El déficit presupuestario y los recortes generalizados nos han abocado estos últimos años a una reducción drástica de la actividad en ayuntamientos y otras administraciones públicas. Sin embargo, el número de representantes políticos viene a ser más o menos el mismo. Por tanto, deberíamos poder deducir que a cada actuación se le dedica más tiempo; que más cabezas pensantes concentran sus neuronas en las imprescindibles tareas de planificación.
El equipo de gobierno de Sant Antoni, sin embargo, parece más propenso a seguir los dictados de la improvisación y estos días de Semana Santa ha conseguido irritar en serio a vecinos, comerciantes y turistas. En invierno, parte de la localidad se encuentra semivacía y afrontar cualquier obra que implique cerrar calles importantes no genera el trastorno provocado en este inicio de temporada, al demoler un edificio frente al Club Náutico y emprender otras obras significativas, como el asfaltado del Passeig de Ses Fonts. El resultado, atascos y molestias constantes, un centro impracticable, aceras y fachadas cubiertas de polvo y ruido infernal en el entorno del Passeig de la Mar.
Incluso en el supuesto de que el interminable papeleo haya demorado hasta ahora el derribo, habría sido mucho más inteligente esperar a que pasara la Semana Santa, cuando se reduce notablemente el número de turistas y los vecinos no andan tan acelerados poniendo sus negocios a punto. Con esa pizca municipal de paciencia, se habrían generado menos molestias y la operación habría concluido a tiempo de cumplir con la moratoria de obras de la temporada.
Una vez descartada esta solución, lo que sin duda ha provocado que muchos más viajeros abandonen la isla con una imagen penosa de Sant Antoni, lo mínimo habría sido organizar mínimamente las consecuencias del desastre. Pero la palabra “organización” no parece figurar en el diccionario que se maneja en el Ayuntamiento.
Estos días de calles cortadas y atascos inesperados, los residentes locales que nos desplazamos a Sant Antoni acabamos encerrados en un laberinto rocambolesco que te impedía abandonar el pueblo, porque a nadie se le había ocurrido instalar unas mínimas indicaciones que organizaran el tráfico de salida. No hacía falta un proyecto de ingeniería nuclear, sino unos simples carteles que indicaran el sentido correcto. Si quienes estamos acostumbrados a circular por la localidad acabamos dando un montón de vueltas tontas, sólo hay que imaginar las sensaciones experimentadas por los turistas que quedaron atrapados en este sinsentido.
En Portmany, con esta, ya van unas cuantas: la desastrosa gestión de la crisis de Can Coix y el coste que tuvo para las arcas públicas, justificar la modificación del planeamiento urbanístico para dar cabida a grandes superficies comerciales porque éstas contribuyen a la “desestacionalización” y la licencia de “obras menores” concedida a Mercadona, que incluía un montón de toneladas de cemento y que no fue paralizada hasta que aparecieron las fotos en la prensa.
A este paso, en Sant Antoni, con un permiso de obra menor, te construyes una vivienda de tres plantas y a ver quien tiene argumentos para rebatirlo. Eso sí, en caso de que te paralicen la casa y haya que echarla abajo, siempre se puede contratar un equipo de demolición en plena temporada. Así se anima el debate y los ciudadanos no nos aburrimos.
Artículo publicado en el diario Última Hora Ibiza