Tal día como hoy, día de fiesta mayor en Sant Agustí, aparece por el pueblo una simpática pareja de ancianos que recibe más fotografías que los rockeros que se desgañitan en la plaza, a los pies de la iglesia. Ella, a sus 89 años, continúa luciendo el riguroso traje de payesa, típico de Ibiza. Él, con 91, se conserva ágil y delgado. Y ambos lucen una sonrisa perpetua (*).
Francisca Prats Cardona y Toni Ribas Marí, de Can Benet de Cala de Bou, atienden a la legión de turistas que todos los años piden retratarse a su lado, sin perder la alegría ni la compostura, y luego ascienden por una escalera interior hasta el piso situado sobre el Bar Berri. Sacan dos viejas sillas de esparto al balcón y comparten confidencias al oído como una pareja de adolescentes, mientras contemplan el espectáculo. Los flashes de los turistas, que sucesivamente tratan de inmortalizarles como personajes salidos de una Ibiza de leyenda, tampoco les estorban allá en lo alto. Observarlos unidos y contentos hace difícil imaginar que, como tantos ibicencos mayores que vivieron aquellos tiempos de miserias, han sorteado una vida plagada de dificultades y cambios extremos.
Francisca y Toni se conocieron por la carretera, camino de la iglesia, y luego comenzaron a a festejar, tal y como se expresa en ibicenco el rito del cortejo. Toni iba a casa de Francisca para hablar con ella en el porxo, el salón principal de las casas rurales de la isla, donde se celebraban los grandes eventos familiares. Aún recuerda la primera vez que fue al domicilio de Francisca, Can Pep de Sa Plana, en Benimussa. “Andaba con un vecino, Pere Guerxo, que pretendía a otra muchacha de por allí. Se nos hizo de noche y nos perdimos tanto que acabamos en la cima de un monte, es Puig d’en Pere Serra. La noche era muy oscura, sin luna. Menos mal que desde allí vimos las luces de Sant Antoni y pudimos orientarnos”.
Toni era hijo único y vivía con su madre, María, en Can Benet de Sant Agustí, una casa payesa junto al actual parking de la localidad. Ella, por su parte, era huérfana. Había perdido a sus padres con tan sólo 12 años y, al ser la mayor que quedaba en casa, tuvo que cuidar de sus abuelos, muy ancianos, y de los cinco pequeños. “Siempre los he querido mucho. Los mayores nos ocupábamos del rebaño, atendíamos a los más jóvenes y preparábamos la comida. Eran otros tiempos”, recuerda Francisca.
Se casaron en la iglesia de Sant Agustí. Toni tenía 28 años y Francisca 26, y el convite se celebró en Can Benet. “Vinieron 80 invitados, que eran muchos para la época”, recuerda Toni. “Se comió paella y sofrit pagès, y de postre flaó y orelletes”, apostilla María, que recuerda que contrajo matrimonio con los nudillos en carne viva, de tanto amasar para preparar los dulces necesarios para el festín.
En aquel tiempo, a Toni le ofrecieron convertirse en el cartero de Sant Agustí, pero cuando fue a reclamar el trabajo, le preguntaron que si era falangista y él, que nunca había querido saber nada de política, se negó a afirmarlo, así que tuvo que renunciar. La pareja, que no tuvo hijos, pasó una década trabajando la finca familiar, tal y como había hecho siempre la familia de Can Benet. Pero un inesperado día, la revolución turística llamó a su puerta, al igual que les sucedió a tantos y tantos ibicencos.
Un catalán llamado Santiago Arriola y su esposa Solange, de nacionalidad belga, decidieron construir un hotel en el solitario paraje costero de Cala de Bou, en la bahía de Sant Antoni, donde tan sólo existía otro establecimiento hotelero, el Tagomago. Lo dotaron de poco más de veinte habitaciones y lo bautizaron como Hotel Cap Nonó.
Era el año 1961 y a Toni le ofrecieron ocuparse de la “bodega”, tal y como se llamaba en aquellos años al economato. Toni se ocupaba de contabilizar los víveres, contactar con los proveedores, ir a comprar pescado y otros alimentos… Todo se guardaba bajo llave y cada vianda que entraba o salía quedaba registrada en los libros.
A Francisca, por su parte, le pidieron que se ocupara de cuidar a la anciana madre de Solange. Pasaba con ella los días y las noches, teniendo que dormir separada de su marido, situación que la entristecía. Cuando faltó la anciana, Francisca fue destinada a trabajar en la limpieza del hotel y enseguida se ganó el puesto de gobernanta. Limpiaba rápido, de forma concienzuda y organizaba a las demás trabajadoras, en su mayoría muchachas llegadas de la península sin conocimiento alguno.
Las chicas de la limpieza del Cap Nonó lucían uniforme de camarera, pero Francisca siempre se negó en redondo y siguió ejerciendo de gobernanta con su vestido de payesa; sus refajos, delantal, mantón y pañuelo incluidos. Era, en definitiva, el personaje exótico aquel refugio de veraneo. Los extranjeros que residían en él ya le sacaban fotos por entonces, así que su naturalidad actual a la hora de posar tiene su origen en los años sesenta. Ella enseñaba a las inexpertas muchachas, que acabaron considerándola una segunda madre. Hoy en día sigue manteniendo el contacto con algunas de ellas; incluso las que residen fuera de la isla.
