Antaño, la Conchinchina era un punto geográfico popular e indefinido, que por aproximación se localizaba en el quinto pino o donde Cristo perdió el gorro; es decir, tremendamente lejos. La expresión, en realidad, procede del topónimo francés Cochinchine, región situada en el Delta del Mekong, en la zona meridional de Vietnam. O sea, las Antípodas. El apunte geodésico viene al caso porque, cuando era niño, desplazarse a la ciudad resultaba, para mi abuela y las mujeres de su generación, lo mismo que viajar a la Conchinchina. Y eso que de Sant Josep a Eivissa sólo distan 15 kilómetros; ni medio rosario, pero psicológicamente seguían en la era del carro.
Por eso mismo, no era infrecuente que las hijas que acudían con su automóvil a recoger a sus ancianas madres, para acompañarlas al médico o a la sastrería, las encontraran de pie en el patio, con un nudo en el estómago y un senalló –cesto tradicional hecho de paja–, repleto de víveres por si surgían dificultades. De esta anécdota han pasado treinta años, en los que la sociedad ha experimentado una evolución tecnológica impresionante. Hoy tenemos mejores carreteras, coches más veloces y navegadores GPS, pero al final tardamos lo mismo porque el tráfico también es mayor, hay más semáforos, nos asfaltan las calles en temporada y no hay quien aparque. Y como se nos ocurra ir en transporte público, no queda otra que preparar el senalló.
Ya se lo tengo advertido a mis amigos peninsulares, en cuanto anuncian su intención de veranear en isla. O vienen en barco y se traen el coche, o bien alquilan uno. Confiar en la agilidad del servicio pitiuso de taxi o dilapidar las horas en el autobús de línea y sus amenos trasbordos, convierte las vacaciones en un infierno.
No se trata de que en transporte público no hayamos avanzado; es que andamos hacia atrás como los cangrejos. En Vila, por ejemplo, hemos involucionado de una estación moderna a las vetustas paradas callejeras, con el caos de tráfico y los turistas despistados. En invierno, apenas hay autobuses e ir a la capital a hacer gestiones te consume la jornada. En verano hay más líneas, pero antes hacerse el hara-kiri que desplazarse en autobús desde un hotel de Cala Llonga a una playa de Sant Josep. Y en taxi, mejor ni planteárselo. Como dicho hotel haya llamado al teléfono de la nueva asociación minoritaria y la mayoritaria se haya enterado, probablemente le estén haciendo boicot.
Aún así, el turista masoquista que pretenda moverse en taxi, debe saber que es imprescindible ir equipado con un mapa insular con las fronteras municipales bien delimitadas. Sólo así podrá llamar a la parada indicada en todo momento, porque Eivissa (15 km. de ancho por 40 de largo) está taxísticamente dividida en consistorios, lo que genera un problema absurdo y enquistado, que nadie es capaz de resolver. Pepa Costa, la consellera de Transportes, ya ha tirado la toalla en materia de reunificación y ha argumentado que nada puede hacer porque las competencias son de los ayuntamientos. Llegados a este punto, conviene recordar que las competencias sí son municipales, pero el liderazgo le corresponde a ella, por ser la autoridad insular, y también la iniciativa; y que en política, si se pretende avanzar, hay que pisar algún callo.
Hay quien dice que, en último extremo, siempre queda la opción del taxi pirata. Es ilegal, pero cuando llamas viene y no te cobra IVA. La consellera incluso afirma que “se han agotado las armas legales” para combatirlos, con lo cual, ¿para qué preocuparse de nada?… Por si acaso, tengamos a punto el senalló.
Artículo publicado en el diario Última Hora Ibiza
Bravo!!!!