El 2013 quedará para la historia como el año gafe. Las catástrofes en el mundo han sido innumerables, pero ha habido tiempos peores, plagados de guerras, hambrunas, huracanes, terremotos y volcanes. Sin embargo, no terminaban en trece y ese detalle, para los supersticiosos, viene a ser como derramar un salero bajo una escalera al cruzar un gato negro; o sea, el colmo de las maldiciones. Las ganas de echar al 2013 por la borda, por consiguiente, son tremendas y media humanidad espera la Nochevieja con idéntica impaciencia que un solterón a Beyoncé.
Parlamentarios, tertulianos, analistas y demás acróbatas del circo mediático son los más ansiosos por dar la patada al viejo año y comparten, en buena medida, esta fe ciega de influencia pitonisa, aunque la disimulen con estadísticas macroeconómicas y supuestos brotes verdes sin justificar. Es como si el 14, por el mero hecho de sustituir al 13, fuera a cambiarnos la vida para bien, de la noche a la mañana. La economía emergerá del lodazal, las dietas milagro funcionarán, los bancos se volverán humanos y las eléctricas nos perdonarán ese maleficio insondable llamado déficit tarifario.
Para los escépticos, estos brotes de superstición colectiva, más que alimentar la esperanza, invitan al cachondeo. Sin embargo, más vale prevenir. No vaya a ser que el 14 acabe siendo un año mágico y desembarque sin habernos dado tiempo a frotar la lamparita y preparar una lista pitiusa de deseos. Ahí va:
1º) Que la templanza y la bondad ilumine a nuestros representantes políticos de uno y otro bando. Que el 2014 transcurra sin que haya nuevos líderes imputados por corrupción (pero por limpios, no por espabilados).
2º) Que abramos el grifo y mane agua en vez de salitre. También que Aqualia no nos deje secos en pleno verano por una avería tonta y que renuncie a cobrarnos el servicio como si suministrara Evian.
3º) Que nuestras playas vuelvan a ser cristalinas y paradisíacas, y que las manchas verdes que las afean se diluyan mágicamente. Y sin necesidad de renovar la desastrosa red sanitaria costera que los hoteles pretenden conservar por los siglos de los siglos, pese a arrojar piedras contra su tejado.
4º) Que los empresarios más reconocidos de nuestras islas abandonen esta costumbre de ocultar fajos de billetes sin control en las cajas de caudales. Así no atraeremos a los delincuentes internacionales (salvo que vengan de vacaciones, que como siempre serán bienvenidos).
5º) Que los políticos dejen de considerar a los ciudadanos una legión de atolondrados sujetos a manipulación. Que abandonen la costumbre de vender cada recorte y agravio comparativo como si fuera un triunfo histórico.
6º) Que cada vez que vengan de Mallorca a cantarnos una milonga, lluevan huevos y tomates sobre el escenario.
7º) Que nuestros gobernantes capten a la primera los asuntos de auténtica justicia social, sin que haya que ponerlos colorados para que reaccionen.
8º) Que el consenso político, al menos en las materias que afectan a nuestros hijos, deje de ser un concepto exótico.
9º) Que alcaldes y concejales sientan devoción por el territorio e impidan urbanizaciones en los contados parajes vírgenes que nos quedan. Especialmente cuando sólo benefician a unos pocos.
10º) Que en la arena política se sustituyan los episodios verduleros por auténtica esgrima intelectual.
Molts anys i bons!
Artículo publicado en el diario Última Hora Ibiza