo plazo que devuelva a Portmany su esplendor como destino turístico.
El mejor punto de partida sería regular los horarios a la baja y establecer unas pautas parecidas, por ejemplo, al puerto de Vila. Allí los bares cierran a las 3 de la madrugada, cuando antaño lo hacían mucho más tarde. Pese a todo, el puerto está más vivo que nunca.
A continuación, Sant Antoni debería diseñar un plan de remodelación y embellecimiento, dotar al municipio de mayor seguridad frente a los excesos, combatir con mayor énfasis el incumplimiento de las ordenanzas municipales, elaborar un plan de marketing propio para potenciar el turismo activo y familiar, fomentar la regeneración de la oferta hotelera en el centro y promocionarse poniendo en valor todos sus rasgos positivos, hoy difuminados ante el monstruo nocturno que todo lo engulle.
Previsiblemente, muchos empresarios del West End se negarían en redondo a afrontar un cambio de modelo, pero son minoritarios frente al resto del municipio. ¿De qué sirve renovar de forma modélica el puerto deportivo, construir paseos maravillosos y abrir restaurantes de calidad, si luego tienes que andar tropezándote con borrachos por la calle? No se puede renunciar al turismo de la noche, pero hay que llegar a un término medio y para ello hay que rebajar su presencia.
Muchas familias con hoteles y otros negocios han hecho importantes esfuerzos e inversiones para atraer a otro tipo de público. Y me atrevería a decir que buena parte de los que aún no han dado el paso, lo están deseando, hastiados de trabajar con los incontrolables jóvenes británicos. Sin embargo, la interacción del turismo familiar con el juvenil, en las presentes condiciones, es incompatible. En consecuencia, los empresarios que han invertido en mejorar su calidad y diversificar su oferta corren el riesgo de salir malparados. Por el bien de Eivissa, hay que reinventar Sant Antoni.
Artículo publicado en Diario de Ibiza