La vida en el Cap Nonó era ajetreada, pero transcurría sin sobresaltos para el matrimonio. Pero todo cambió en 1974. Una jornada como otra cualquiera, Toni se fue a comprar pescado y, en lugar de dejar las llaves del economato a un compañero, como hacía siempre, se las olvidó en el bolsillo. Cuando él salía a por víveres, siempre quedaba alguien encargado de abrir la bodega para recolectar los productos necesarios con que elaborar la comida del personal. En el instante en que Toni vio que tenía las llaves encima y que ya era la hora de comer, se agobió hasta el extremo de sentir un fuerte pinchazo en el corazón.
“Fui capaz de conducir de vuelta al hotel, con un brazo y una pierna paralizados”, relata. Cuando llegó se lo llevaron urgentemente al médico. Acababa de sufrir un infarto y a duras penas pudo contarlo. Pasó los tres meses siguientes en la cama, por encargo del Dr. Rebollo, el médico de Sant Josep, del que muchos vecinos aún guardan buen recuerdo. “Él me salvó. Me dijo que únicamente me recuperaría si le hacía caso. Sólo podía desayunar una tila y comer verduras y legumbres, sin carne ni pescado. Entonces tenía buena barriga y me quedé tan flaco como una caña, pero poco a poco me recuperé”.
El susto de Toni tuvo lugar en 1974 y al poco Arriola y Solange vendieron su hotel a los Matutes. Entonces, les propusieron un trato al matrimonio ibicenco. Si éstos adquirían un terreno, ellos se encargarían de pagar la edificación de una casa lo suficientemente grande donde pudieran vivir todos. Toni buscó una parcela en Cala de Bou, al lado de los chalets que habían erigido muchos clientes habituales del Cap Nonó, y el catalán encargó la casa. Una vez construida, ambos matrimonios vivieron en dos viviendas aledañas, cuidando los unos de los otros. A Toni le administraban las inyecciones sus antiguos patronos y Francisca se ocupaba del cuidado de ambos hogares.
Con los años, catalán y belga faltaron y Toni y María se quedaron solos, en una casa decorada con muebles modernistas y cuadros y otros objetos decorativos de estilo inimaginable para la casa de una pareja de ibicencos nacidos en los años veinte. Del Toni grueso de antaño no queda nada. Se mantiene sano, delgado y esbelto. “No he vuelto a fumar ni a beber alcohol”, señala, aunque luego reconoce que bebe vino payés con las comidas. Lo elabora con el fruto de sus vides y tiene un sabor afrutado y dulzón, del que se muestra orgulloso.
Él y Francisca también mantienen una huerta envidiable, donde cultivan cebollas, ajos, repollos y muchas otras verduras de temporada. También tienen gallinas y prácticamente se alimentan de lo que siembran. Ella labra con la azada sin desprenderse de su traje de payesa, como ha hecho toda la vida. Se la arremanga y venga a trabajar. Los fines de semana, cogen el coche y se acercan a Sant Agustí, a la misa y a echar una partida de cartas a Can Curt, el bar de los jubilados del pueblo. Y, si se tercia, cenan algo en el Bar Berri, que es de su propiedad, al igual que el restaurante Can Berri Vell; herencia de un tío soltero de Toni.
Su vida es sencilla y alegre y, en fiestas, se arreglan, lucen la mejor de sus sonrisas y se asoman al balcón, desde donde los observa todo el pueblo, con admiración, como diciendo: “cómo me gustaría llegar a su edad y sentir la alegría que exhiben ellos”. Ojalá sea por muchos años. Molts anys i bons a Francisca y Toni, y a todos los vecinos de Sant Agustí.
(*) Francisca falleció en 2013 y Toni en 2017. Fue un privilegio poder observar a esta pareja tan feliz y escuchar su relato de los tiempos en que despuntaba el turismo en Ibiza. Descansen en paz.
Desde el 2000 en que nos casamos en Sant Agustí, no hemos dejado de acudir cada 28 de Agosto, y como bien dices, en pocas ocasiones me he resistido a hacer alguna foto a Francisca. Hace poco, yendo con mi suegra, vecina suya de Cala de Bou, casualmente les conocí. Me ha hecho ilusión conocer la historia de este matrimonio.
Imagina ser un turista alojado en un hotel y que te atendiese una camarera de pisos vestida de payesa… Era otro mundo. Gracias Leo
SOLO TENGO QUE DECIR QUE FRANCISCA NO ERA LA MAYOR.LA MAYOR SE LLAMA MARIA PRATS .QUE ES MI SEÑORA MADRE Y EL 22DE DICIEMBRE SI DIOS QUIERE VA HA CUMPLIR 91AÑOS-
FRANCISCA UNA GRAN MUJER…QUE DIOS LA TENGA EN SU GLORIA EN PAZ DESCANSE
Hola ,mi mas sentido pésame francisca descansa en paz ,son un matrimonio expecional como pocos quedan ella tengo la suerte de conocerlos y estoy muy entusiasmada me producen ternura y cariño por todos los sentidos .
Gracias, Cristina!