Hace una semana, dediqué esta columna al esperpéntico enredo del Cetis, una tomadura de pelo al ciudadano de dimensiones insólitas, que ha enfrentado a dos administraciones del mismo partido –Ayuntamiento y Consell–, mientras los empresarios del sector avivaban la llama de la discordia con toda la pólvora a su alcance.

El sábado, asombrado por la medida extrema del presidente del Consell de sacar los autobuses a la calle, decidí volver a visitar estas instalaciones y cerciorarme de que la primera vez no sufrí una alucinación a causa de las temperaturas estivales. Capturé unas instantáneas del exterior y, al acceder a la estación, una empleada del Cetis me taladró con la mirada.

Mientras descendía por las escaleras mecánicas, tomé nota del ascensor, destinado a personas con problemas de movilidad; los carteles electrónicos, que informan de paradas y horarios de salida, y la isleta central, repleta de bancos de madera, donde los viajeros esperan cómodamente.

Seguí capturando imágenes hasta que regresó la señorita de antes. Con educación pero en tono cortante, quiso saber quién era y me informó de la prohibición, no anunciada mediante cartelería, de tomar fotografías. Ni que fuera el pentágono, pensé. Argumenté que en verano los turistas se hacían retratos con total impunidad. “A ellos mismos, no a las instalaciones”, replicó. Seguro que constituye una nueva modalidad de prohibición fotográfica. Vas al museo del Prado, plantas a tu novia frente a Las Meninas, la inmortalizas junto a las pinceladas maestras de Velázquez y sin problemas. Ahora, como apuntes sólo al cuadro, vas listo.

Con tal de que me dejara en paz, le informé de mi condición de representante del cuarto poder. “Haberlo dicho”, respondió, antes de confesar sus sospechas de que podría haber sido un infiltrado de la patronal del transporte regular en misión secreta. Aún así, no se fió del todo y mandó al vigilante de seguridad pegárseme como una lapa.

Pese a todo, pude concentrarme en los detalles. La estación tiene forma de “O”, con el carril de circulación en el extremo, la isleta central de espera y la zona de estacionamiento entre ambas áreas. Su puerta de entrada es muy ancha y hay un extenso respiradero en mitad de la cubierta, que facilita la ventilación. Los empresarios califican de desastrosa esta infraestructura pero allí, al igual que en verano, entraron y salieron autobuses con total fluidez, sin maniobras extrañas y sin  incidentes.

Hasta cierto punto, es comprensible que los transportistas usen todas las artimañas a su alcance (incluso palabras subidas de tono en reuniones con determinados responsables políticos, según me cuentan), para evitar perder sus privilegios y la ausencia de control hacia su gestión. Pero los políticos, en este caso el presidente del Consell, no pueden actuar con semejante beligerancia. Una oposición tan rotunda a esta infraestructura, “indigna” para Eivissa, según Serra, requiere de una explicación pública y profunda de sus irregularidades porque a simple vista no son perceptibles. En Eivissa todos nos conocemos y, por lo general, las conexiones de unos y otros no constituyen ningún secreto. Nuestros representantes deben tener presente que es el pueblo quien les paga la nómina y no patronos del pasado. Quien no pueda cumplir con esta premisa, mejor que se dedique a otra cosa.

Artículo publicado en el diario Última Hora Ibiza

One Response to “El esperpento del Cetis (II)”

  1. Se puede decir más alto pero no más claro!!! Panda de incompetentes que nos gobiernan….Un esperpento detrás del otro…

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