Hay que afirmar con rotundidad que el pasado sábado a los vecinos de Es Cubells y Sa Talaia les acompañó la suerte. Era poco antes de las tres y media de la tarde cuando quienes nos encontrábamos en la terraza de la tienda-bar Can Jordi, en la carretera de Eivissa a Sant Josep, divisamos una enorme columna de humo que se elevaba hacia el cielo, en algún punto de la carretera hacia Porroig.
La sequedad extrema del terreno y el viento que avivaba las llamas y las empujaba hacia Sa Talaia hacía que nos temiéramos lo peor. Al rato, escuchamos las primeras sirenas de los camiones de bomberos. Inquietos, oteamos el horizonte en busca de aeronaves que acudieran a apagar el desastre. Hubo que esperar mucho tiempo, demasiado, hasta que escuchamos el sonido de un rotor.
El incendio fue detectado a las 15,13 horas y el primer helicóptero, que tuvo que venir de Mallorca, no hizo su primera descarga de agua hasta las 16,48, superada la hora y media, según la prensa. Un tiempo de respuesta tan excesivo y arriesgado como jugar a la ruleta rusa. De tener Eivissa una aeronave, el tiempo de respuesta no habría superado los 10 ó 20 minutos.
Los comentarios entre voluntarios, vecinos y cualquier persona con un poco de sentido común, eran unánimes. Con la presencia de una avioneta o un helicóptero en los primeros minutos, el incendio muy probablemente se habría controlado sin apenas daños. Pero los medios aéreos no llegan a Eivissa hasta el 1 de mayo, aunque se haya vivido un invierno sin lluvias y los campos pitiusos estén peligrosamente secos desde hace semanas. Por esa misma razón, se tendría que haber adelantado la fecha de prohibición de hogueras, medida que además es gratuita y sólo requiere un poco de agilidad burocrática. Pese a todo, resulta inaudito que, tal y como está el campo, alguien se decida a quemar rastrojos en un torrente rodeado de vegetación.
Al final, unas 40 hectáreas arrasadas, 110 vecinos desalojados y un susto tremendo para docenas de familias que vieron peligrar sus casas y, en algunos casos, su seguridad. Sin embargo, no hubo que lamentar heridos ni viviendas afectadas. Este desenlace no hay que atribuírselo exclusivamente a los efectivos que intervinieron y que se dejaron la piel, sino también a la suerte, que cambió el viento e impidió que las llamas se propagaran hacia Sa Talaia. De ser así, probablemente estaríamos hablando de la destrucción de la extensa cadena de montes boscosos que envuelven el sur de la isla y de un montón de daños colaterales.
A las horas llegaron más helicópteros, pero los aviones que se pidieron a Madrid no pudieron despegar por la tormenta. Aún estoy esperando que los políticos pitiusos alcen la voz exigiendo a Mallorca, a Madrid o a quien haga falta que esta situación no vuelva a repetirse y que la isla cuente con medios fijos para controlar incendios de forma rápida y efectiva. No hablamos sólo de medio ambiente, sino de arriesgar vidas por recortar o renunciar a invertir allá donde no se puede. Cuesta dejarlo por escrito, pero parece que al final es necesario que el fuego se cobre alguna víctima para que nuestros representantes exijan soluciones reales, que ya no pueden posponerse por más tiempo. Que no esperen que Mallorca nos las mande por las buenas. Lo prueba el interés demostrado por el presidente del Govern, que se encontraba en la isla en una comida con los jubilados de Sant Josep y no se quedó para seguir las tareas de extinción.
Artículo publicado en el diario Última Hora Ibiza