Quienes nos criamos en Eivissa y ahora rozamos los cuarenta, ya sea por arriba o por abajo, tuvimos que afrontar el mismo dilema al llegar a la adolescencia: seguir estudiando o ponernos a trabajar en un hotel o restaurante. La disyuntiva era tremenda y cada verano que transcurría, algún amigo acababa abandonando el colegio o el instituto. Se les veía felices de afrontar esa responsabilidad y no solían quejarse por las maratonianas jornadas de trabajo. Notabas que se hacían hombres más rápido, que la barba les crecía más fuerte, que cabalgaban a lomos del mejor ciclomotor que ofrecía el mercado y que manejaban billetes como antes cromos de fútbol. De un día para otro, dejaban de volver a casa con las rodillas peladas del recreo para convertirse en adultos.
El porcentaje de los estudiantes que acababan el instituto o la formación profesional era, en consecuencia, bastante bajo, y el de los titulados universitarios, ínfimo. Las familias, además, estaban obligadas a afrontar unos costes desorbitados si querían mandar a sus hijos a estudiar a la península o a Palma. En las grandes ciudades, la única opción realista de prosperar era mediante una carrera, pero en Eivissa y Formentera sucedía justo al contrario. De hecho, a muchos de estos compañeros les fue bien, incluso mejor que a los universitarios, y ahora gestionan con éxito negocios propios.
La educación, por tanto, no era tan prioritaria como en otros lugares. En Eivissa, como en el resto de Balears, disfrutábamos de una envidiable calidad de vida y un reparto notable de la riqueza, con negocios distribuidos entre muchas manos y salarios dignos para quienes trabajaban para terceros. Balears, junto con Navarra y alguna otra provincia, se traducía en los informes estadísticos como uno de los mejores lugares para vivir.
Estos días, sin embargo, Última Hora publicaba que nuestra comunidad autónoma ha pasado, en unos años, de ser la segunda más rica a ocupar la séptima plaza. Nuestro PIB per cápita, la medida de bienestar por excelencia, ha caído un 8,5% en seis años y ya no podemos presumir de calidad de vida. Lo peor es que en los tiempos de bonanza pudimos impulsar la educación, la seguridad, la vivienda y otros factores esenciales, y no lo hicimos.
Este empobrecimiento se suma a otros índices igualmente negativos, como el informe PISA, que situaba la calidad del conocimiento de los alumnos ibicencos 10 puntos por debajo de la media balear (ya a la cola de España), o el hecho de que nuestra tasa de criminalidad también lidera el ranking nacional, al igual que sucede con el precio de la vivienda. Además, acabamos de descubrir que los parados de larga duración se han incrementado, en seis años, un 193%, pese a que la población sólo ha crecido un 20%.
En contraste con estas cifras que subrayan nuestra decadencia, los magníficos ratios que afectan al sector turístico pitiuso: el aeropuerto incrementa un 11% las plazas programadas para este verano, el número de empresas crece, índices de ocupación sobresalientes el pasado abril…
Estamos ante estas dos realidades paralelas y contradictorias, y sólo cabe preguntarse: ¿A dónde va a parar todo ese dinero? ¿Por qué el negocio sigue creciendo mientras el PIB per cápita cae en picado? Los expertos seguro que pueden aportar unas cuantas teorías al respecto, pero, en esencia, cabe una única reflexión: parte del dinero que antaño quedaba en la isla, en manos de las familias residentes, ahora vuela a otro destino. Y, por el camino, va esfumándose nuestra calidad de vida.
Artículo publicado en el diario Última Hora Ibiza
pz la verdad es que si tienen muy buena razon lo que se dice en este resumen ya que nuestra calidad de vida esta muy alta o muy baja depende de nuestro pais pero nuestra calidad de vida ya s esta hiyendo muy baja y hay que recuperarla gracias por estaimformacion fue de mucha ayuda para mi
mil gracias .